Me parece que la mayoría de los chilenos olvida que en el año 1973 Chile estaba destruido económicamente, que el gobierno había producido “el grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República” —como lo declaró la Cámara de Diputados—; que los políticos habían llevado a Chile a un callejón sin salida que hizo inevitable la intervención militar y que se había gestado en el país un ambiente de violencia y de odios extremos, que dividió a los chilenos en dos bandos irreconciliables y que lo llevó al borde de una guerra civil, que habría sido tanto o más cruenta que la española. Olvidan que ante la gravísima situación que se vivía; la anarquía, la violencia generalizada y el terrorismo; las amenazas con el paredón a los opositores al régimen; la pérdida de las libertades; la usurpación de propiedades, la expropiación de tierras e industrias; el desabastecimiento y la destrucción de la economía, de las instituciones políticas y de la democracia; el riesgo inminente de una guerra civil y de la instauración de una dictadura totalitaria marxista en nuestra patria, la enorme mayoría de la ciudadanía, angustiada y desesperada, pidió la intervención de los militares para que ellos, en nombre del pueblo, ejercieran el legítimo derecho de rebelión.
A ellos les recordaría algunas declaraciones, tales como las siguientes:
El jefe del MIR que asoló extensos territorios del sur de Chile, conocido como “Comandante Pepe”, declaró: “Tiene que morir un millón de chilenos para que el pueblo se compenetre de la revolución y ésta se haga realidad. Con menos muertos no va a resultar”.
El presidente del Senado Eduardo Frei Montalva, en agosto de 1973, cuando le fueron a pedir que tomara medidas dijo: “Nada puedo hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema sólo se arregla con fusiles”. Con posterioridad al pronunciamiento militar declaró: “los militares han salvado a Chile” y “los militares nos salvaron la vida y de una degollina”.
Estas últimas palabras de Frei están en perfecta consonancia con la respuesta que el cardenal Raúl Silva Henríquez le dio a William Thayer Arteaga cuando este le preguntó: Dígame, Eminencia, ¿no cree usted que si no es por los militares, a muchos de nosotros nos habrían asesinado? “No solo a ustedes, sino que a mi también. A todos nosotros”.
Y también son concordantes con lo expresado por Rafael Retamal a Patricio Aylwin, cuando éste le hizo saber su preocupación por las acciones de las Fuerzas Armadas y Carabineros que afectaban la libertad y los derechos de las personas: “Mire, Patricio: los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del derecho”.
Lamentablemente, ante esta gravísima amenaza de vida o muerte que se cernía sobre la nación, las FF.AA. y de Orden se vieron obligadas a adoptar medidas fulminantes, con decisión y energía —aunque dolorosas—, que permitieran controlar rápidamente la situación con un mínimo de pérdida de vidas humanas.
Adolfo Paúl Latorre, Abogado
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