Votar Apruebo implica correr el riesgo de, al querer refundarlo todo, destruir también todo lo bueno que ha pasado en Chile en estos 30 años.
Nadie tiene su futuro garantizado. Los países tampoco. La decisión que tomemos este fin de semana nos acompañará por muchos años. Los riesgos y los costos de iniciar un proceso constituyente desde cero superan ampliamente los costos y riesgos de avanzar más rápido por el camino de reformas graduales y pragmáticas, que han permitido que Chile sea la nación que más ha avanzado en América Latina en desarrollo económico e inclusión social en las últimas tres décadas. Por eso, este 25 de octubre lo más razonable para aquellos que creen que el país necesita mejorar, pero no reinventarse, es votar Rechazo.
Desde el estallido social del 18 de octubre, los chilenos nos hemos visto obligados a mirar hacia atrás y evaluar lo que hicimos bien y mal desde el retorno de la democracia. Precisamente porque hicimos muchas más cosas bien que mal, el juicio de las generaciones más jóvenes ha sido lapidario. Los chilenos creen que Chile debe hacer mucho más y hacerlo mejor. Aunque los protagonistas de estas últimas tres décadas puedan sentir que es injusto que los chilenos no valoren adecuadamente todo lo que se avanzó, la evidencia más concluyente del éxito que tuvimos como país es que la gente ya se olvidó de lo mal que estábamos. Para los que no lo vivieron, resulta imposible visualizar el Chile de 1990 o incluso el Chile de 2000. La gente hoy quiere más. Cuando nos comparamos al resto de América Latina, la gente no recuerda que somos un país OECD y por lo tanto debemos compararnos a Finlandia o Noruega.
Más que frustrarse porque las generaciones más jóvenes no entienden todo el progreso que hemos experimentado como país, debemos estar orgullosos de que como nación hemos logrado subir nuestros estándares. La gente es más exigente y eso significa que las autoridades y las instituciones deben ser más eficientes y modernas.
Aunque aspirar a más siempre es bueno, no debemos olvidar que las decisiones que tomemos como país tienen costos y beneficios, y las consecuencias de lo que decidamos traerán riesgos y oportunidades. El mensaje que envíen los chilenos en el plebiscito del 25 de octubre definirá el futuro del país más que ninguna elección que hayamos tenido desde el plebiscito de 1988.
Muchos creen que el Apruebo permitirá dejar finalmente sepultada la herencia de la dictadura. Pero al querer sepultar las traumáticas sombras de las violaciones a los derechos humanos en el gobierno de Pinochet corremos el riesgo también de apagar las luces del modelo económico abierto al mundo que se comenzó a construir en Chile bajo la dictadura militar. Por eso, votar Apruebo implica correr el riesgo de, al querer refundarlo todo, destruir también todo lo bueno que ha pasado en Chile en estos 30 años. Es más, porque hay mucha gente que se ha dejado llevar por los cantos de sirena de que una nueva Constitución resultará en mejores pensiones, mejor salud y más oportunidades para todos, votar Apruebo significa alimentar expectativas falsas que solo producirán una mayor decepción —y la consiguiente rabia— en un electorado que se ha aferrado a una nueva promesa de una píldora mágica que vendrá a solucionar todos sus problemas.
Votar Rechazo, en cambio, es votar a favor de la hoja de ruta de cambios graduales y pragmáticos que hemos hecho como país en estos 30 años. Votar Rechazo es afirmar que no es necesario derribarlo todo para empezar de nuevo, que se puede cambiar lo malo sin destruir lo bueno. Votar Rechazo también es decirle no a la violencia como mecanismo para impulsar el cambio social. Votar Rechazo es reafirmar que las hojas de ruta de los países se deciden con el voto en las urnas y no la violencia, el saqueo y los incendios de iglesias.
El domingo 25, en la soledad de la urna, aquellos que le pierdan el miedo a la pandemia, deberán decidir el futuro de Chile y la dirección en la que avanza el país. Una opción, el Apruebo, ofrece la refundación desde la posibilidad de una hoja en blanco. Esa opción también representa la negación de nuestra historia, con sus éxitos, fracasos y lecciones aprendidas. La otra opción, la del Rechazo, permite testificar con tranquilidad, pero también certeza y convicción, que Chile ha sido capaz de construir un mejor país para todos en estos 30 años y que en vez de avergonzarnos de lo que hemos hecho, podemos ser capaces de seguir construyendo un país mejor donde quepamos todos, sin incendios, sin saqueos, sin violencia.
Chile no va a desaparecer, independientemente del resultado, pero jugar con fuego siempre implica el riesgo de quedar con una mancha permanente e imborrable. En Chile, desde el 18 de octubre de 2019, esa mancha ha sido un estallido de violencia que nos debe avergonzar como sociedad y que, de no desterrarla pronto, nublará para siempre nuestro futuro