La caída del Presidente Castillo



La caída del Presidente Castillo

Mis excusas por no hacer un análisis politólogico sofisticado y solo guiarme por la clásica navaja de Guillermo de Ockam, que nos sugiere que la explicación mas simple tiende a ser la cierta. Por ello, esta opinión no se basa en metodologías propias de la ciencia política ni nada; es solo observación desde la distancia sin ningún tipo de información privilegiada. Por ende, puede ser objetada por su falta de rigurosidad o descartada por su simpleza en la observación de un hecho de suyo complejo.

Antes que nada una confesión…no creo en grandes conspiraciones políticas ni menos largas en el tiempo, ya que invariablemente se filtran a poco andar. Tampoco creo en las planificaciones políticas de largo aliento, ya que el manejo del poder nos demuestra que los políticos son, en general, improvisadores, no muy obedientes a los asesores y bastante independientes de juicio. Además, que en la política lo normal es que lo “urgente” no deje ver lo importante.

Mi experiencia me dice que una vez que ha ocurrido un hecho político, no faltan los analistas que comienzan a reconstruirlo desde el final hasta el principio dotándole de coherencia, racionalidad y eliminando todo factor de azar, como los antiguos geomantes en sus procesos adivinatorios, pero en un sentido inverso. Por esa razón, soy reticente a creer en las conspiraciones y tramas enredadas.

En verdad, creo que el Presidente Castillo no daba más en el cargo y, por eso, lo único que deseaba era dejar la presidencia lo antes posible. El sabia que su caída vendría y que nada hacía predecir que superara en tiempo la gestión de sus predecesores. No se necesitaba ser muy perspicaz para  entender que él, ni su conglomerado, llegarían hasta el 2026.

A poco andar, se dio cuenta de que no tenía las capacidades para ejercer ese alto cargo y que, lanzarse a esta aventura, había sido un error basado en una visión sectorial  o bien una “provinciana subvaloración” de los alcances del poder en su máxima dimensión …pero el asunto ahora era como salir de allí y, ojalá a otro país amigo o aliado ideológico, para quedar protegido de las persecuciones judiciales que tendría que afrontar.

Así las cosas, eligió entonces un acto desesperado y  final que provocara su caída inminente. Y tanto es así que tenía su exilio preparado. Me pregunto, ¿alguien podría pensar que el autogolpe sobreviviría mucho tiempo más y sin derramamiento de sangre?. Yo, al menos no.

¿Fue un error optar por esa salida? Probablemente si, pero ¿Por qué habría que presumirle un salida mas inteligente a alguien que nunca mostró habilidad política?. ¿Qué otras salidas tenía? Seguir la actitud de Alan García, pareciera que no, por carecer del carácter y sentido histórico de aquel. Hacer lo de Alejandro Toledo, no era posible ya que no tenía el “mundo” y contactos para ello. Imitar a Alberto Fujimori tampoco, ni siquiera tiene alguna doble nacionalidad…

A todo lo dicho, se añadió su falta de apoyo real, concreto y decidido de sus partidarios que deberían haber equilibrado la balanza.

En política a personajes que no tienen muchas luces, los “orejeros” -o mas elegantemente los asesores- les llevan a cometer grandes errores para después desaparecer sutilmente y en silencio. Suponemos, asimismo, que los asesores no pueden haber sido mejores que el propio asesorado y, además, con bastante poco coraje, puesto que ninguno actualmente está sentado con él en la Prefectura esperando el juicio.

En suma, al Presidente Castillo le quedó tan grande la presidencia como su propio sombrero y eso se percibió desde el primer día, con declaraciones en las cuales mezclaba progresismo con una impronta conservadora, difícil de entender y que mas bien hablaba de una confusión ideológica.

La democracia propicia todos los camino para llegar al poder y, hasta a veces con pocos méritos, pero también sanciona muy duramente cuando se insiste en gobernar a pesar de las circunstancias. (Red NP)

Jaime García Covarrubias