Historias de verdad

Historias que no se deben olvidar y hay que enseñárselas a nuestros descendientes para que conozcan la verdad:

 

LA MONEDA EN LLAMAS.

Relato de un piloto aeronaval:

“Pasadas las 15:00 hrs. de ese 11 de septiembre, el Comandante del Crucero Prat, me ordenó volar a la Academia de Guerra Naval. Despegué de la cubierta del buque y me bastó montar unos pocos pies para posarme en el patio de esa repartición, estando allí se me unió un segundo helicóptero. A los Jet Ranger les habíamos incorporado algunos elementos de protección como consecuencia de las tareas de orden público que desarrollábamos. Esto consistía en planchas de acero bajo el cojín de nuestros asientos y otras en el piso y en la puerta lateral. Además, también se le había adaptado su lanzador de torpedos para cargar bombas en la parte baja del fuselaje. Las bombas aéreas a instalar eran muy antiguas con más de 30 años de vida, pero conservadas al parecer en buena forma en los arsenales navales. Esto se complementaba con una mira dibujada en el plástico del piso y una pínula en el costado del panel de instrumentos”.

“Una hora más tarde divisé a un grupo de almirantes que se aproximaban caminando hacia nosotros. Me sorprendió ver al Almirante MERINO subirse a mi helicóptero y sentarse a mi lado en la cabina delantera. El segundo hombre de la Junta Militar. Creo que en ese momento no me di cuenta de la verdadera responsabilidad que asumía. En el asiento de atrás se acomodaron el Comandante de la Infantería de Marina y el Auditor General. El otro helicóptero transportaba entre otros al Director de Sanidad, que según supe después se uniría a las personas que serían testigo de la autopsia de Salvador ALLENDE, que a esa hora ya se sabía que se había suicidado”.

“Despegamos hacia Santiago, en la cabina había un tenso silencio, por los audífonos de nuestros cascos, el Almirante y yo oíamos los comunicados de las radios adherentes al nuevo gobierno que informaba de la situación general del país. Al cruzar los cerros de Lo Prado montamos a unos tres mil pies para dirigirnos a la Escuela Militar”.

“A medida que nos acercábamos al centro de Santiago, la visión de la Moneda incendiada era impactante. Una humareda de distintos tonos de grises subía al cielo. Tanques y otros vehículos militares rodeaban la Plaza de la Constitución y las calles circundantes. El Almirante me ordenó descender para observar de cerca la situación, le hice ver lo peligroso de esta medida pues aún había fuego cruzado entre las fuerzas del Ejército y los paramilitares de los ministerios en donde muchos de ellos parapetados en los pisos altos y azoteas de esos edificios ofrecían resistencia a las unidades militares encargadas de asegurar el palacio de gobierno. El Almirante me repitió la orden ante lo cual no tuve opción, no recuerdo la altura a que llegamos, pero percibí con bastante detalle lo que sucedía alrededor del palacio presidencial. El costado del edificio que da para calle Moneda estaba abarrotado de soldados y tanquetas. De entre el tumulto y el humo en las cercanías de la puerta que accede a esa calle divisé, sin temor a equivocarme, la congestión producida por la sacada del cuerpo del ex presidente”.

“Sin preguntar más, resolví montar y dejar el lugar, habíamos hecho algo muy temerario y de verdad sentí que nos estábamos exponiendo sin ningún sentido. El Almirante no objetó mi accionar seguramente porque se dio cuenta que el asunto era peligroso y que él era muy importante”.

“Aproximamos a unos de los patios de la Escuela Militar, en donde se encontraba una gran cantidad de soldados y un helicóptero institucional. En el lugar lo esperaba los otros miembros de la flamante Junta de Gobierno. Cuando me encontraba posado y aún los almirantes no descendían, aterrizó otro helicóptero del Ejército, la nariz del aparato venía destruida con los plásticos chamuscados y el copiloto con su pierna destrozada y en estado de shock. Durante el allanamiento y toma de la residencia de Tomás Moro habían sido atacados con armamento antiaéreo por las fuerzas del GAP que aún defendían la mansión. El Almirante observó la aeronave y me miró admitiendo tácitamente mi decisión de no haberle obedecido en el sobrevuelo de la Moneda. Se bajó para encontrarse con los otros jefes institucionales, momentos después llegó el General Augusto PINOCHET Ugarte que había salido a su encuentro. Un abrazo sellaba ese importante día de nuestra historia”.

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