¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???
¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???
Opinión de un sacerdote patriota:
Institucionalizando el conflicto
Por Natalia González Bañados, Abogada y Master en Derecho
Llevamos años conviviendo en un ambiente insoportable, sobre politizado y al extremo polarizado. El conflicto se ha instalado prácticamente como una condición de la existencia ¿Deseamos permanecer así? Pienso que la gran mayoría de los ciudadanos contestaría que no. Entre los severos problemas económicos y de seguridad pública, seguir condimentando la división y el mal trato entre nosotros nos conducirá a un destino desgraciado.
Pero no todos están por resolver nuestras diferencias en paz. Hay quienes validaron la violencia como método de acción política y hoy buscan institucionalizar el conflicto entre nosotros a través de la propuesta constitucional. Lo hacen bajo un proyecto de democracia radical y aparente, pero la tildan, propagandísticamente, de sustantiva, inclusiva y participativa. Yes que las nuevas lógicas de acción política que se instalan desde la extrema izquierda suponen y requieren del conflicto social permanente.
En momentos en que se vive una crisis de representación y en que los partidos políticos están desprestigiados, surge la oportunidad perfecta para que la izquierda radical chilena instrumentalice a los movimientos sociales y las causas identitarias, como una nueva forma de agitar las aguas, haciendo imposible la deliberación y los acuerdos.
Como el relato adversarial entre dueños del capital y obreros se ve superado en la actualidad en tanto instrumento, la extrema izquierda chilena recurre a esta nueva forma de acción política, de corte corporativista, para transformar el orden social. Para la izquierda radical, de la que afortunadamente ha comenzado a separarse parte de la centroizquierda, es indispensable la constitución de identidades colectivas que construyan hegemonía a partir de la disputa en los múltiples centros del poder.
Para esta izquierda “schmittiana”(1), el criterio autónomo de lo político reside en la distinción entre amigo y enemigo. Basta con la posibilidad real de agruparse como amigos y enemigos para crear una unidad que tiene un carácter decisivo.
Lo político es así una forma de enfrentamiento, en que los adversarios no son sujetos individuales, sino que la unidad de análisis de la relación política es el grupo, de modo que en la relación amigo enemigo se oponen dos colectividades, distinguibles públicamente. Las relaciones políticas, de este modo concebidas, se caracterizan por la presencia del antagonismo (Arditi, 1995); el conflicto está en la base de lo político. El caso contrario, el de un mundo en paz sin posibilidad de lucha entre amigos y enemigos, carecería de política.
A través de estos colectivos, la izquierda extrema encuentra plataformas para agitar su ideario político radical, para luego beneficiarlos y perpetuar el círculo.
Las identidades colectivas, antagónicas de ese algo exterior que les niega identidad (al mismo tiempo que es condición de su existencia), permiten erigir fronteras incompatibles e indispensables para la constitución del sujeto político.
Bajo la corriente “schmittiana”, que inspira a Atria y tantos otros, para construir una identidad colectiva, a través de una serie de equivalencias, es esencial la división del terreno en dos campos y la producción discursiva del enemigo.
Y el asunto es que la propuesta constitucional, identitaria, plurinacional y fraccionadora, es la consagración misma, y la perpetuación permanente, del antagonismo. En vez de avanzar hacia modelos orientados a configurar grandes mayorías; representativas del interés general de la sociedad, que faciliten los acuerdos en la arena política, tan demandados por la ciudadanía en salud, pensiones, educación y orden público.
El sentido y fin del texto que votaremos en septiembre está en la fragmentación de la sociedad para mantenerla en clave de conflicto. Hija del octubrismo, más a la izquierda y radical que muchos que hoy se definen de izquierda en Chile, la propuesta constitucional es la formalización del conflicto social permanente. Y, atención, ningún país alcanza niveles de desarrollo humano deseables y mayor calidad de vida con altos niveles de conflicto interno.
Paradojalmente, aprobar la propuesta de nueva Constitución es aprobar el conflicto institucionalizado que solo profundizará la división de la que nos prometieron escapar y que supuestamente se originaba en la Constitución actual. Y como en conflicto permanente no hay progreso posible, aprobar es también despedirse de un mayor bienestar y de esos derechos sociales que tanto nos prometieron.
La propuesta es, en vez la receta garantizada para el más estrepitoso fracaso.
¿Es eso lo que queremos a partir del 5 de septiembre?
- Carl Schmitt fue un jurista alemán, teórico político y miembro destacado del Partido Nazi. Schmitt escribió extensamente sobre el ejercicio efectivo del poder político.
Página Editorial del sitio Web Cosur Chile y de su revista digital “Tres Espadas”
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José Rodriguez Elizondo, Jefe de Corfo con Allende y ex exiliado politico entrega sus fundamentos para Rechazar y un pronóstico de la revolución en curso después del 04.Sep. (25 minutos)
Promesa defraudada
por Josefina Araos
La gente no pedía demasiado. No esperaba la utópica construcción de una casa común sin fisuras, como dijeron entre burlas los mismos que reivindicaron la imagen al inicio del proceso constituyente. No pretendía ninguna especie de consenso ideal donde los conflictos quedaran definitivamente superados, como acusaron algunos al denunciar una insuficiente apertura a nuevos estilos de deliberación, supuestamente más propios de las grandes mayorías. La gente solo esperaba una política que funcionara; una política un poco mejor que aquella de las últimas décadas. Porque las personas saben bien cómo pararse en el lugar en que están. Saben que no es lo mismo estar en el living de la casa que en el trabajo; en un bar que en una reunión; en el estadio que en el Estado. No solo las élites y la clase política saben habitar la República: la decencia común es una virtud que se distribuye sin demasiada atención a la clase social. De hecho, suele estar más presente en los grupos menos favorecidos; los que nunca han llegado al poder, y en nombre de los cuales hablaban los rostros nuevos que llegaron a la Convención.
Por eso no fue solo a los poderosos a quienes molestó la performance que allí tuvo lugar. Fue el enojo de quienes esperaban ver figuras comportándose a la altura de las circunstancias, dispuestas a cumplir la función que se les asignó. Era la ocasión para elevar la política a lo exigido por las personas comunes y corrientes, con honorabilidad y respeto. La sensación que quedó, en cambio, fue la de asistir a una suerte de terapia grupal donde algunos iban a hacer catarsis, otros a desatar rencores guardados y otros a instalar su bandera, convirtiendo a ese espacio en uno de revancha individual, y no de realización colectiva. Así, la promesa de renovación que traían consigo los independientes fue rápidamente frustrada al constatar una política incluso peor que la ya conocida. Por eso muchos tomaron distancia antes de que estuviera el texto definitivo; bastaba el show para desencantarse. Y es que para las personas proceso y resultado son cosas inseparables, por más que los defensores de la propuesta constitucional intenten distinguirlos hoy, desconociendo lo que dijeron ayer. No es que el texto les de lo mismo, o que sean manipuladas, o que no entiendan lo que leen. El punto es que saben que la política es mucho más que un listado de propuestas. Se trata también de una puesta en escena, de la comunicación de un relato, de la manifestación de un cierto ethos y virtud; de una manera de hacer las cosas, de cuidarlas. Pero nada de eso apareció en estos meses.
Por eso es tan crítico el escenario del 5 de septiembre. Porque, pase lo que pase, tendremos una ciudadanía con la paciencia más colmada, decepcionada con lo que vio, demandando consensos a una política en la que confía poco, inquieta por conflictos agudizados y asediada por problemas cotidianos crecientes. Y, sin embargo, hastiada y agobiada, esa misma ciudadanía seguirá exigiendo las bases institucionales para un nuevo pacto social. ¿Cómo lidiar con esta mezcla de altas expectativas y desapego con una institucionalidad que permanentemente las frustra? El dilema, de no resolverse, es potencialmente explosivo: la misma gente que buscaba una política a la altura de nuestros desafíos, al confirmar una y otra vez su decepción, se verá tentada de dejar de esperar algo de ella, para volcarse sobre otras vías que ofrezcan resolver con eficacia -y al costo que sea- sus desoídas inquietudes. Si la clase política no es capaz de hacerse cargo de ese dato, con independencia de lo que ocurra en el plebiscito, la salida de nuestra crisis se hará cada vez más esquiva.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el domingo 20 de agosto de 2022.