La selfie



La selfie

26 junio, 2022

El deseo de reconocimiento —que el otro que está al frente me atribuya el valor que creo tener— es una de las pulsiones más intensas del ser humano.

Y no solo, como suele creerse, de los pueblos originarios.

También afecta a los políticos, incluso a los de larga, notable y prestigiosa trayectoria.

Para comprobarlo, basta detenerse a pensar en la selfie que se dejó tomar el expresidente Lagos con el Presidente Gabriel Boric.

Porque, bien mirado, nada hacía pensar que una escena como esa se produciría. Una breve revisión de las opiniones de Boric diputado acerca del Presidente Lagos habrían hecho predecir que una escena como esa (con la corbata ausente y los rostros cerca uno del otro para lograr que ambos aparecieran en la estrecha pantalla) nunca se produciría. Después de todo, el ascenso de Gabriel Boric fue resultado, en parte muy relevante, de la demolición del prestigio de Lagos entre las nuevas generaciones. Uno de los que empuñaron la picota con el mayor entusiasmo en esa tarea de derruirlo, desprestigiarlo e intentar tumbarlo, despachando mensajes y tuits con el mismo celular que permitió esta selfie, fue justamente el entonces diputado. Y si bien este último ha hecho de las idas y venidas su sello más personal (como aquellos que pecan deliberadamente solo para disfrutar luego de la penitencia), nada hacía pensar que el expresidente consintiera ese retrato que, no vale la pena ocultarlo, en vez de conferirle el reconocimiento al que sin ninguna duda tiene derecho, lo disminuye.

Y lo disminuye no solo por ser Lagos quien es, sino porque el personaje dominante de la escena, el que empuña el celular, divulga la foto y se beneficia de ella es obviamente el Presidente Boric, quien, así, simula ser un relevo, un miembro de la nueva generación, un adulto joven generoso reconociendo a un viejo político y subrayando, de esa manera, que este último es ya inofensivo, tan inofensivo como que él pudo zamarrearlo simbólicamente por años y reiterar el maltrato apenas anteayer y así y todo lograr que posara en una selfie, carente de corbata, imitando la moda de los nuevos tiempos que él, gracias justamente a haber derogado el valor de los últimos treinta años y el papel del propio Lagos, conduce.

La selfie es así un resumen simbólico, y casi una culminación, de lo que le ha venido ocurriendo a la centroizquierda todos estos años: retrocediendo una y otra vez en el plano de las ideas frente a la izquierda de más a la izquierda; creyendo que así salva algo de sí misma y debilita a la derecha, cuando en verdad es al revés; avergonzándose de sí misma hasta la impudicia y sonrojándose ante su pasado; reconociendo culpas y dando explicaciones por no haber hecho lo que nunca genuinamente creyó o persiguió; simulando en la hora undécima oponérsele a esa izquierda de más a la izquierda, solo para, finalmente, acabar uniéndosele no en las ideas, sino simplemente en el poder, pero uniéndosele no en un plano de igualdad, sino en una —¿cómo decirlo?— disimulada sumisión.

Por supuesto, la escena de la selfie puede ser racionalizada de múltiples formas para ocultar su lado menos grato. Podría decirse, por ejemplo, que ella es simplemente un acto republicano. Pero todos saben que esa expresión —gesto republicano— se la usa hoy para ocultar las mayores hipocresías de las que, para bien y para mal, está plagada la política. El Presidente Boric ha dicho que su visita se justifica porque hay que aprender de las viejas generaciones. Pero la verdad es que quizá él ya no necesite aprender mucho porque si algo ha mostrado es que conoce, y ejercita, mejor que nadie el secreto de la política: la necesidad de construir frases y hacer gestos para edulcorar y disfrazar lo que realmente se piensa y se cree.

Hanna Arendt y antes Maquiavelo definieron a la política como un arte de cínicos y agregaron que eso que desde el punto de vista de la moral convencional era un vicio, tratándose de la política podía ser considerada una rara virtud. Y parece ser así. Cada día parece demostrar más flagrantemente que el cinismo en política (incluso para la propia conciencia del político) es el secreto del éxito. Aunque habría que agregar que los grandes líderes que se vieron obligados a ejercitar ese arte, a veces por descuido o cansancio o lo que fuera, o por deseos de reconocimiento, acaban comportándose como ingenuos y creen que una conversación amable es una corrección intelectual de aquello que tantas veces se dijo en su contra.

Pero no lo es. En modo alguno.

Preguntado por esa selfie el día viernes, el Presidente Boric —fiel a ese tic de decir algo y luego corregirlo, pecar y hacer penitencia, de concebir la vida como un borrador destinado a ser corregido— lo declaró con total transparencia: él, afirmó, no ha cambiado un ápice su juicio respecto de los últimos treinta años.

¿Cuál es entonces el sentido de esa selfie?

Esa foto no es ni un homenaje ni un reconocimiento del Presidente Boric al expresidente Lagos, sino que se parece más bien a la foto de un cazador que posa satisfecho junto a su presa, el gesto de generosidad de quien se siente ganador frente a aquel a quien, desde su punto de vista, logró derrotar. (El Mercurio)

Carlos Peña