Crisis



Crisis

“La crisis de hoy solo ha sincerado la realidad de nuestra debilidad”.

Adolfo Ibáñez

La crisis de octubre obliga a analizar con sagacidad los últimos treinta años. Lo fundamental de este período es la ausencia de gobierno que señale metas hacia dónde dirigirnos. Hoy no tenemos derrotero ni horizontes que nos llamen.

El mundo político se dedicó al maquinismo electoral y a las reformas electorales, dejando de lado casi todos los demás campos. El vacío se disimuló con los derechos humanos y maldecir al gobierno militar. El sistema de corrupción descubierto en 2002 es la gran muestra de las preocupaciones de estos decenios.

La crisis asiática (de 1998) desnudó esta dejación. Sus repercusiones sobrepasaron lo puramente económico. Se favoreció a grupos poderosos: sindicatos, gremios, grandes empresarios, facilitando el camino para la concentración y el estrechamiento espiritual que se ha impuesto: el socialismo capitalista que ha dificultado el esfuerzo de los chilenos por construir su propio camino. El país nunca se recuperó de esa crisis, sino que solo tuvimos precio del cobre, que nos inundó de riqueza fácil y que disimuló la falta de un impulso propio. Desde entonces cada problema fue parchado con subvenciones, generando conflictos económicos y anímicos de difícil solución. La sorpresa de las pensiones y de las isapres en 2010 muestra que nadie se preocupó antes, a pesar que se conocía la prolongación de la vida y el envejecimiento de la población.

Al caer el precio del cobre apareció el país transformado en un gran Transantiago. Índices de crecimiento y de productividad insuficientes, y malos rendimientos en pruebas PISA. El temor cundió en la nueva clase media baja, cuyo estatus se sustentaba en una riqueza ajena, además que el déficit educacional los dejó sin respaldo cultural. Aparecimos envejecidos, sin mística y sin horizontes: fracturados en multitud de intereses de grupos que no reconocen vínculos superiores. La crisis de hoy solo ha sincerado la realidad de nuestra debilidad, lo que permite la proliferación de fuerzas destructoras, al punto de querer arrasar el legado de siglos. No se plantean proyectos ni conductores que las guíen: es la negatividad lo que congrega el acontecer nefasto.

El debate actual avala este vacío al centrarse en una nueva Constitución que deberá apoyar a quienes respaldan a las fuerzas destructoras en su nihilismo absoluto. Hoy se requiere la convicción de todos para reencauzar al país constructivamente mirando al futuro. El problema es que Piñera no ha mostrado hechuras para conducir este esfuerzo.