Me Reintegro a la Chilenidad
Me Reintegro a la Chilenidad
De un tiempo a esta parte me he desviado de la mayoría de la nacionalidad, sustentando posiciones rechazadas por ésta, como negar la política de violaciones a los derechos humanos achacada al Gobierno Militar, recordar diabluras de Piñera, en particular las que mantienen procesado a Santiago Valdés, y no tener relato alguno acerca de asaltos sufridos, pues casi todos mis compatriotas los tienen y a mí el último que me había afectado se remontaba a 2006 y ya estaba archirrelatado.
Entonces la noche del martes último me permitió salir de esta condición minoritaria, pues sentí ruidos en la puerta de calle y cuando fui a averiguar el motivo, un encapuchado vestido de negro me puso una pistola en la cabeza mientras tres más de ellos aterrorizaban de igual manera a las dos mujeres de la casa y a mi hijo menor.
El encapuchado me preguntó dónde estaban la plata y las joyas y yo le pasé los billetes que tenía en el bolsillo trasero del pantalón, lo cual lo enfureció y entonces con la mano libre me dio una cachetada que me remeció los sesos y me hizo acordarme instantáneamente de que tenía más plata en un maletín del dormitorio. Tras decírselo me condujo allá a empujones de pistola.
En el dormitorio gemía mi mujer tendida boca abajo en el sofá, con un encapuchado que le tenía una rodilla encima y un cuchillo enorme junto a la garganta, mientras le tiraba el pelo pidiéndole sus joyas, las que yo veía perfectamente en el anular de su mano colgante y en particular el solitario que le regalé para los bodas de oro y que sólo yo sabía cuánto me había costado. Entonces nuestra nana se le acercó a consolarla, alejándose de su respectivo pistolero, y tomándole la mano le sacó los anillos y se los puso en su bolsillo sin que nadie se diera cuenta.
Al pasar yo junto a mi afligida mujer quise consolarla, pero el de la pistola me la enterró en la espalda, diciéndome: “¡el maletín!” Entré al closet y se lo entregué, sabiendo que nunca iba a tener otro igual, pues era alemán y de cuero de elefante. Lo había comprado en Hong Kong en 1973, año desde el cual todo el mundo que lo veía me lo había admirado. Contenía un poco de plata, un Apple casi nuevo y una pistola Mauser 6.35 que me había regalado mi padre al cumplir yo 21 años y que él había tenido desde que militaba en la Milicia Republicana de los años 30.
La entrega del maletín a los encapuchados provocó un efecto mágico en los cuatro, en particular cuando uno de ellos gritó “¡vienen los pacos, porque está conectada la alarma!”, lo que no era verdad, porque yo me había olvidado de conectarla. Pero se confundieron al ver encenderse los rayos interiores del sistema. Y se marcharon corriendo, dejando la puerta de entrada semidestruida y no sin antes amenazar dos veces a mi hijo menor con dispararle en la cabeza, habiéndonos a los demás dispensado cinco minutos horrorosos de nuestras vidas.
Entonces pulsé tardíamente el botón de pánico y llegaron los carabineros, que se quedaron hasta las tres y media de la mañana tomándonos declaración. Se interesaron por la pistola Mauser que, les confesé, tenía inscrita pero carecía de permiso para trasladarla en mi maletín. Por consiguiente, me temo que, como suele suceder, voy a ser el único procesado y condenado en la causa y los delincuentes van a volver a quedar impunes, como en nuestro asalto de hace doce años, en que no estábamos en la casa y se llevaron todo lo que les cupo en su camioneta.
Pero, como recién asaltado, me incorporo a la masa de igual condición y considero que he recuperado buena parte de mi chilenidad.
Hermógenes Pérez de Arce