POLÍTICA Y GOBIERNO:



POLÍTICA Y GOBIERNO:

Diputado Longton oficia a Fiscalía e INDH por “actuar negligente” en juicios contra funcionarios de las fuerzas de orden

Gabriela Briones

22 dic 2024 12:14 PM

La solicitud hacia ambas instituciones fue presentada por el parlamentario, a propósito de las duras críticas a la investigación de la Fiscalía del Biobío tras la absolución al infante de marina, Ricardo Seguel -acusado por el homicidio de un comunero mapuche- ocurrida esta semana.

Hacia el fiscal nacional y la directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) están dirigidas dos solicitudes de oficio enviadas esta semana por el diputado Andrés Longton (RN), cuyo principal foco es la preocupación del parlamentario respecto al “actuar negligente” de ambos organismos en procesos judiciales contra funcionarios de las Fuerzas de Orden y Seguridad.

Los documentos enviados por el diputado manifiestan su inquietud en relación al rol del Ministerio Público y el INDH en varios casos de esta índole, en particular, tras la reciente absolución del infante de marina Ricardo Seguel, quien era acusado del homicidio del comunero mapuche, Yordan Llempi, ocurrido en 2021.

Tras aquella polémica resolución, el Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Cañete criticó la investigación liderada por el fiscal Nelson Vigueras y apuntó que “la prueba rendida por el Ministerio Público y la acusadora particular resultó insuficiente para acreditar, más allá de toda duda razonable, los hechos objeto de sus acusaciones”.

Diputado Longton oficia a Fiscalía e INDH por “actuar negligente” en juicios contra funcionarios de las fuerzas de orden

En relación a ambas solicitudes, el diputado indicó que “vemos con preocupación que no es la primera vez que los jueces llaman la atención a la Fiscalía y al INDH. A la Fiscalía, por incumplir el principio de objetividad, al tener una idea preconcebida de los hechos, no considerar pruebas exculpatorias y pasar por alto el principio de inocencia”.

“Este caso afecta al Infante de Marina Seguel, quien fue a proteger a carabineros que estaban siendo asediados bajo fuego. Anteriormente, ya ocurrió con el cabo Zamora. Es decir, las instituciones encargadas de resguardar la vida de todos los chilenos no solo enfrentan el asedio de los delincuentes, sino también, en algunos casos como estos, el asedio de la Fiscalía, lo cual es inaceptable”, agregó.

De igual forma, hizo un llamado al Ministerio Público a corregir estas situaciones y al INDH a demostrar que están utilizando los recursos públicos de manera imparcial, “ya que, con un sesgo evidente contra las policías y las Fuerzas Armadas, se querella solo para realizar una performance mediática y luego se desentiende de los hechos”, sentenció el diputado.

Oficios al Ministerio Público y al INDH

Es en ese contexto que el parlamentario de Chile Vamos se dirigió en el documento de solicitud al fiscal nacional Ángel Valencia, para pedir “un apego irrestricto al principio de objetividad” en las investigaciones y acciones judiciales relacionadas a este tipo de funcionarios.

En el documento el diputado se refirió al caso de Ricardo Seguel y señaló que en ese fallo “se detallan una serie de actuaciones desprolijas por parte del ente persecutor, el que habría llevado a juicio una prueba insuficiente para imputar por hechos especialmente graves al funcionario”.

Así también la investigación de la Fiscalía “habría omitido deliberadamente incluir en los hechos a ser ponderados los enfrentamientos ocurridos entre civiles y agentes de orden, lo que culminó con la muerte de una persona. Esto, sin duda, es una trasgresión clara al principio de objetividad que debe regir la actuación del Ministerio Público”, detalla el escrito.

En esa misma línea, el oficio enviado al INDH tiene relación a casos judiciales, como el del infante de marina o el cabo Zamora, en los que el actuar del instituto fue considerado “insuficiente o irrelevante”.

De igual manera, el diputado criticó que las acciones judiciales relacionadas a este tipo de casos -en especial aquellos vinculados a hechos ocurridos durante el estallido social- tuvieron “un valor más bien performático antes que propiamente judicial”.

Asimismo, en relación a la resolución del Tribunal de Cañete respecto al caso del infante Seguel, Longton sostuvo que aquel órgano “criticó seriamente la intervención de este Instituto como querellante, afirmando que no tuvo participación alguna en la instancia de juicio, que no interrogó a los testigos y no aportó prueba relevante para comprobar la calificación jurídica que sostenía de los hechos”.

Diputado Longton oficia a Fiscalía e INDH por “actuar negligente” en juicios contra funcionarios de las fuerzas de orden

 

 

 

 

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Roberto Ampuero
@robertoampuero

 

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@latercera

 

¡ Y lo escribe un hombre de izquierda!

 

 

Para muestra un botón:

 

 

 

“Chile tiene una anemia aguda y se desangra frente al futuro”

Por Fernando Chomali

El país está tan concentrado en la contingencia y en un sinfín de escándalos de todo tipo, que, lamentablemente, no se está pensando en el futuro. Lo urgente prevaleció por sobre lo importante y las consecuencias de este inmediatismo no se dejarán esperar.

En ese contexto, me he permitido hacer algunas consideraciones al respecto, y con cierta urgencia. Es mi punto de vista. Lo entrego como un aporte para enriquecer el diálogo. Además, quiero contribuir a que logremos buenos diagnósticos de lo que está pasando en el país, de tal manera de garantizar propuestas adecuadas para enfrentar lo que se nos viene. Los cambios que se están produciendo en Chile avanzan mucho más rápido que las políticas públicas que permitirían hacerles frente en el ámbito familiar, educacional, sanitario, económico y social.

Como la realidad es lo que es, y no lo que quisiéramos que fuera, a las futuras generaciones les dejaremos una sociedad desoladora. Sí, desoladora. A la luz de lo observado, debe movernos el realismo por sobre un pesimismo estéril. Pero tampoco están los tiempos para optimismos ingenuos. Lo que está en juego es la sobrevivencia del país y el bienestar de quienes en él habitarán. Chile tiene una anemia aguda y se desangra frente al futuro.

Viejos y solos

En 30 años más tendremos una población muy envejecida, y con todo lo que ello significa. Según estudios de la Cepal, en Chile, el año 2001 las personas mayores de 80 años eran 214.000; el año 2021, 561.000 y en el año 2032 bordearán el 1.000.000. El aumento de las expectativas de vida, gracias a los logros notables en materia de políticas públicas en salud, alimentación y estilos de vida, hará que millones de chilenos puedan prolongar su vida, pero en contraste a ello, es altamente probable que muchos pasen sus últimos años muy solos.

La soledad será el gran mal de los próximos años. La razón es muy sencilla: la actual tasa de natalidad hace inviable que los hijos cuiden a sus propios padres. La naturaleza en su sabiduría proyectaba que los hijos se preocupen de los padres. Las políticas públicas de hace décadas en Chile le torcieron la mano a la lógica de la naturaleza descuidando la promoción de la familia y de la natalidad. Las altas tasas de natalidad era lo que permitía que un padre y una madre procrearan, educaran y criaran a sus hijos, y ellos, en la adultez, cuidaran a sus padres. Si no hay hijos, no hay cuidado de los padres, y por lo tanto no hay vínculos amorosos hacia ellos y estabilidad emocional. He conocido muchos adultos mayores, literalmente abandonados en residencias. Los van a dejar y luego nunca más los van a ver. Quien tenga dinero podrá pagar compañía y cuidados, pero ello no garantizará la relación de afecto y agradecimientos que se da al interior de una familia. Ya se están fabricando robots que “simulan” a un ser humano para que acompañen a los ancianos. Quien no tenga recursos económicos sufrirá la peor de las desolaciones que un ser humano puede experimentar, además de la soledad, la falta de cuidados, incluso básicos. La deshumanización se hace sentir con este grupo de personas vulnerables.

Esta situación va a llevar a que muchos adultos mayores se harán cargo de sus padres y además de sus nietos. A algunas personas les molesta que se diga que, ante la soledad, para muchas personas la muerte se percibe como una salida al sufrimiento que ello significa. Las leyes permisivas en materia de eutanasia van por ese camino, aunque se niegue. Esa es la tragedia de Occidente. La eutanasia muchas veces no es un acto de compasión hacia el enfermo, es un acto de “compasión” hacia una sociedad que no quiere saber nada de ellos, porque son “un problema”, porque no producen, porque implica gastos y tiempo. Es doloroso, casi brutal, pero así están las cosas. Alguien podría atribuirse el derecho de afirmar qué vida merece ser vivida y qué vida no. ¿No será aquello la mayor de las arbitrariedades?

Vida compleja y sin compromisos

Es cosa de ver las estadísticas para darse cuenta de que los matrimonios son cada vez menos y quienes se casan son cada vez mayores. La tasa de natalidad ha disminuido estrepitosamente. Creo que la ausencia de interés por contraer matrimonio y de tener hijos radica en una gran desesperanza y pesimismo respecto del futuro. Según el informe de la Defensoría de la Niñez para el año 2032 (8 años más) la población infantil y adolescente representará sólo el 20% de la población global. Y los hogares monoparentales el 2032 representarán el 65,7%. En la actualidad es el 54,5%.

Es cierto que la vida cotidiana está muy complicada, en demasía, diría yo. Y ello genera inseguridad y temor. La dependencia de las máquinas para nuestras vidas es cada vez mayor. Los aparatos tecnológicos son una extensión de nosotros mismos y sin ellos nos sentimos muy vulnerables. A ello se suma que, frente a un hecho fortuito, como la pérdida del teléfono celular, el desperfecto del WI FI o del computador, o el corte del agua o de la luz, resulta muy difícil comunicarse con una persona y lograr solución a los problemas. Somos uno más en un engranaje frío e impersonal donde no nos conocemos, no nos saludamos y, lo que es peor, no nos importamos. Esa sensación he experimentado muchas veces arriba en el Metro o el bus. Cada uno mirando el celular con audífonos, desconectados del medio ambiente. Lo mismo acontece en los largos viajes en auto para desplazarse de un lugar a otro. Todas las relaciones se están dando vía celular o computador. Todo resulta ser muy engorroso, impersonal e incierto.

También se hace complejo para la mayoría de la población tener acceso expedito a los hospitales que tienen interminables listas de esperas. Las salas de espera son espacios de mucha deshumanización, a pesar del esfuerzo que realiza el personal de salud. Todos hemos vivido la experiencia de sentirse muy vulnerable ante los avatares de la vida cotidiana. Y mientras más pobre es una persona más se le hace todo cuesta arriba. Muchas personas me han dicho: “No me quiero comprometer y menos traer un niño a este mundo porque llegará a puro sufrir”. Una sociedad con esa visión de futuro está condenada al fracaso.

En mi opinión, este panorama ha ido cuajando una estructura de personalidad más bien volcada a defenderse que a explayar las pericias, los dones y las habilidades con que cuentan. Se trata de una vida marcada por el presente, sin horizonte de futuro, sin proyección más allá de vivir, de pasarlo bien, de entretenerse. Es notable cómo en las redes sociales aparecen fotos de tantas personas felices comprando, comiendo, tomando y viajando. Me pregunto si hay una equivalencia entre la foto y la realidad. A veces percibo fotos felices de personas tristes. Este fenómeno ha repercutido en amplios grupos donde la apariencia es más relevante que la realidad.

Hoy, por lejos lo que más se requiere es promover la esperanza junto con dar pasos para revertir esta situación que será muy compleja. Falta el coraje de decirle a los jóvenes que formar una familia es una maravillosa forma de vivir, de comprometerse con la sociedad, de colaborar con el bien común. Falta el coraje de decir que cada hijo es una bendición porque es una muestra del amor de Dios hacia el mundo.

He visto que en estos últimos años, en el campo de lo afectivo, los animales han tomado un lugar preponderante en la vida de muchas personas. Muchos han encontrado en ellos una manera de tener compañía, de entregar afecto y también de recibirlo. Este fenómeno no se da solamente en aquellas personas que en el ocaso de sus vidas están solas porque sus hijos ya se fueron y están pensionados, sino que también en aquellas que por distintas circunstancias no les atrae un vínculo afectivo con otro ser humano ni la consecuencia lógica que ello implica, generar una vida humana. En torno a los animales se ha generado toda una industria y una cultura con el propósito de humanizarlos lo más posible. He visto cómo se les toma en brazos, se les pasea en coche, se les da alimentos que se presentan como “premium”. Es una nueva forma de relación que sin duda palea la soledad, que mantiene ocupado y preocupado a las personas, pero que nunca alcanzará a ser una relación de reciprocidad y de igualdad. Ello conllevará a mucha frustración. En las mañanas y en las tardes se ven a muchas personas paseando a sus perros. Es de suponer que durante todo el día están solos en casas y departamentos, esperando que llegue el dueño para sacarlos a pasear nuevamente.

Hostilidad que enferma

Cuando los seres humanos no nos sentimos parte de la sociedad, la que se nos presenta como hostil; cuando no tenemos la experiencia de amar y de ser amados, respondemos enfermándonos. Es el modo como reaccionamos cuando percibimos en nuestra propia vida una distancia entre lo que somos y entre lo que queremos ser; entre lo que hacemos y entre lo que queremos hacer; entre lo que tenemos y lo que quisiéramos tener. Esa enfermedad de lo más profundo del ser tiene múltiples formas de expresarse. De hecho, el informe anual de la Defensoría de la Niñez plantea que será crítico el tema de la salud mental especialmente en adolescentes, mujeres, personas con discapacidad, y miembros de pueblos originarios. Además, plantea que habrá un aumento preocupante de pensamientos suicidas en adolescentes, de modo especial en Aysén y Atacama. Este lamentable escenario se da en un contexto de mucha violencia. En efecto, para la inmensa mayoría de la comunidad escolar, la violencia al interior de los colegios, especialmente públicos, es la primera preocupación que exige ser abordada con sentido de urgencia. Los servicios de salud no dan abasto con las consultas que requieren especialistas de psiquiatría y de sicología.

El malestar es fuente de frustración y sus manifestaciones son múltiples. Es notable cómo en Chile, sobre todo en las grandes ciudades, han aumentado los niveles de agresividad. En los colegios las tasas de denuncias por agresiones desde 1988 hasta el 2022 han aumentado significativamente. Recién el 2023 se ve una leve disminución. Detrás de ello, además de lo expresado, se esconde la idea de que los demás son una amenaza y que hay que defenderse a como dé lugar. Las comunidades educativas están en constante tensión en materia de convivencia y ello debilita los procesos educativos que por su naturaleza requieren cierta tranquilidad.

En estos tiempos, además, se da la paradoja de ver cómo por un lado el crecimiento económico ha llevado a que tengamos bienes y servicios que nuestros padres y abuelos ni se imaginaron y, por otro, experimentamos un vacío existencial muy profundo que intentamos paliar a como dé lugar con lo mismo que lo produce: las cosas, las diversiones. No sin razón Oscar Wilde decía que “en este mundo hay sólo dos tragedias: una es no obtener lo que se quiere; la otra obtenerlo”. Todo el aparato económico está pensado de tal manera que siempre queramos más cosas, casi como un deseo irrefrenable. Una vez adquirido y experimentada la sensación de que no llenó nuestras expectativas, otro producto aparecerá de manera muy seductora de tal manera que nos haga creer que “éste sí nos cambiará la vida” y así, hasta el fin de nuestros días. Las cosas o cansan, o ya dejan de sernos útiles o sencillamente defraudan. No se crece con ellas en amor, en solidaridad, en respeto mutuo. Hay una distancia abismal entre los anhelos más profundos de un ser humano y aquello que las cosas puedan aportar para saciarlos. No hay reciprocidad en el trato, no se genera admiración mutua, no hay intercambio de ser sino sólo una relación instrumental.

Por otro lado, el avance de la inteligencia artificial y la robótica implicará, en la lógica de reducir costos para ser competitivos en el mercado, que cientos de miles de empleos dejarán de existir. Muchas personas quedarán sin trabajo y las consecuencias serán devastadoras. Como aún no se ha dimensionado la magnitud del problema a nivel del aparato productivo, no se percibe una clara opción por capacitar a las personas en oficios que se requerirán en este nuevo escenario. Las empresas y las universidades están llamadas a ser pioneras en este campo. Ello exige una reflexión de largo aliento acerca de la nueva configuración de la sociedad en materia laboral.

Los desafíos como sociedad son enormes. Los estilos de vida están experimentando cambios copernicanos que nos llevará a relacionarnos de una manera distinta a la actual. Habrá muchas más mediaciones en los encuentros interpersonales. No resulta fácil tener una reunión o una conversación sin que se interponga una llamada telefónica, la respuesta “urgente” a un mensaje, un sonido de un celular que perturba el ambiente. Hoy tener un almuerzo o una cena con comensales que tengan el celular apagado es muy difícil. Siempre habrá “algo urgente” y que por supuesto es mucho más relevante que la conversación que en dicho momento se está teniendo.

Desde una perspectiva teológica nada bueno va a pasar porque la naturaleza humana exige vivir la experiencia del encuentro con otros seres humanos y saberse parte de un todo. Uno de los modos privilegiados para lograr aquello es a través del aporte que cada cual realiza mediante el trabajo. El trabajo tiene una dimensión personal, en cuanto permite crecer como persona, y familiar, pero también social. Es motivo de frustración no sentir que uno realiza un aporte a la sociedad mediante el trabajo. Este llamado es más urgente desde la perspectiva de que somos cocreadores de todo cuanto existe mediante nuestro trabajo. Es allí donde se está llamado a desplegar las destrezas, habilidades y dones con que Dios ha dotado a cada cual como parte del crecimiento del ser y no sólo del tener o del hacer.

Nada positivo se puede esperar cuando los dos aspectos más relevantes de la vida de un ser humano, la familia y el trabajo, están heridos. Tal vez hubo una lectura demasiado utilitarista y superficial de ellos. No se valoró que ambos tienen una verdad y un significado que va más allá de las opiniones personal de cada cual, olvidando la dimensión espiritual que poseen de suyo. Al hombre moderno lo embriagaron con cosas materiales, pero lo cercenaron de la dimensión espiritual de la vida, aquella que se vincula con su ser interior, con sus sentimientos más profundos y las convicciones inamovibles que surgen de su verdad. No se quiso reconocer que la realidad lleva grabada una verdad, inscrita por el Creador y cada uno se dio su propia verdad. Así no hay nada en común, salvo la conveniencia que se logra mediante pactos.

En este contexto de inmediatez la dimensión trascendente de la vida se ha relegado al nivel de magia o de mera superstición. A veces se traduce en una búsqueda desenfrenada de placer y de novedades, casi como para anestesiarse frente al vacío que experimenta el deseo nunca colmado. Estas experiencias son de suyo muy individuales, lo que ha llevado a que los demás sean vistos positivamente en la medida que me ayuden a lograr mis objetivos, pero no como alguien que vale por sí y en sí. La cultura de lo desechable también se ha instalado en las relaciones interpersonales que suelen ser muy utilitaristas. Así vemos tantos matrimonios que terminan porque las expectativas que tenía no se cumplieron y tengo “derecho” a buscar donde sí se cumplan. Ello implica un concepto muy limitado de la felicidad puesto que no incluye a los demás como parte de mi ser sino sólo en la medida en que me son útiles.

Son muchos los frentes que hemos de abordar para salir de esta verdadera crisis cultural por la que estamos atravesando que nos dejará cada vez más solos y expuestos a la violencia de todo tipo. El sistema que gira en torno al consumo y al lucro no logró que las personas fuéramos más felices. Sólo logró que el deseo por las cosas prevaleciera por sobre las personas y la dimensión técnica de la vida por sobre la ética. Es doloroso apreciar que no se percibe un interés por cuestionar el sistema socio económico que nos rige y menos el sistema educativo que nos prepara desde pequeños a competir, a estar más preocupados por los resultados que de la forma cómo los obtenemos. Una sociedad fraterna así no se va a lograr. Estaremos entretenidos, pero no felices.

La propuesta cristiana

La propuesta cristiana en este escenario resulta más atractiva que nunca. Es la única capaz de darle un horizonte a la vida definitivo fundado en la naturaleza del ser humano. Nadie como Jesucristo puede orientar nuestra vida hacia la felicidad plena, que paradójicamente se encuentra en el lado opuesto a lo que nos ofrece el actual sistema de vida. Nos dice que tenemos que sacar todos los talentos que Dios nos ha regalado para servir y no para ser servido; nos dice que la auténtica alegría está más en dar que en recibir; nos dice que estamos llamados a pedir perdón, perdonar y perdonarnos; nos dice que tenemos una misión en la tierra –una vocación– que adquiere plenitud en la vida matrimonial o consagración y que los hijos han de ser acogidos con alegría y amor porque son una bendición y no alguien de quien hay que defenderse. Frente al gran enigma de la muerte –tema tabú en estos tiempos que se trata de esconder a como dé lugar– nos plantea que no es una fatalidad, sino que un paso decisivo para estar junto a Dios.

La propuesta cristiana es de suyo comunitaria dado que pone la fraternidad como el resultado de una relación paternal con el creador. Ello resulta muy iluminador en tiempos en que la paternidad bajo distintas formas está muy pauperizada. De hecho, son muchos los niños y jóvenes que conocen la experiencia de padre en los abuelos o tíos. También los profesores suelen contar que muchos de los alumnos buscan en ellos lo que no encuentran en sus propias casas. Son muchos los niños y adolescentes que se acompañan con las redes sociales. Las consecuencias de este fenómeno recién están siendo estudiadas. Ya hay países que han restringido su uso a temprana edad. En Chile ese análisis no se ha hecho.

Algunas conclusiones

Es necesario realizar una reflexión serena respecto de estos fenómenos y sus consecuencias en los más amplios sectores de la sociedad. De no hacerlo Chile será incapaz de sostener a los adultos mayores y el sistema productivo.

Para ello es necesario pensar el modelo económico que gira en torno al máximo bienestar posible entendido en la lógica de consumir. También será necesario una reflexión en torno a la migración, la que será un elemento fundamental a la hora de pensar políticas a largo plazo. Ello no será posible sin una reflexión filosófica de qué significa ser un ser humano y cuáles son aquellos aspectos que enriquecen su ser y aquellos que lo empobrecen. Sin esa mirada antropológica sin lugar a duda que será imposible poder aunar fuerzas y embarcarse en un plan común generoso, magnánimo y altruista.

La Iglesia quiere colaborar con su mirada acerca de lo que el hombre y la mujer son y respecto del sentido último de su vida y, lo que es más relevante, el sentido del otro como parte integrante, fundamental e irremplazable de mi ser. Sólo así se vislumbra una vida auténticamente humana.

La misión de la Iglesia, por lo tanto, no es optativa, no es una más entre tantas otras. Es una misión esencial pues devuelve la razón última para vivir al ser humano.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 14 de diciembre de 2024.