Legados de Pinochet y Piñera



Legados de Pinochet y Piñera

En su último año completo de gobierno, 2021, la encuesta del Centro de Estudios Públicos señalaba que la desaprobación al gobierno de Sebastián Piñera era del 82 %, mientras su aprobación alcanzaba al 6 %. Dos meses antes de su último año de gobierno, Augusto Pinochet se había sometido a un plebiscito donde, si bien perdió, obtuvo un 44 % de votos de aprobación. Así juzgó la ciudadanía: 6 % vs. 44 % de aprobación.

Esto tiene un correlato lógico: bajo el régimen de Pinochet Chile inició la mejor etapa de su historia, desde el punto de vista económico-social y también político. Los “mejores treinta años”. Entre 1985 y 2015 fue el país que más redujo la pobreza.

En cambio, el gobierno de Piñera nos legó la situación que vivimos hoy, de profundo malestar. En una columna de El Mercurio, “dedicada a la memoria del Presidente Sebastián Piñera”, Klaus Schmidt-Hebbel dice: “Desde noviembre de 2021, 212 contribuyentes de alto patrimonio han realizado procesos de cambio de domicilio tributario, para irse de Chile (…) Las salidas de capitales en los últimos años se estiman en US$ 75 mil millones”. Los que pueden realmente elegir, quieren vivir en el país que legó Pinochet e irse del que legó Piñera.

Porque Pinochet derrotó al comunismo y en cambio Piñera lo cortejó y fortaleció. Jaime Guzmán, asesor directo de Pinochet, obtuvo la declaración de inconstitucionalidad, por parte del Tribunal Constitucional, del conglomerado encabezado por el comunismo, el Movimiento Democrático Popular. Legó un modelo político con el comunismo proscrito. Garantía de tranquilidad. Por eso los rojos demoraron años, después de Pinochet, en volver al protagonismo político.

Entre sus atribuciones, Piñera tenía la de declarar inconstitucionales a los partidos que se basaran en la violencia y podía cesar a todos sus parlamentarios. No la utilizó. Se rindió ante los violentos, fueron herederos suyos y los tenemos en el poder.

Piñera no sólo no excluyó al comunismo, sino que lo cortejó. Cuando murió Volodia Teitelboim acudió al entierro y lo declaró “un grande de la historia de Chile”. Fue guardia de honor y vis-avis con Raúl Castro en la capilla ardiente de Hugo Chávez. Ayudó públicamente en sus gastos de última enfermedad a Gladys Marín. Y les hizo los dos mayores obsequios que un jefe de Estado podía brindarles: la Constitución de 1980 y casi mil querellas contra militares (r) que habían derrotado a la guerrilla. Antes había sólo trescientas.

No le agradecieron: días atrás, en un estadio casi lleno, las barras bravas corearon, a pocos días del trágico fin de Piñera, una consigna comunista grosera en su contra, declarándolo “asesino, igual que Pinochet”. Eso obtuvo.

El peor legado de Piñera, terrorismo y delincuencia, fue el mejor de Pinochet: librarnos de ambos. Araucanía en paz y fronteras respetadas. No había “puerta giratoria”: los regimientos iban a las poblaciones (podrían hacerlo hoy) y, sin violencia, examinaban antecedentes y apresaban a los que tenían órdenes de detención. Después de Pinochet, cada vez que detienen a alguien aparecen numerosas órdenes de aprehensión pendientes.

El legado de Pinochet nos dio nuestros mejores años. El de Piñera nos tiene viviendo los peores desde la UP. Pero leyendo los diarios uno diría que el primero fue tan malo que resulta innombrable y segundo tan meritorio que no se sabe cómo reemplazarlo.