Dolores de parto

Dolores de parto
Quizá como efecto de una desesperanza ya aprendida, o de una indiferencia ilusoriamente funcional, el gobierno de Michelle Bachelet ha optado por la pasividad frente a su espiral de deterioro. La Presidenta volvió a refugiarse en un autismo casi fantasmal, en su impenetrable y desconfiada intimidad, mientras su gabinete ha seguido operando como si estuviera ante a un inexorable desastre natural. Así, en apariencia indolente frente a su triste destino, el Ejecutivo decidió no asumir que buena parte del deterioro actual del clima político se debe a sus propias acciones.
La encuesta Adimark de julio fue verdaderamente demoledora: la Presidenta mantiene una aprobación en mínimos históricos, mientras el rechazo se empina a un 73%. El gobierno, con un nivel de respaldo de apenas un 17%, posee un caudal de desaprobación que llega al 81%. Salvo las relaciones internacionales, todas las áreas de gestión exhiben cifras de terror, con salud, educación y economía por encima del 75% de rechazo, llegando en el caso del combate a la delincuencia a un umbral crítico de 92% de desaprobación.
Pero el gobierno y la Presidenta se mantienen inconmovibles, sin dar la más mínima señal de que existe un diagnóstico de la situación y, menos aún, una voluntad real de enmendar rumbos. La valoración colectiva de sus reformas se encuentra también en rojo; el gabinete, debilitado y con una ministra de Justicia -Javiera Blanco- batiendo un récord histórico de rechazo, con un 79%. Pero el clima de aparente ‘normalidad’ se mantiene; nadie asume responsabilidad política alguna y todos siguen con su rutina como si nada. En otras latitudes, en países con sistemas democráticos en forma, un gabinete con estas cifras y con un mínimo de pudor ya habría presentado su renuncia en pleno.
Aquí, sin embargo, el presente no está para otra cosa que no sea mirar el techo y seguir cosechando descrédito. Casi sin excepción, las autoridades juegan a hacernos creer que hay alguien preocupado de ‘la crisis’, cuando en realidad sólo están pensando en su propio futuro: en elecciones, cargos y reparto de prebendas. A un gobierno que meses atrás hacía gala de haber terminado con éxito su ‘obra gruesa’, le reventó en la cara el tema de las pensiones y no parece tener respuesta. Los que con un agudo sentido de las prioridades ofrecieron gratuidad universal para el 2020, algo que sabían que no podrían cumplir, ahora reconocen que la previsión y la salud pública eran aparentemente algo más urgente.
Con todo, ni los números en las encuestas, ni la caída en la inversión o el deterioro del clima político parecen alterar el rumbo. La Presidenta y sus ministros observan los efectos como si no tuvieran ninguna relación con las causas. Es que la crisis es ‘un fenómeno global’, respondió Bachelet hace un tiempo al diario El País, de España; simplificación que aquí sirve para eludir cualquier responsabilidad y para justificar todos los empecinamientos. En rigor, podemos dormir tranquilos: el impresionante cuadro de deterioro reflejado en la última encuesta Adimark -y en todas las demás- es expresión de “un fenómeno global”.
Desde esa lógica, quizá la Presidenta tiene razón: no hay ninguna urgencia ni necesidad de hacer cambios, menos aún de gabinete. Sólo hay que seguir adelante con convicción, firmes y sin vacilaciones. Las secuelas y los costos son parte del proceso, es decir, “dolores de parto”. Bachelet lo reafirmó ayer en la inauguración de los cabildos regionales: “Estamos fijando nuevos estándares sobre cómo se hace la política en Chile”. Y es verdad.