Es sin duda comprensible que un sector de la sociedad chilena haya recordado el 11 de septiembre de 1973 como una fecha que le significó dolor y pena. Para el otro sector, fue la solución a una delicada crisis que afectó a nuestro país.

A casi medio siglo de la ocurrencia de esos hechos, resulta un imperativo ciudadano alcanzar una sana convivencia nacional. Ello, sin renunciar a las respectivas convicciones y lealtades que cada uno expone, porque la misión debe encaminarse a construir la unidad, teniendo siempre presente que unos y otros no pensamos igual respecto del pasado. Este propósito debe ser concebido partiendo de la base de que el sufrimiento no es patrimonio solo de una parte de los chilenos.

En esta oportunidad, a su vez, nuestras autoridades han puesto su acento en tener memoria, “para no repetir sus errores”; y recordar la historia, para aprender de sus lecciones y enseñanzas. No obstante, tales buenas intenciones se han visto interrumpidas últimamente por reprobables acciones violentas registradas en diferentes puntos de la capital. Así quedó de manifiesto hace solo unos días, cuando personas no identificadas que integraban una romería al Cementerio General profanaron la tumba del exsenador Jaime Guzmán.

Al analizar este tipo de episodios, cabe preguntarse: ¿En qué momento llegará la hora de que en Chile caigan los muros de la división y comencemos a desarrollar la capacidad de construir el perdón y el ansiado reencuentro?

Está demostrado, ciertamente, que los países no basan su futuro entrampados en sus quiebres históricos, sino que estos deben servir de elementos de reflexión para superar nuestras diferencias. Cuando esto ocurra, tal vez ahí comiencen a extinguirse esos grupos radicalizados que han desincentivado el interés de la ciudadanía por participar de la solución de importantes temas, que Chile necesita en el futuro cercano.

Hernán Guiloff Izikson
Presidente Fundación Presidente Pinochet