POLÍTICA Y GOBIERNO:



POLÍTICA Y GOBIERNO:

Chile siempre debe estar primero

Por Pilar Lizana 

El debate público en cuanto al caso Monsalve ha estado centrado en los alcances políticos del asunto, en qué tan coherentes fueron las declaraciones del Presidente, el rol de Carolina Tohá, y la larga lista de asesores que supieron del tema y no denunciaron. Sin embargo, hay una reflexión que no se puede dejar pasar y es aquella sobre el impacto que tiene para el Estado y la confianza que los ciudadanos tienen él una situación como esta.

Trabajar en el Estado va mucho más allá de las funciones específicas que esas personas tienen que cumplir. El compromiso con la institución, el aporte a un país completo y la ética que ese funcionario debe tener son materias fundamentales. Los funcionarios públicos, de confianza y servicio civil, no son varillas independientes unas de otras, sino que forman un conjunto donde todas permiten materializar esa entelequia que la teoría ha definido como Estado.

Esa persona que recibe la documentación en la oficina de partes, el que genera los análisis para la toma de decisiones o quien atiende a los chilenos en cualquier oficina del Registro Civil hacen visible a ese abstracto teórico que cobra vida con el Contrato Social y, en ese panorama, una cadena de decisiones irregulares como las observadas en el último tiempo no tienen cabida.

Las lealtades mal entendidas y el abuso de poder sólo contribuyen a minar la confianza de los ciudadanos en que el Estado se hará cargo de la seguridad, del desarrollo y del bienestar. Algo, en lo que hoy por hoy está reprobando.

El sólo hecho de que dediquemos tiempo a revisar el comportamiento y declaraciones de funcionarios cercanos a la exautoridad en relación con el caso de abuso que se investiga, significa que esa ética del funcionario público de la que escribí hace poco más de un año en este mismo medio ha sido vulnerada.

El compromiso por el país pareciera no existir, y más que trabajar por Chile, trabajan por un amigo, pariente o conocido. Hoy el gobierno acusa a la oposición de instalar la idea de un pacto de silencio, pero el fondo del asunto es mucho más que eso. El fondo del problema es que los líderes políticos que gobiernan Chile se han visto envueltos, junto a sus asesores en un cuestionamiento permanente sobre la manera en que llevaron el caso, generando la idea de que han puesto a las personas antes que al país. Ese es el problema de fondo: los chilenos no debiesen tener dudas de que sus gobernantes ponen al país primero pues, cuando eso pasa, la institucionalidad se debilita, los amiguismos empiezan a ser los protagonistas y el que sufre no es otro que el Estado de Derecho.

La lección más grande que nos deja el caso Monsalve es que, cuando no se pone a Chile primero, el Estado queda pendiendo de un hilo y recuperarlo pareciera transformarse en una tarea cuesta arriba. Cuando se es funcionario público, de confianza o no, la institucionalidad siempre es primero. Son las instituciones las que deben protegerse y, de las faltas personales, deberá hacerse cargo cada uno. Mientras Chile no esté primero, el gobierno seguirá fallándole a sus ciudadanos.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el viernes 22 de noviembre de 2024.

 

 Situaciones chilenas por Tomás Mosciatti:

https://youtu.be/R010ZcgAh1Q?si=6H6SvCSwaecJAbzZ

 

 

Solzhenitsyn, natalidad y valentía

Por Vicente Hargous Fuentes 

Hace unos días se cumplieron 35 años de la caída del muro de Berlín. Más de tres décadas de hegemonía de una sociedad que, sin embargo, ya desde ese entonces se veía languideciendo de vacío, en medio de una sobreabundancia de bienes materiales. A pesar de la bonanza económica, el mundo occidental se marchita lenta pero ciertamente. Cae como una hoja del otoño que hoy en Estados Unidos ya parece invierno. 

Ya en 1978 Aleksandr Solzhenitsyn advirtió en Harvard ―que muchos podrían considerar el centro intelectual de Estados Unidos― que “el declive de la valentía es quizás el rasgo más llamativo que un observador externo advierte en Occidente hoy en día […], especialmente entre las élites dirigentes e intelectuales” (Solzhenitsyn, Harvard Address). ―A decline in courage. Pudiendo ir a hablar sobre los males del mundo soviético, Solzhenitsyn optó por mostrar a los norteamericanos lo que no veían de sí mismos: “debilidad”, “mediocridad moral”, “cobardía”, “pérdida de voluntad”, una sociedad “espiritualmente exhausta”… La decadencia de Occidente, no del todo clara en esa época, le hacía incluso señalar ―en el contexto crítico de la Guerra Fría― que él no propondría el modelo occidental como un ejemplo para su propia patria, que se encontraba en las garras del totalitarismo.

¿Qué diría hoy Solzhenitsyn de la familia en Occidente? No solamente nos falta valentía personal para casarse y para formar familia, y valentía política para promover la familia y el matrimonio, sino que hoy vemos cómo la natalidad ha disminuido de modo terrorífico. Hay menos hijos por mujer, y además es cada vez mayor la cantidad de mujeres que simplemente no quieren tener hijos. Un estudio reciente proyecta que una de cada cuatro mujeres no tendrá absolutamente ningún hijo (L. Stone). 

Normalmente, esta crisis se aborda desde sus consecuencias, especialmente económicas (no hace falta ser conservador ni de derecha para comprender la necesidad de nueva fuerza laboral para sostener cualquier sistema de pensiones), pero en ciertos ambientes ni siquiera esto es suficiente. Tal vez el mayor síntoma de nuestra decadencia sea no ya la crisis de natalidad por la que atravesamos, sino el cinismo con el que se habla de ella en los medios: “¿Quieres hijos? Finalmente, está bien simplemente decir que no” (E. Wiseman, ); “Tenerlo todo sin tener hijos” (L. Sandler); “Los adultos childfree no son egoístas” (C. Miranda). Se busca adornar incluso con cierto tono romántico la vida childfree (sin hijos). Y es que las generaciones de Millennials, X y Z, todos como grupo parecen oponerse a los baby-boomers: los DINK (double income, no kids). El nombre mismo de DINK ―“dos ingresos, sin hijos”― parece revelar precisamente el punto señalado por el Nobel ruso: no podemos juzgar a las personas concretas, pero es obvio que hay al menos algo de egoísmo en la decisión a priori de no tener ni un solo hijo, en ningún caso. En Occidente pareciera no haber espacio para la entrega, para compartir la vida y todo con otra persona, para dar vida.

Latinoamérica tampoco se libra de esta crisis: varios países de nuestra región tienen una tendencia acelerada a disminuir la cantidad de hijos por mujer ―particularmente Chile, con 1,5 hijos por mujer, seguido de Brasil y Colombia, con 1,6 y 1,7, respectivamente―, y no es casualidad que ellos sean justamente los países en los que el consumismo y el individualismo han permeado a fondo en la cultura. El modelo de desarrollo que hemos seguido en muchos países ha traído consigo cierto ethos, al que se refería Solzhenitzyn, y parece que tiene algo que ver con el fenómeno de la crisis de natalidad (en el caso chileno, para incomodidad de las élites dirigentes, esto fue advertido por Gonzalo Vial). Se trata, evidentemente, de un fenómeno cuya causa no es única, pero no parece fácil de descartar que sí refleja un ethos que hemos forjado, según el cual el individuo se basta a sí mismo y no le debe nada a la comunidad política, la familia no es políticamente relevante, el éxito económico es suficiente para una vida plena… 

La conclusión de Solzhenitsyn es lapidaria respecto de dicho ethos liberal desprovisto de barreras de contención: “Por otra parte, se ha concedido un espacio ilimitado a la libertad destructiva e irresponsable. La sociedad ha resultado tener escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana, por ejemplo, contra el abuso de la libertad para la violencia moral contra los jóvenes, como las películas llenas de pornografía, crimen y horror. Todo esto se considera parte de la libertad y se ve contrarrestado, en teoría, por el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. La vida organizada legalmente ha demostrado así su incapacidad para defenderse de la corrosión del mal” (Solzhenitsyn, Harvard Address).

Nadie podría acusar al novelista ruso de ser contrario a la libertad humana. Se trata, por el contrario, de uno de sus defensores más insignes, uno que la defendió con su carne y su sangre, y no solamente con su pluma desde la cómoda tranquilidad de su escritorio. Pero la libertad tiene un sentido, y no puede ser pasado por alto, como él mismo afirma en su discurso: “Occidente ha alcanzado por fin los derechos del hombre, e incluso en exceso, pero el sentido de la responsabilidad del hombre ante Dios y la sociedad se ha ido debilitando cada vez más” (Solzhenitsyn, Harvard Address). ¿No será que en la búsqueda de una promoción de la libertad y los derechos humanos hemos perdido de vista para qué existen en primer lugar? ¿No tiene razón en que ya no se habla de una orientación a la vida buena y, en definitiva, a Dios? ¿No será que a muchas parejas les falta valentía para casarse y para tener hijos por buscar una falsa e inalcanzable seguridad económica? 

No podemos seguir legislando como si nada de esto pasara, como si las decisiones de moral individual no tuvieran repercusiones políticas, como si el matrimonio no fuera importante (porque, por mucho que de hecho existan parejas que no se casen, es innegable que lo mejor para un niño es ser criado por su padre y su madre, en una unión estable). Se deben dar incentivos que permitan a los matrimonios jóvenes tener hijos, dar subsidios para apoyar la formación de familias, dar a las políticas públicas un enfoque de familia (Hungría podría ser un modelo interesante a seguir en todos esos aspectos). Pero sobre todo, se debe comenzar por comprender que el individualismo debe ser dejado atrás, que la mercantilización de lo invaluable es problemática y que el sentido de la libertad supera los límites de este mundo. En definitiva, quizás el camino sea recuperar esa valentía de la que hablaba Solzhenitsyn.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el miércoles 13 de noviembre de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.

 

 

 

“ENGORDANDO AL GORDO”…

PILAR MOLINA.
Periodista.


El Gobierno continúa en su carrera por engrosar al fisco, que ya está mórbido, y cada día, junto con levantarse, echa mano a 100 millones de dólares para pagar las remuneraciones del gobierno central (70 millones) y los municipios.

Lo más increíble es que estaban todos felices, bueno, casi todos, celebrando la creación del ministerio número vigésimo quinto de Chile. Sólo 28 diputados votaron en contra y 6 se abstuvieron frente al Ministerio de Seguridad Pública, que la ministra del Interior sostiene que marcará “una antes y un después”.

No creo que hable en serio Carolina Tohá, porque si así fuera, sin más carabineros, ni mejor persecución del Ministerio Público, veremos el fin de la crisis de seguridad con este nuevo secretario de Estado, que se llevará 789 funcionarios de los 13.529 que trabajan actualmente en Interior, pero que además contratará otras 120 personas y esparcirá sus cupos por todo Chile a un costo inicial de $7 mil millones anuales.

Francamente, no nos merecemos ni más ministerios ni crear más regiones, sino que administrar mejor lo que tenemos y no generar nuevos gastos si no somos capaces de racionalizar los actuales y aligerar del exceso de grasa al Estado. Por supuesto que no se les ocurrió a los parlamentarios hacer una reforma con una mirada un poco más amplia y ya que dejaron en Interior la coordinación con el Congreso, suprimir la Segpres, que se dedica a eso.

“Aunque es el sector privado el que financia al público, cada vez hay más empleados en el Estado. La relación es de 2,3 empleados públicos por cada 10 privados”.

Es más fácil seguir sumando que usar la cabeza para racionalizar funciones que se duplican, superponen o son innecesarias, como la de la vocera, que tampoco requiere ser ministra, como dijo su compañero Vlado Mirosevic.

Parece que tenemos que descender al infierno argentino para empezar a desear la motosierra de Milei que en lo que va del año ha eliminado 33 mil funcionarios públicos y 250 estructuras organizativas, que espera superen las 300.

Acá todavía queda un colchón para continuar descapitalizando a Chile. Así es que, vamos sumando ministerios, programas, consejos y organismos. Sólo en intereses de la deuda pública gastaremos este otro año US$ 4 mil 717 millones que es más de lo que pretendía recaudar en régimen este Gobierno con la reforma antievasión.

Aunque prometen que la deuda no superará el 41% de PIB en 2025, todavía hay holguras, creen, como terminar de exprimir los 4 mil millones que quedan en el FEES para emergencia, aunque no la haya y sea para financiar gasto corriente. Y las empresas públicas pueden seguir endeudándose, ya que eso no se contabiliza dentro del déficit fiscal.  Si se hiciera, habría que sumar al equivalente del 41% del PIB de la deuda del gobierno central, otros 11 puntos, que es lo que representa el récord de deuda de las empresas del fisco, empinándose a los 35 mil millones.

Mientras en Argentina harán test de idoneidad a 40 mil funcionarios, que si lo reprueban tres veces tendrán que abandonar la planta estatal, en Chile es el empleo público el que sostiene el mercado laboral y con sueldos comparativamente más altos, en el nivel medio y bajo, que en el sector privado. Como si nada, campean las remuneraciones de 4, 6 y 8 millones para los compañeros del PC y los amigos del Frente Amplio esparcidos como racimos de uvas en el aparataje público a todo lo largo de Chile.

El Gobierno sabe que es atractivo como empleador y por eso llora cuando pierde las elecciones y aprovecha cuando está de regreso en el poder. El empleo público creció en 61% en la última década. 184.416 personas tuvieron el privilegio de ingresar al Estado en el gobierno central, totalizando 487.405 los privilegiados.

Y aún cuando los ingresos fiscales han caído en casi un 11% desde el inicio de esta administración, el gasto en personal se ha expandido en un 7,3%. A 2023 ese gasto representa más de 7 punto del PIB, pero nada impide que siga creciendo en necesidades reales, como de la salud o los SLEP en Educación, y también…. en funciones inútiles.

El caso es que, aunque es el sector privado el que financia al público, cada vez hay más empleados en el Estado. La relación es de 2,3 empleados públicos por cada 10 privados. ¡Entendible! Tienen granjerías que en las empresas no. De partida, tienen condiciones laborales especiales, con evaluaciones que aprueban todos con el máximo y es prácticamente imposible despedirlos. En la contra cara, no tienen derecho a huelga. Pero las hacen en el momento preciso. Los de la DGAC en el peak de vuelos por vacaciones dieciocheras. Los de los puertos, antes de la temporada de la exportación de frutas, pasando por los del Registro Civil, el SAG, la Conaf y qué hablar de los de Salud, que usan de rehenes a los enfermos. ¡Si hasta el SII cae en la ilegalidad y la impunidad es total!

Seguir convirtiendo el sector público en el motor el clientelismo es el sueño de los revolucionarios. Pero la pesadilla para los usuarios es que no aumenta la calidad de los servicios. Basta observar los resultados en Educación y las inéditas listas de espera en Salud. Pero tampoco mejora el trato o la confianza en la administración pública. Sólo el 24% confía en ella (alta o moderadamente alta confianza), mientras el promedio en la OCDE es 45%.

Para el Banco Mundial, venimos cayendo desde hace 11 años en el índice de “efectividad de Gobierno”, con un intervalo lúcido los dos primeros años de la última administración de Sebastián Piñera. Y cómo no, si se toman privilegios que nadie más: los funcionarios tienen un promedio de 34 días hábiles no trabajados al año, un récord de récords. No es la pandemia, la excusa, el ausentismo fue de sólo 26 días con Piñera.

Mientras el Ejecutivo sigue inventando nuevos impuestos para financiar su gasto descontrolado, no se le pasa por la mente recoger la denuncia que hizo Jorge Quiroz:   programas mal evaluados que representan 18 mil millones de dólares, que se siguen repitiendo año a año, más por mantener las pegas de los funcionarios a cargo que por el destino de esos recursos millonarios que podrían destinarse a seguridad o a bajar impuestos para incentivar la inversión y el empleo.

Si no hacen lo mínimo, que es eliminar esos subsidios que significan dilapidar el tesoro público porque no cumplen su objetivo, menos podemos imaginarnos que les interese “desmantelar la burocracia gubernamental, reducir las regulaciones excesivas, recortar los gastos innecesarios y reestructurar las agencias nacionales”. Ese es exactamente el encargo del nuevo Presidente de EE.UU. al genio tecnológico Elon Musk. Por si acaso, la primera economía del mundo sólo tiene 15 ministerios.

No es la cantidad de riquezas lo que hace la diferencia entre los países (sólo piénsese en el petróleo de Venezuela) sino que la incapacidad de los más pobres de permitir al mercado asignar bien sus recursos y, en vez, sustituirlo por decisiones del Estado. El Gobierno continúa en su carrera por engordar al fisco, que ya está mórbido, y cada día, junto con levantarse, echa mano a 100 millones de dólares para pagar los remuneraciones del gobierno central (70 millones) y los municipios.