Por Humberto Julio Reyes
Así es estimado lector, el mal llamado Museo de la Memoria ha hecho noticia por boca de su joven directora quien, en reciente entrevista por La tercera, aboga para que en el marco de la conmemoración de los 50 años del 11 de septiembre, las Fuerzas Armadas pidan perdón y entreguen el paradero de las víctimas que, hasta el día de hoy, se consideran desaparecidas. Sus palabras:
“A 50 años del Golpe, es hora de que las FF.AA. digan ‘perdón, esta es la información que tenemos’”.
Dejé constancia de la juventud de la directora porque ello justificaría su absoluta ignorancia de los nefastos 1000 días de la Unidad Popular. Como no los vivió, al igual que sus contemporáneos, sigue la línea de condenar actos prescindiendo del contexto, lo que siendo cómodo es irresponsable en su condición de funcionaria pública.
Pero, dado que opina como si no hubiera existido 20 años atrás una “Mesa de diálogo”, cuando ya no era una niña, ocasión en que las FF.AA. entregaron justamente lo que ahora está pidiendo, me parece una mezcla de ignorancia y tozudez ideológica efectuar esta suerte de emplazamiento.
Probablemente su relativa juventud o formación la lleven a suponer que los sucesivos comandantes en jefe de las FF.AA. han mantenido un archivo con la información pertinente y que se la han ido traspasando cada cuatro años sin importarles el dolor de los deudos.
Asumo también que ignora que “la contrapartida” a la información proporcionada fue la reapertura de causas que tenían sentencia ejecutoriada y de nuevas causas por parte de los ministros de fuero quienes, al ignorar cosa juzgada, amnistía y prescripción han podido seguir condenando hasta el día de hoy y sin horizonte de término, tal como lo acaba de confirmar el ministro que oficia de coordinador de causas de derechos humanos al entregar un completo informe.
Un colega le ha contestado a la directora en redes sociales en forma extensa, fundamentada y propositiva pero, en mi opinión, mucho más valiosa debiera ser la carta al director publicada en La Discusión de Chillán el 4 del presente mes, por provenir de un historiador que conoció prisión, exoneración y exilio pero que, sin embargo, se niega a “revivir el odio para dividir a los chilenos entre los buenos y los malos”.
Esta carta merece ser leída in extenso y meditada especialmente por quienes parecen estar motivados justamente por nada que huela a reconciliación pero, antes de terminar estas líneas, reproduzco tres frases que le calzan como anillo al dedo al museo en cuestión y a su actual directora:
“El Museo de la Memoria sólo se ocupa de los horrores, no hay “memoria” para los errores de otros.”
“No hay texto sin contexto enseñan las ciencias sociales”.
“Anclados en el 73, sólo con la mirada de unos, no tendremos futuro”.
¿Lo entenderá la joven directora o aportará también con su granito de arena a la eterna división?