A la
caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 me encontraba en esa ciudad
para negociar el restablecimiento de relaciones consulares entre Chile y la RDA
(República Democrática Alemana).
Al haber sido testigo de ese histórico acontecimiento, recuerdo que bastó
inicialmente una equivocación para que luego esa noticia provocara que millares
de berlineses orientales se dirigieran hacia los puntos de acceso para
verificar si podían pasar libremente al lado occidental.
Las guardias alemanas tenían órdenes de impedir que se traspasara el Muro, pero
finalmente esa noche misma (y en la mañana siguiente) la masa humana fue
incontenible y tuvieron que abrir las barreras cerca de las 11 pm. Yo me perdí
esa escena al traspasar el “Checkpoint Charlie” aproximadamente cinco horas
antes, pero el silencio que observé entonces era preludio de lo que acaecería
más tarde.
Aquí conviene recordar cómo se había gestado este hecho inesperado que conmovió
al mundo. El régimen comunista de la RDA enfrentaba una situación interna
insostenible, con demostraciones masivas que se repetían a diario,
fundamentalmente en Dresden y Leipzig, desde fines de septiembre, las que
condujeron a la renuncia de su Jefe de Estado, Erich Honecker, el 18 de octubre
de ese año. Todo ello fue provocado luego que a fines de agosto del mismo año
Hungría abrió oficialmente la “Cortina de Hierro” hacia Austria (antes,
centenares de turistas de Alemania Oriental se habían escapado por esa vía),
pero con esa medida, solo en el mes de septiembre 13.000 alemanes orientales
habían traspasado las fronteras por esa ruta, constituyendo el primer éxodo
masivo desde la construcción del Muro en 1961.
Finalmente, las nuevas autoridades de la RDA (encabezadas por Egon Krenz) que
sucedieron a Honecker se propusieron preparar nuevas leyes para reglamentar las
restricciones de tránsito al exterior cuando fueron superadas por los
acontecimientos del 9 de noviembre. La historia subsiguiente es conocida. No
solo los alemanes orientales esa noche y los días siguientes traspasaron el
Muro, sino que además miles de berlineses occidentales lo destruyeron
utilizando martillos y cinceles para llevarse algunos de sus restos como trofeo
o lo pintaron con grafitis.
Más tarde llegaron las retroexcavadoras para completar esa obra de
desmantelamiento. Al día siguiente, el 10 de noviembre, teníamos una reunión
con el vicecanciller de la RDA, quien nos recibió como si la noche anterior
nada hubiera pasado. Esa reunión fue casi de ciencia ficción, ya que obviamente
el acuerdo consular que habíamos concluido no tenía ninguna viabilidad futura
con un régimen que se desmoronaría al poco tiempo.
Liberados de estos compromisos oficiales, fuimos ese mismo día a ver lo que
estaba sucediendo con el Muro bajo la famosa Puerta de Brandenburgo. Las
escenas que presenciamos a lo largo de ese día en dicho lugar, y después en
otros de Berlín Occidental, son indescriptibles. Miles de berlineses festejaban
con una alegría casi incontenible. Era un verdadero carnaval con miles de
botellas de cerveza y champaña que yacían sobre el suelo. Centenares de
berlineses orientales traspasaban el muro y se abrazaban con sus hermanos de
Occidente.
Dos meses más tarde, el 31 de diciembre, volví junto a mi esposa a pasar el Año
Nuevo en esa histórica ciudad, por fin reunida, y en la cual aún se celebraba
una gran fiesta. Por doquier resonaba la “Oda a la Alegría” de Beethoven
convertida en “Oda a la Libertad”. En efecto, después de la caída de la
infamante Muralla de Berlín, cual “castillo de cartas”, todos los demás países
socialistas se derrumbaron recobrando su libertad.
Jaime Lagos Erazo
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