La
elección de Sergio Micco como nuevo director del Instituto de Derechos Humanos
y la mantención del senador Alejandro Navarro en la presidencia de la comisión
respectiva del Senado han suscitado duras críticas.
Al manifestar su rechazo a ambas personalidades, los detractores de Micco y
Navarro —críticos ubicados en polos opuestos de la sociedad— han procedido del
mismo modo: han asumido los derechos humanos como derechos propios frente a los
personeros cuestionados. Y, desde esa perspectiva, han exigido “su derecho”:
váyanse. Pero tanto el nuevo director del INDH como el senador chavista han
sido legítimamente elegidos por sus pares y, por lo tanto, han sido
considerados como personas aptas para desempeñar ese papel. El derecho de las
respectivas instituciones ha funcionado; nadie puede alegar contra Micco o
contra Navarro que ellos hayan violado sus derechos humanos.
O sea, quienes piden sus cabezas no están razonando de acuerdo al bien que
afirman proteger, sino que están procediendo exactamente del modo contrario:
con sus exigencias, están dañando los derechos humanos de quienes no piensan
como ellos.
Pero el problema es más serio. No se trata puramente de defender a las
instituciones y a las personas que las encabezan, sino más bien de razonar
sobre la naturaleza misma de los derechos humanos, como teoría y en concreto.
Sergio Micco es considerado inepto por su oposición al aborto en tres causales
y, en eso, Micco está en lo correcto. Si quieren defenestrarlo, intenten
demostrar que está equivocado, discutan con él, aunque probablemente no
lograrán derrotarlo, por la solidez de su posición y su categoría personal. A
su vez, Alejandro Navarro es considerado inhábil por defender al régimen de
Maduro y, en eso, Navarro, está equivocado. Si quieren que renuncie,
argumenten, enfréntenlo intelectualmente y, casi con toda seguridad, lograrán
demostrar la debilidad de su postura. Procediendo así, se reconoce a los
derechos humanos como un tema de categoría intelectual y política. Mientras que
tratarlos como un dogma al que aquellos herejes habrían renunciado solo trae
guerras de religión… en las que se violan los derechos humanos.
Se suele repetir que los derechos humanos no son patrimonio de ningún sector,
que no son de izquierda, ni de centro, ni de derecha; ni socialistas, ni
liberales, ni conservadores. Bien, pero ¿entonces de dónde son? De la persona
humana, pues, ¿de dónde, si no, van a ser? Es efectivamente ahí, en sede
antropológica, donde tiene que plantearse la discusión de fondo.
Y eso hace que la disputa no esté ganada de antemano por ninguna visión, ni que
sea exclusiva de tal o cual institución, ya que toda organización humana es por
definición un instituto de derechos humanos y toda institución humana tiene,
por naturaleza, una comisión interior de derechos humanos, partiendo por la
familia.
Por cierto, aunque el tema es fundamentalmente antropológico, sus dimensiones
históricas y de política internacional son mucho más atractivas, son las que
suscitan los dimes y diretes. Es mucho más fácil afirmar que “ustedes en el
pasado violaron los derechos humanos” y retrucar “pero ustedes no tienen
derecho a quejarse, porque lo siguen haciendo en tal o cual país hasta hoy”. Es
mucho más difícil argumentar que no se mata a un niño con el aborto y es casi imposible
sostener que Maduro ha respetado la dignidad humana de los venezolanos.
En ambas materias, las izquierdas prefieren el dogma sobre la discusión. Por
eso hay que llevarlas a terreno. Y ahí, Sergio Micco tiene de sobra la
capacidad para demostrar la corrección de su postura; es de esperar que los
detractores de Navarro, también.
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