¿Dictadura judicial?¿ambición? ¿complejo? o ¿ideologización?

Interpretando al juez Muñoz

Estuvo en el caso Spiniak, Riggs y varios de DD.HH. Debutó en la Suprema con un fallo contra la central Castilla que marcó su estilo. Ha dicho que la interpretación del derecho es un arte. Su última obra, entonces, activó la tensión entre el Tribunal Constitucional y la Suprema, y al interior del máximo tribunal. ¿Qué piensa el juez?

Por Leslie Ayala y Francisco Artaza, Publicado por LaTercera.cl

“Es que esto es igual que la pintura. Antes era rupestre, luego en doble plano. Después se fue creando la perspectiva. Posteriormente nacieron otras formas, como el realismo, el cubismo. Después pasa que usted es la concepción de la figura y no necesariamente de una forma. Esto es igual. Es una interpretación. Porque interpretar el derecho es un arte, no una ciencia”.

Sergio Muñoz, marzo de 2014.

Revista Qué Pasa.

Hay una historia que retrata bien la forma en que el ministro de la Corte Suprema Sergio Muñoz entiende la función de los jueces del máximo tribunal de justicia.

Ocurrió en 2014 y la cuenta quien fue testigo presencial, el senador Felipe Harboe.

Entonces, el parlamentario presidía la comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la Cámara Alta.

-“Un día recibí un llamado de la abogada Constanza Collarte, directora de la Unidad de Estudios del Poder Judicial, y me dice ‘no te asustes, pero el presidente de la Corte Suprema quiere hablar contigo porque tiene una propuesta importante que darte a conocer’”.

El día de la cita, y acompañado de Collarte, Muñoz cruzó los 100 metros de distancia que separan el Palacio de Tribunales de la del Congreso en Santiago. Llevaba un power point. “El ministro Muñoz me manifestó que no estaban funcionando las políticas públicas en materia de viviendas sociales y que, por eso, él había encargado a la división de estudios del Poder Judicial que analizara el tema. Me dijo que tenía una propuesta que solucionaría el problema de las listas de espera para el acceso de viviendas sociales”, recuerda Harboe.

¿Cuál era la fórmula que proponía Muñoz? Que los jueces de los tribunales civiles pudieran intervenir en la confección de las listas de espera y supervigilar la ejecución de la entrega de casas.

Cuenta Harboe que a pesar de tener “un buen recuerdo de esa reunión, por la preocupación social que manifestó”, tuvo que pedirle al Supremo que dieran por finalizado el encuentro. No podía entender qué tenían que hacer los jueces en la ejecución de políticas públicas.

Pese a que hay un problema de intepretación en el episodio -la historia es negada en el entorno del magistrado, en que aseguran que el juez nunca se ha reunido para hablar con Harboe de ningún tema que exceda lo judicial, ni menos haya abordado problemas sociales con nadie-, esta semana volvió a circular como una muestra que graficaría el modo de pensar que tiene Sergio Muñoz.

Una idea en que la exégesis, esa práctica de apegarse literalmente a la letra de la ley, perdió toda vigencia y en que el arte está en la interpretación del espíritu de la legislación.

Esta semana Muñoz volvió a interpretar, abriendo con ello un inédito enfrentamiento entre la Corte Suprema y el Tribunal Constitucional (TC). La pugna central la originó un recurso de protección presentado en el marco de un juicio laboral, que buscaba de-

clarar ilegal la actuación del TC. Si bien la Tercera Sala -que es presidida por el ministro Muñoz- rechazó el recurso, en el desarrollo del fallo decidió enviar un mensaje político al TC: usted es autónomo, pero si actúa con desapego a la ley puede ser controlado vía recurso de protección por nosotros. El destinatario no se quedó callado y su presidenta, María Luisa Brahm, acusó a los supremos de pretender rediseñar las competencias constitucionales en el país.

El “choque de trenes” llegó hasta La Moneda y el Presidente Sebastián Piñera anunció una reforma a la Carta Fundamental que zanjará quien tiene la última palabra en materia constitucional en Chile. De paso, abrió una grieta al interior de los misma Corte Suprema, desde el momento en que el presidente Haroldo Brito intentó bajar el perfil al asunto. Pero no. Muñoz respondió en declaración pública que al hablar su sala, habla toda la Suprema.

¿Qué hay detrás? Al menos cuatro supremos consultados apuntan la aspiración de Sergio Muñoz de volver a ser elegido presidente del máximo tribunal y con ello pasar a la historia.

Primeros trazos Sergio Muñoz Gajardo nació en Villa Alegre, en Linares, en 1957. Tiene 62 años. Para llegar al máximo cargo al interior del Poder Judicial hizo una carrera rápida. Sus primeros trazos los hizo como juez de letras de Putaendo, en 1982, y a poco andar fue relator interino en la Corte de Apelaciones de Valparaíso, en 1988, y un año más tarde en la Corte de Apelaciones de San Miguel. En 1994 fue nombrado juez del crimen de Santiago, lo que marcaría su carácter de juez investigador. Dos años más tarde, en 1996, ya estaba relatando en el máximo tribunal donde aprendió y admiró el trabajo de los supremos Adolfo Bañados, Roberto Dávila, José Luis Pérez Zañartu y Hernán Álvarez. Todos con estilos distintos, pero considerados grandes supremos en su época.

En el mundo judicial se sabe que quien logra ser el relator titular del pleno de la Corte Suprema está solo a un paso de ser uno más del máximo tribunal, de sentarse en el sillón de cuero café de alto respaldo que cobija a los supremos en el segundo piso de Tribunales.

En el caso de Muñoz, su llegada a este sillón fue rápida. En 1998 ya era ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, lugar en que tuvo que instruir importantes investigaciones como el caso Spiniak y el caso Riggs.

Tramitó también más de 60 procesos por violación a los derechos humanos, entre ellos Escuela de Paracaidistas, el asesinato de los hermanos Vergara Toledo, el crimen de Tucapel Jiménez, Patio 29, capítulos del Estadio Nacional, Villa Grimaldi, Londres 38 y José Domingo Cañas. Por sus habilidades de interrogador, reconocida por las policías, obtuvo la cooperación del general y exmiembro de la junta de gobierno Humberto Gordon Rubio, la confesión del exagente de la CNI Carlos Herrera Jiménez y otros uniformados, a quienes procesó. Fue quien por esos años encausó al primer general en servicio activo del Ejército, Hernán Ramírez Hald.

Después de siete años en ese cargo, en 2005, durante el gobierno de Ricardo Lagos, Muñoz asume como integrante del máximo tribunal del país. Con 48 años, aún le quedaba un cuarto de siglo por delante para permanecer en la Corte Suprema. De hecho, si Muñoz no abandona el Poder Judicial antes de los 75 años, se convertirá en el juez que más tiempo ha estado en el máximo tribunal en toda su historia. Y tiene ya otro récord a su haber: desde que fue nombrado juez hasta que llegó a la cúspide del Poder Judicial, demoró 23 años.

Pese al tiempo transcurrido, entre las exautoridades del gobierno de Lagos guardan celosamente los nombres de quienes promovieron a Sergio Muñoz para llegar a la Corte Suprema.

“Los secretos de camarín se quedan en el camarín”, comenta en jerga deportiva un abogado y exsubsecretario de la época. 

Muñoz, por entonces, era visto en la Moneda como una “enorme promesa”. Se le consideraba en el mundo progresista como uno de los ministros más brillantes, después de Carlos Cerda, y se destacaba su desempeño como relator y como ministro de corte. Su juventud, muy por debajo del promedio de los ministros que llegaban a la Suprema, en vez de ser un obstáculo fue un factor clave en su designación. Así lo recuerda el exministro de Justicia Luis Bates. “La razón más importante para su elección fue su juventud, quería llevar gente joven a la Corte Suprema”, señala el abogado.

Bates asegura que fue él quien debió defender el nombre de Muñoz frente a otras autoridades el gobierno. “Había visto sus calificaciones y eran buenas, al igual que la de otros postulantes, por eso lo esencial fue su juventud, porque lo tradicional era llevar a la Suprema a personas con una larga trayectoria y lo que quería era introducir sangre nueva”, cuenta hoy Bates.

Su veta verde Dicen que Muñoz tiene pocos amigos en el Poder Judicial y que es uno de los más trabajadores.

Llega antes de las 8 de la mañana a su despacho y cuando debe redactar sentencias se queda después que termina las sesiones de su sala. Es uno de los pocos que no hace clases, pues ha dicho que considera que para hacer bien su labor se necesita estar 100% abocado al trabajo en el Poder Judicial, sin distracción y sin ninguna remuneración externa.

Muñoz es de carácter fuerte. Cuando hay alegatos, es de los supremos que hace varias consultas a los abogados y relatores. Cuando un caso le gusta, dicen quienes han integrado sala con él, hace todo lo posible para llevarse el acuerdo y redactar él, de puño y letra, la sentencia, tal como ocurrió en el recurso que hoy tiene tenso al Poder Judicial.

Aunque antes había integrado las salas penal y civil, fue su arribo a la Tercera Sala, la constitucional, la que provocó el estallido de este lugar. Su primera gran obra allí fue la paralización de la central termoeléctrica Castilla, redactado por Muñoz. En el recordado fallo cuestionaba el proceso previo de la autoridad medioambiental, es decir, los pasos anteriores que la institucionalidad disponía para la tramitación de proyectos. Con Castilla, los empresarios entendieron que había allí un juez que se pintó de verde y complejizaba las cosas. De hecho, corre el mito que dice que empresarios y abogados ambientales tienen un calendario para ir tachando los días que le quedan a Muñoz en el tribunal.

Un tiempo después, ya como presidente de la Corte Suprema, Sergio Muñoz se los dijo claro en una reunión de la Enade: “La gente quiere participar en el bienestar, no solamente en el sacrificio de los proyectos económicos (…) Un modelo democrático de desarrollo sustentable requiere de equilibrar las metas económicas, sociales y culturales con respeto a nuestros pueblos originarios y medioambiente”, dijo ante mil empresarios.

Su visión la plasmó, además, en un trabajo sobre “principios jurídicos medioambientales para un desarrollo sostenible”, asumido por la cumbre judicial iberoamericana y reconocida por la OEA. Se ha reunido en dos oportunidades en Temuco con grupos mapuche.

Recordado es el episodio del primer gobierno de Piñera cuando, tras la sentencia contra Celestino Córdova -machi condenado por el asesinato del matrimonio Luchsinger Mackay-, el gobierno criticó que el tribunal desechara el carácter terrorista de los hechos.

Muñoz no tardó en responder que no correspondían esos juicios descalificadores por parte del Ejecutivo y sostuvo: “Este espectáculo lo observamos en Chile y en algunos otros lugares que se califican de repúblicas bananeras y caribeñas, con el respeto por estas repúblicas”.

El gobierno de los jueces Es en la Corte Suprema donde -a través de sus fallos y durante el periodo en que fue electo por sus pares como presidente del máximo tribunal- cada cierto tiempo Muñoz remueve a la opinión pública e inspira una avalancha de columnas en que académicos critican o avalan su estilo. Esta semana, uno de los más duros fue el rector de la UDP, Carlos Peña, quien cuestionó a Muñoz por su “ingenio” al exponer en su fallo que una cosa es el precepto constitucional, y otra su interpretación.

“En opinión del ministro (una opinión que expone comentando la obra de Hart) – acota Peña-, la ley establece un marco de significados en cuyo interior hay varias interpretaciones posibles, todas igualmente lícitas, y correspondería a los jueces (no al TC) decir cuál de ellas es mejor o más correcta”.

Pese a que citó al filósofo Herbert Hart en su fallo, quienes conocen a Muñoz aseguran que el ministro tiene una visión del Derecho más cercana a Ronald Dworkin. De ahí que habría comentado que “Peña falló en la comprensión de lectura” de la sentencia.

De las dos posturas para analizar el margen de discrecionalidad de un juez, en el entorno de Muñoz explican dónde se ubica el juez: si las leyes admiten varias interpretaciones, ya sea porque se usan palabras abiertas, o porque la misma redacción no lo definió bien -advierten-, entonces se puede resolver un conflicto judicial en base a principios como la igualdad, proporcionalidad, buena fe, etc. “El ministro Muñoz no se amarra a textos, resuelve en base a principios, busca una solución justa, no aplica reglas porque estas a veces pueden ser injustas”, añade un cercano suyo. “Sus sentencias lo describen con un perfil de juez más cercano al estadounidense que crea el derecho y eso es lo que más ha impactado durante estos años en su paso por el máximo tribunal del país” agrega.

Para sus críticos, como Peña, lo que impacta de Muñoz es otra cosa. “Estamos en presencia de un permanente intento de la Corte Suprema de expandir su poder, invadiendo facultades que la regla constitucional no le otorga”, dijo el viernes el rector. La visión en algo coincide con la comentada exposición ante la Corte Suprema el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Cristóbal Mera, el pasado 12 agosto. Allí, Mera habló de “populismo judicial”. “Fallar en contra del texto expreso de la ley no es hacer justicia, como algunos creen, es simplemente olvidar que una república de los jueces es lo peor que le puede pasar a una república de leyes, es querer volver a la arbitrariedad de antes del siglo de las luces”, dijo, sin mencionar a quién se dirigía. Pero todos sabían.

Orden en la Sala Viernes 11 de octubre. Con el ceño fruncido, el presidente de la Corte Suprema, Haroldo Brito, preguntó al resto de los jueces: “¿Podemos quedarnos un rato más, antes de ir a integrar las salas?”. Estaban en un pleno extraordinario para analizar el momento crítico del máximo tribunal. La serie iba en el tercer capítulo: el día anterior, los integrantes de la Tercera Sala presidida por Muñoz y secundada por los ministros Carlos Aránguiz y Ángela Vivanco, emitieron una declaración criticando a Brito. “Conforme a lo que regula el Código Orgánico de Tribunales para el ejercicio de sus competencias, la Corte Suprema se encuentra dividida en salas y cada una de ellas representa a toda la Corte”, dijeron los ministros, en un nítido acto de rebeldía.

Ni Muñoz ni Aránguiz estaban presentes en ese pleno. Solo Vivanco, quien tuvo que responder a los emplazamientos de sus pares.

Tomaron la palabra varios ministros, pero los más duros en sus críticas fueron las juezas Andrea Muñoz, Gloria Ana Chevesich y el magistrado Carlos Künsemüller. Uno de los presentes aseguró que las ministras – miembros de la Sala Laboral- cuestionaron y esbozaron una prohibición expresa que hay en el artículo 323 número 4 del Código Orgánico de Tribunales. Éste dice que arriesga sanción administrativa el judicial que publique, “sin la autorización del presidente de la Corte Suprema, escritos en defensa de su conducta oficial o atacar, en cualquier forma, la de otros jueces o magistrados”. Vivanco -quien se ha transformado en una inesperada aliada de Muñoz-, señaló que era una aclaración y no una defensa de su sentencia.

Devolvió el emplazamiento enrostrando que cuando el año pasado se intentó una acusación constitucional contra tres jueces de la Sala Penal de la Corte Suprema, todos salieron en apoyo. Fue ahí donde Künsemüller tomó la palabra y cuestionó: “A mí los abogados me dicen que hay dos presidentes en la Suprema y eso no puede ser”. Agregó que el caso de la acusación era distinto.

La discusión duró un par de minutos y luego todos volvieron a sus salas. Dos supremos comentaron en el pasillo que era peligroso lo que había ocurrido esta semana, pues fijaba reformas constitucionales en el máximo tribunal que, hasta hace algunos días eran impensadas. Para uno de ellos, trasladar las críticas que ya cuenta el TC al Poder Judicial era una mala estrategia y advertía que si el anhelo de Muñoz era competir este año por la presidencia de la Suprema, había minado este proyecto.

Quienes han conversado con Muñoz de volver a levantar una candidatura, cuentan que él no quiere y así se lo ha dicho a la cara a todos los integrantes del pleno. Ahora, dicen esos mismos cercanos, si “ante la inactividad de otros” se da la oportunidad…

Una vez una persona le consultó al juez Muñoz qué opinaba de Manuel Montt, quien fue dos veces presidente de la Suprema, además de Presidente de la República. La respuesta fue elocuente. Recordó Muñoz que el mejor “piropo” a Montt se lo brindó Andrés Bello. Le dijo que él era “el hombre en quien piensa el legislador al dictar sus leyes”.

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