Los dientes del dragón

En la mitología griega deambulan ciertos dragones cuyos dientes, plantados en tierra, brotan convertidos en feroces guerreros listos para el combate. Una versión menos pintoresca de lo mismo advierte a quien siembra vientos que tarde o temprano cosechará tempestades. Ambas maneras vienen a cuento a propósito de los acontecimientos ocurridos en Valparaíso el 21 de mayo.

Por Fernando Villegas

En efecto, estos no ocurrieron por “razones puntuales”, como dicen los políticos para minimizar los sucesos luctuosos y/o la corrupción, sino sucedieron y seguirán sucediendo como fruto emponzoñado de la siembra de una visión del mundo hoy casi absolutamente hegemónica aunque no  por su capacidad de convicción y/o popularidad, sino por no haber otra. Entre tantos elementos curiosos de esta singular cosmovisión, la “voluntad del pueblo” y el “perfeccionamiento de la democracia” pueden manifestarse con que tan sólo 100 o 1.000 energúmenos se congreguen y eventualmente pongan fin a la fiesta democrática vandalizando a todo pasto.

El 21 de mayo de 2016 pasará entonces a la historia no por las Glorias Navales ni los anuncios presidenciales, sino por la más brutal advertencia que hemos recibido hasta ahora acerca de la monstruosa criatura que crece en el vientre de varios movimientos, grupos y sectas a medias políticas y a medias patológicas. Nacerá en ese templo al aire libre de la soberanía popular que según la izquierda es la calle. Fue el único anuncio de la jornada.

Los guerreros

A los guerreros brotados del suelo de Valparaíso los conocemos de sobra: es una horda ululante y rabiosa de combatientes y comandantes, anarquistas y vándalos, flaites y mocosos intelectualmente deficitarios, delincuentes y psicópatas, todos por igual armados de palos, piedras, navajas y bombas incendiarias para darse el gustito de sus vidas en un espacio despejado que tal vez sea, después de todo, las “grandes avenidas de la historia” profetizadas por Allende. En ellas reina la impunidad brindada por una fuerza pública atada de pies y manos por la superioridad política. Sus funcionarios, temerosos de perder la pega, están más interesados en pasar colados tras los escudos y no ser quemados o baleados o acuchillados que de reprimir a los heroicos guerreros. Dicha pasividad e ineficacia es efecto del simple hecho de haber sido desprovistos de medios físicos y autoridad para actuar, mientras a la vez suelen ser sometidos a un escrutinio iracundo y pertinaz por personas, grupos e instituciones que callan si un “reaccionario” es quemado vivo por acción de los luchadores sociales, pero no toleran un tirón de orejas propinado por un carabinero. Esta vez, sin embargo, la señora Lorena Fries, quien por una respetable suma de varios millones al mes se hace cargo semana por medio de los derechos humanos de la nación, consideró “correcta” la acción policial. En efecto, para ese sector del que ella es parte fue correctísima: no hizo casi nada.

Una  “fuerza pública” eficaz  hubiera podido sofocar desde un comienzo la marcha por avenida Pedro Montt de quienes se dieron sobrado tiempo para incendiar y saquear un establecimiento tras otro y eventualmente matar al señor Lara, pero es difícil contener hordas armadas correteándolas con las manos desnudas y tímidos chorros de gas lacrimógeno no demasiado irritante porque eso, recuérdese, se prohibió hace tiempo debido a ser muy “represivo”. Ni hablar del uso de armas de fuego aunque los estén quemando vivos. Ni hablar de lumas. Ni hablar del guanaco, no sea que un nene pueda tropezar, caer y pegarse en la cabecita. Ni hablar de balas de goma aunque por su parte puedan recibir, como ha sucedido, proyectiles “full metal jacket” de 9 mm. Ni hablar de procesos y sanciones para los pocos detenidos, siempre dejados en libertad en cuestión de horas. Los carabineros ni siquiera debieran usar cascos; ya alguna vez se dijo que hacerlo era una “provocación”.

Los dientes

Los dientes de los que emergieron los energúmenos del 21 de mayo y en toda otra ocasión han estado siendo sembrados a lo largo de dos años; lo han hecho el gobierno, la NM y los adolescentes y jóvenes que en los colegios, las universidades o hasta en el Congreso orbitan alrededor del proyecto revolucionario -bautizado “proceso de transformaciones profundas”- de la coalición gobernante y la señora Presidenta. Son quienes han satanizado legal y moralmente la acción represiva contra los subversivos del orden público, siempre descritos benévolamente como luchadores sociales o pobres víctimas del sistema. Son quienes predican a jornada completa contra el perverso modelo y promueven la demolición de las instituciones más básicas. Son quienes histéricamente hablan de “balas represoras” de la fuerza pública como si en las calles de Chile decenas o cientos de manifestantes yacieran acribillados a balazos. Son quienes han destruido la vigencia de las normas y el respeto por las más mínimas decencias de la vida en sociedad. Son quienes nos han dejado a la intemperie, a merced de los violentos.

Lágrimas de cocodrilo

¿A título de qué, entonces, han aparecido revolucionarios tuiteando o discurseando con lágrimas en los ojos por la muerte del señor Lara?  ¿Qué necedad o hipocresía inspira textos donde se reprocha sus actos demenciales a los ahora llamados “delincuentes”? ¿No abunda todos los días en la boca de estos genios hoy fingiendo estar escandalizados un lenguaje termocefálico -o microcefálico- que habla de empujar a un lado a las actuales elites y de llamamientos a marchas que se sabe bien en qué terminan? Hablamos de necedad o hipocresía porque no hay otras alternativas: si se cree que se puede atizar el fuego sin provocar incendios, se es un tonto de capirote; si se sabe en qué terminan esas cosas pero se las considera necesarias para empujar el proceso de cambios, estamos frente a hipócritas redomados.

Es de temerse que dichas falsas lágrimas las derrama también el Estado central. Cada vez que se cometen delitos de esta clase, cada vez   -y en La Araucanía ya son cientos de veces- que se cometen ataques incendiarios, cada vez que se balea a mansalva en emboscadas, cada vez que se amenaza con violencia, en cada una de esas ocasiones el gobierno anuncia “querellas contra quienes resulten responsables”. Pero nadie resulta responsable. De los detenidos en la “jornada de lucha”, en pocas horas ya estaban libres todos, menos uno. “No se ha acreditado el delito”, nos dicen.

Pero no nos alarmemos porque el intendente de la Región de Valparaíso anunció con serena firmeza y viril energía que no se concederán permisos en el futuro para marchas en los días 21 de mayo. Los violentistas quedan entonces notificados: pueden organizar sus aquelarres en cualquier día del año, salvo el 21 de mayo. De ahora en adelante sólo dispondrán para su lucha social de 364 días anuales, ni uno solo más.

Adónde vamos

Si el lector de estas líneas se embarcara en una máquina del tiempo y viajara en ella a fines del año 70 para quedarse hasta mediados del 71, olvidando además en el viaje lo que ya sabía, bien podría decir, a la vista de los sucesos todavía acotados -asesinato de un general incluido- ocurriendo en ese lapso, que eran exageradas las advertencias de venir peores tiempos. Podría evaluar los conflictos del día a día como cosas puntuales comprometiendo sólo a un reducido grupo de extremistas. Podría insistir con una sonrisa de complacencia que uno estaba haciendo un “mal análisis”.  Podría hablar de no haber en curso una revolución, sino a lo más un proyecto de muy necesarias y circunscritas reformas.Podría olvidar que los conflictos no nacen sólo de la presunta razonable medida de lo que pretende un sector reformista, sino de su interacción con el bando opuesto. Podría dejar de ver que los procesos sociales se multiplican en sus efectos por sus iteraciones colaterales y se desequilibran con inusitada velocidad. Con toda seguridad terminaría diciendo, como lo hizo en esos años mucha gente, que se “había exagerado en exceso”

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