Control constituyente

Tweet

Conversación

Enrique Slater @slater_enrique
Nuevamente Don Sergio Muñoz Riveros, aporta sus vivencias y conocimientos para expresar sus aprehensiones y sugerencias, respecto a la definición que deberemos tomar prontamente. Comparto con él, los valores que están en juego.

Imagen

Los cinco jinetes

Por Gonzalo Rojas S.

Esta vez no son cuatro, sino cinco, los jinetes del Apocalipsis que están devastando Chile.

La violencia, la pandemia, la inflación, la sequía… ¡y la Convención!

Al contemplar el modo en que cada uno de ellos cabalga procurando arrasar con parte de nuestro modo de vida, se aprecia la lucha entre ideología y realidad.

En la expansión de la violencia oímos una vez más la explicación ideológica: los condenados del mundo (así se expresaba Fanon) ya no resisten más y arrasan con todo… lo queman todo, nos dijo una presidenta del partido de Jackson. Pero, en realidad, es el odio irrefrenable lo que explica la violencia. Un odio potenciado por los desarraigos de la ruptura familiar y de la carencia de educación. Pero la ideología nos dirá siempre que todo se explica por la explotación.

En la persistencia de la pandemia se asoma también el veneno ideológico: sólo el Estado puede enfrentar un fenómeno de esta magnitud, nos dicen. Pero la realidad ha sido muy distinta: una vez más la subsidiariedad ha impulsado a las fuerzas sociales como el primer motor de la ayuda a los más desvalidos (así lo han hecho las confesiones religiosas, las Ongs, y muchos otros cuerpos intermedios) y la cooperación de los dos subsistemas de salud, público y privado, ha llevado a Chile a constituirse en un ejemplo mundial de vacunación y atención hospitalaria.

La inflación devasta el poder adquisitivo de los más pobres, pero la ideología nos dice que carecen de ayudas (curiosamente, muchos no han vuelto a buscar trabajo, porque están acomodados a partir de sus bonos y retiros). La realidad se impone dramáticamente: los dos dígitos inflacionarios están a la vuelta de la esquina, pero la ideología persiste en su empeño por entregarle dinero a las personas, ganándose así el favor de los mismos a los que la inflación destruye.

Como si todo lo anterior fuera poco, una década de persistente sequía es explicada desde la ideología por el dogma del cambio climático y, peor aún (porque el calentamiento global tiene elementos de realidad) es que se concluya que, entonces, el agua debe ser nacionalizada. Esa conclusión no fluye más que desde la ideología y contradice la realidad de las necesidades agrícolas y mineras que son decisivas para el desarrollo nacional.

El broche de oro, o más bien la guadaña de frío acero, lo pone la Convención. Desde las izquierdas que la controlan, la ideología busca convertirse en sistema de normas, quiere destruir todo sentido común -esa persistencia de la realidad en el corazón humano-  procura que la violencia se normalice, que la pandemia elimine la libertad en la salud, que la inflación no importe (los recursos para tantos desvaríos constitucionales, ¿de dónde saldrán?), que la sequía sirva de pretexto expropiador…

“Las ideologías ocultan la realidad, pero no la hacen desaparecer; un día u otro la realidad desgarra los velos y reaparece”, nos advirtió lúcidamente Octavio Paz.

No tengáis miedo

Por Juan Pablo Zúñiga H.

El miedo paraliza, y también impulsa. Es parte de nuestra naturaleza. Tanto así, que Dios mismo, en su palabra, insta a “no tener miedo” 365 veces, es decir, ¡una vez por cada día del año! Inclusive los que depositamos nuestra fe en Él, somos desafiados de tiempo en tiempo por el miedo.

En nuestro país, estamos viviendo una de esas encrucijadas históricas de la que todos somos parte. Sí, todos. Esto va más allá de ser uno de esos momentos en que las cosas se deciden sólo en el ámbito político o en esferas de poder superiores. Esta vez, todos estamos involucrados y de nosotros depende tomar palco y asumir las consecuencias de las decisiones de otros, o asumir el compromiso que tenemos con nuestro país para sacarlo de una buena vez de este calvario. Es nuestro deber. En tiempos en que todos quieren derechos, es necesario recalcar que como ciudadanos tenemos deberes y, particularmente hoy, es un deber del cual pende la subsistencia del país.

En tiempos de desafíos, siempre hay miedosos. En 1998, el ex canciller Hernán Cubillos señaló que, ante la inminencia de una guerra contra Argentina -y muy posiblemente contra Perú y Bolivia- en diciembre de 1978, “hubo muchos miedosos”. Nunca precisó exactamente quiénes fueron, pero lo cierto es que, si estos “miedosos” hubiesen estado en posiciones de toma de decisiones importantes para el país, ciertamente habrían tomado las medidas inadecuadas, producto de la influencia del miedo, que orienta a la sobrevivencia de un día más, a cualquier costo, en vez de pensar en las jugadas siguientes hacia el futuro.

A diferencia de 1978, hoy la amenaza no viene de los países vecinos, sino que desde dentro. Estamos bajo la amenaza de sufrir una nueva insurrección si gana el rechazo y eso infunde miedo en muchos chilenos. Por miedo, muchos votaron apruebo en el plebiscito de entrada, para así ganar un día más de vida, creyendo cándidamente que la violencia acabaría y que la extrema izquierda, guaripola del proceso, jugaría limpio. Craso error, el juego limpio no es parte de sus principios. El desenlace de esa historia ya lo sabemos: resultó ser el peor engaño y una tragedia nacional. Advertencias no faltaron, sin embargo, el miedo de unos -y también la ingenuidad de otros- hizo su parte. Esta vez es diferente. Por cada ciudadano que caiga presa del miedo o de los engaños provenientes de la CC, es un voto adicional a favor de la condena a muerte de nuestra República.

Todos lo tenemos claro y nadie quiere que nuestro país sea dividido, o que se multiplique obscenamente el aparato público que nos continuará asfixiando con una carga impositiva insufrible; nadie quiere ser controlado hasta en los más mínimos detalles por el “papito estado”, ni tampoco sentirse de segunda o tercera categoría frente a la ley que privilegiará a minorías raciales en vez de buscar el bien común. Nadie quiere tener que ser discriminado por no portar un carné que acredite “pureza racial indígena”. Todos queremos seguir apoyando a la selección CHILENA de futbol, y no a las de otras 15 naciones dentro de nuestro país. En definitiva, todos queremos seguir sintiéndonos en casa en este territorio que llamamos Chile, y no extranjeros en nuestro propio suelo. ¡Qué doloroso es para los que vivimos fuera del seno de nuestra tierra, llegar a casa y sentirnos forasteros en nuestro propio país!

La solución para todas estas disyuntivas es rechazar. Es la opción más inteligente. En abril de 1987, en su visita apostólica a nuestro país, el Papa Juan Pablo II exhortaba a los jóvenes reunidos en el Estadio Nacional con un mensaje que debe resonar hoy en cada chileno: “¡Jóvenes chilenos, no tengáis miedo de mirarlo a Él!” El miedo a entregarse por el todo a Cristo es el mismo miedo que lleva a tomar malas decisiones, pues, al final, la fuente del miedo e inseguridad es en ambos casos la misma: el diablo (que significa “el engañador”). Confíe en Él, que orienta el alma y el corazón; confíe en sus conciudadanos que lo están invitando a ser parte de una hazaña para salir de este sufrimiento nacional, confíe en que Chile seguirá siendo su hogar si usted hace su parte tomando la decisión correcta respecto de la nueva constitución. Nuestro país va a salir de esta debacle de una manera u otra, eso se lo aseguro, sin embargo, una de esas maneras está en sus manos. No tenga miedo y no pierda la oportunidad.

Punto de partida o de no retorno

Por Natalia González

Diversas voces empiezan a sugerir que aprobar la propuesta constitucional no sería problemático, pues esta se trataría tan solo de un punto de partida, de una construcción en proceso que apenas comienza. El imperfecto fruto del proceso constitucional (cuestión que me parece esas voces reconocen) sería el inicio de nuevos y continuos diálogos constitucionales y de múltiples y necesarias reformas al texto, que darían cuenta de lo dinámica, viva y rica que es la discusión. Así, no debemos temer al punto de partida (que supone aprobar), sino abrazarlo.

No estoy de acuerdo. La tesis más bien me parece un autoconsuelo para quienes intentan no fallarle a su corazón político. En el fondo están defraudados de la Convención y de la propuesta a la fecha, pero reconocerlo implicaría asumir una derrota que, aunque no es de ellos, la sienten como propia. Pero perseverar en la idea del punto de partida, para calmar el alma política, conlleva enormes riesgos. Dará lugar a un monstruo grande que pisará fuerte y que tomará la inocencia de la gente, aunque no sea esa, estoy segura, la intención de los tesistas.

La hipótesis del punto de partida, en el contexto actual, no es plausible. El maximalismo con el que la Convención ha abordado las más diversas y numerosas temáticas y el diseño del sistema político, asambleísta, en camino dejará nulo espacio para la alternancia de diversos proyectos políticos futuros. El mosaico de identidades y sus causas y el ánimo de vendetta de un sector de la extrema izquierda que predomina en la Convención (y que busca perpetuarse en el poder) no es ni será lo mejor que seremos capaces de entregar, como han señalado quienes enarbolan esa tesis. Por lo demás, la definición de punto de partida exige no agotar las discusiones y no quedarse con la última palabra, como lo hace la Convención.

El punto de partida, como está siendo realmente concebido, adolecerá de tantos y tan esenciales problemas que arreglarlo será imposible y conllevará una tremenda carga adicional. Una vez la clase política estuvo dispuesta a tirar el Estado de Derecho por la borda esperando que una redentora Convención los salvara. Los chilenos los siguieron, pero por una esperanza, por la promesa de algo mejor. Esta vez la esperanza no existe y lo sabemos. Sabemos que el punto de partida sacrificará lo que hemos construido hasta ahora, que es mucho y valioso. Y eso no puede aceptarse, aunque el corazón tire fuerte. El que se ahuyente el progreso (y con ello el bienestar de los chilenos que aún viven en la pobreza) y el poner en riesgo la democracia futura —dadas las reglas con olor autoritario que debilitan los contrapesos— no pueden ser vistos como una simple externalidad no deseada de la tesis. Aceptar esto del punto de partida significaría ahora que los chilenos estaríamos dispuestos a tirar por la borda al país más desarrollado de Sudamérica, a cambio ya no de una esperanza, sino de un afán por terminar con el orden actual, para luego aspirar a recogerlo, arreglarlo y pegar los pedacitos. En el intertanto, la mejor de las suertes.

Quienes plantean esta tesis, asumo, lo hacen parados desde la institucionalidad actual que, aunque perfectible, funciona. Confían en que este Congreso, con su composición equilibrada, enmendará lo que salga de la Convención. Pero ¿quién les asegura que las normas transitorias lo permitirán? Apostaría a que no. La Constitución del “primer proceso democrático en años”, como dijo la presidenta de la Convención, ¿modificada por un Congreso con Senado “privilegiado”, que “todo lo frena”? La dejarán en las manos del Congreso que ellos diseñan, que será un espejo de la Convención, pudiendo la Cámara de Diputados imponer su voluntad a la Cámara de las Regiones. Y si la reforma es total, la propuesta plantea que sea hecha por una Asamblea Constituyente que decide por mayoría. La implementación vía múltiples leyes también será muy problemática. Si aun con 2/3 el pleno ha aprobado politizar el Poder Judicial y cercenarle su categoría de poder; crear autonomías territoriales indígenas que se autogobernarán, y precarizar la certeza jurídica de lo que sostiene a la economía nacional y el empleo —con los derechos de la naturaleza, los animales y los bienes naturales comunes—, negándose a reconocer la propiedad del ahorro para la vejez y prohibirnos elegir quién nos asegurará cuando nuestra salud esté en juego, imagine lo que será de nosotros con una Cámara que todo lo decidirá por mayoría simple.

Aprobar la propuesta constitucional, más que un punto de partida, sería un punto de no retorno. De ahí que si no gana el apruebo no hay que temer, como dice Bassa. En cambio, podría ser una oportunidad para hacer las cosas bien.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 1 de mayo de 2022.

Más Artículos

Artículos de Opinión

Derechos Humanos en Chile

LEY DE PUNTO FINAL AHORA Multigremial de militares y policías ® ¡LEY DE PUNTO FINAL AHORA! Compungida cara, han mostrado los integrantes del gobierno, cuando han tenido que referirse al alevoso ase...

Leer más

Artículos de Opinión

En otro país. Poder Judicial

*Valiente mujer. Imperdible*:  

Leer más

Artículos de Opinión

FF.AA. y Carabineros

Presidenta de la ONG que defiende a uniformados: «El uso de la fuerza no puede ser proporcional» Alejandra Cruzat, de Nos Importan, cuenta a El Líbero que existe mucha tristeza y frustración ante ...

Leer más