POLÍTICA Y GOBIERNO:



POLÍTICA Y GOBIERNO:

*El Optimismo para Salir de la Oscuridad*

Por Cristián Labbé Galilea

Vivimos tiempos vertiginosos donde lo extraordinario se ha transformado en rutinario y lo absurdo en habitual… ¡ya nada sorprende! Noticias que en otros tiempos habrían escandalizado, hoy con suerte motivan “un flemático encogimiento de hombros”. Se ha perdido la capacidad de asombro y estamos a un paso de “ser poseídos” por la indiferencia. Nos hemos acostumbrado tanto a los escándalos, que se han transformado en “una tragedia sin eco”; tanto hemos visto… que ya no vemos nada.

Pareciéramos ciegos a la gravedad que revisten hechos como: que una autoridad gubernamental a cargo de la seguridad sea procesada por violador; que el narcotráfico haya permeado instituciones de la Defensa; que el “Tren de Aragua” transite impunemente por los rieles del crimen, la corrupción y el terrorismo; que un peligroso sicario sea dejado en libertad por orden judicial, y; como si esto no bastara, ahora resulta que el “flamante y distinguido” encargado del SII “se hace el cucho” y no paga contribuciones hace nueve años.

Garboso y elegante Director, que a esta pluma le recordó esos antiguos “Publicanos”, curiosos personajes, recaudadores de impuestos durante el Imperio Romano que, en esa época, “gozaban” de la desconfianza de los contribuyentes, y además no pocas veces, exigían más de lo debido para enriquecerse ellos.

Tal como en la actualidad, más allá de los impuestos desmedidos, el problema era la corrupción que caracterizaba el sistema, y la indiferencia moral con que se ejercía la tarea de recaudación al omitir la realidad de quien tributaba, rompiendo el delicado vínculo entre autoridad y comunidad.

Hoy la conjura sigue igual que en el pasado, pero ahora, a una exagerada y poco transparente carga tributaria, se suma un Director del SII que, con absoluta falta de celo, transparencia y honradez, elude pagar sus impuestos, y procede a agravar su situación cuando, al justificar su conducta con burdas excusas, confirma que detrás de una apariencia de rectitud e integridad se cobija una evidente falta a la probidad.

Situaciones como las descritas son las que tienen al ciudadano común desafectado de la política y de los políticos. La comunidad está cansada de comprobar que “la Casta” está más preocupada del “cómo voy ahí” que de los problemas reales que afectan al país en seguridad, orden, salud, educación y varios otros etcéteras; este cansancio se verá reflejado sin dudas, en las próximas elecciones.

Por lo tanto, no se sorprenda, mi preocupado contertulio, si esta pluma se atreve a vaticinar que en diciembre se impondrán los principios de la Sociedad Libre: la vida, la libertad, el orden, la justicia, la probidad y el bienestar. Elegiremos a quien “con claridad y sin medias tintas” garantiza un gobierno eficiente, no castigará al que produce, no perseguirá al que emprende, y no convertirá al contribuyente en el blanco de su incompetencia. Para lograrlo, un solo camino… “prender la vela del optimismo para salir de la oscuridad”.

 

 

 

La creación de una agencia nacional contra el crimen organizado

Lo único que puede arrancar ahora o en el día uno de un nuevo periodo presidencial es lo que aquí se propone, un centro nacional contra el crimen organizado, que complementa las otras propuestas que buscan hacer más efectiva la seguridad nacional, la inteligencia estatal, la defensa nacional y la seguridad pública.

por Richard Kouyoumdjian16 julio, 2025

En una conversación con Pablo Zeballos, realizada la semana pasada durante un seminario para jóvenes que AthenaLab realiza dos veces al año en las Termas de Jahuel, Pablo sugirió la idea de crear una agencia nacional contra el crimen organizado como una medida rápida y efectiva para atacar este problema, que ahora es más complejo, ya que incluye casos de corrupción narco en el Ejército y la FACH.

Estamos en tiempos difíciles que requieren soluciones efectivas a la vez que económicas, ya que las finanzas públicas están estresadas y no conozco ningún político, como lo es Milei en Argentina, excepto quizás Johannes Kaiser, que esté dispuesto a reducir significativamente el gasto social (previsional, salud, educación, vivienda, y desarrollo social y económico) en forma significativa para reasignar fondos a la seguridad pública, el sistema de inteligencia, y la defensa nacional, aspectos claves y críticos de la seguridad nacional de Chile.

AthenaLab o integrantes de su equipo ya han recomendado un uso y propósito regular para el Consejo de Seguridad Nacional, la existencia de un Asesor de Seguridad Nacional para la Presidencia de la República, medidas para operativizar la ANI y el trabajo de inteligencia que se hace en Chile, y en esta oportunidad, y tomando la idea de Pablo Zeballos, la creación de una Agencia Nacional Contra el Crimen Organizado.

Hasta ahora vemos por parte del gobierno esfuerzos poco efectivos en el combate al crimen organizado, no tienen estrategia y objetivos en la materia. Correctamente están dedicados a darle forma al Ministerio de Seguridad Pública y crear una política nacional de seguridad pública, que es más amplia que lo relativo al crimen organizado, y que por lo demás, es distinto a tener una estrategia, ya que no entra en el detalle de que hacer, porque hacerlo y los objetivos a lograr.

Es evidente que los problemas de seguridad pública son más que el crimen organizado, pero tener una organización que se dedique y tenga foco en ello hace mucha lógica. Estamos pensando en algo que se forme siguiendo la lógica militar de las Joint Inter Agency Task Force (JIATF), es decir, una organización de carácter nacional más allá que las policías y el Ministerio Público. Estamos pensando en una organización que reporta al subsecretario de Seguridad Pública, que es conjunta (todas las ramas policiales y militares), combinada (hay oficiales de enlace de los países de interés), y multi o interagencial (todas las instituciones y servicios están representados, incluyendo Ministerio Público, SII, UAF, Aduanas, Gendarmería y ANI).

Lo que se está proponiendo no tiene mayores costos incrementales significativos. Los centros de este tipo se forman con un propósito especifico, con recursos existentes, lo que hace fácil su armado, puesta en marcha, manejo y control. No tendría conflictos con el Ministerio Público, que tiene un objetivo investigativo y procesal, más bien se complementa en buena forma, más ahora que se ha creado la figura de un fiscal supraterritorial que apunta a tener una organización dentro del Ministerio Público que pueda trabajar temas como el crimen organizado y delitos de alta complejidad en todo el territorio nacional.

El seguir abordando el problema del crimen organizado con las estructuras y recursos existentes ha demostrado no ser efectivo del todo. Los resultados están a la vista. Otras soluciones del tipo cerrar la frontera, o llenar el país con cámaras y pórticos lectores ayudan, pero son soluciones muy caras, toman tiempo y no garantizan resultados. Están bien para bajadas comunicacionales, pero no pasan de eso. Lo único que puede arrancar ahora o en el día uno de un nuevo periodo presidencial es lo que aquí se propone, un centro nacional contra el crimen organizado, que complementa las otras propuestas que buscan hacer más efectiva la seguridad nacional, la inteligencia estatal, la defensa nacional y la seguridad pública.

Clave es colocar a cargo a una persona adecuada, preparada en lo técnico, orientada a los objetivos y resultados, que entienda de estrategias, capacidad de manejar equipos, y con acceso al nivel político.

Etiquetado:crimen organizadoejercitofachseguridad pública

Richard Kouyoumdjian

Experto en Defensa y Seguridad Nacional; concejal por Las Condes

 

 

 

Pobre gente damnificada de Viña del Mar:

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La hora de Kast

Por Orlando Sáenz Rojas 

 

Conocí a José Antonio Kast en la primavera de 2024, cuando le solicité una entrevista a través de un amigo suyo que es primo político mío (casado con una prima hermana).

Lo hice porque había oído muchas versiones contradictorias sobre él y me encontraba prejuiciado por la afirmación de muchos en el sentido de que era una especie de Milei o Bolsonaro a la chilena, de modo que tenía ya colgado al cuello una etiqueta de ultraderechista con algún rasgo de fascismo.

Fui a la entrevista un poco preparado para algo así y me llevé la grandísima sorpresa de encontrarme con un hombre joven, de ideas sumamente claras, pero para nada imbuido del mecanismo que caracteriza a los vociferantes líderes del ultraderechismo.

Culto, sumamente simpático y abierto a todas las ideas, muy firme en sus conceptos sobre los males de Chile y sobre los remedios que se deben intentar para curar las graves heridas del país. Recuerdo que, en aquella ocasión, lamenté que tuviera tan pocas posibilidades de alcanzar la presidencia de la República porque faltaba mucho para la elección y, a pesar de que vivía un triunfal momento, veía como muy difícil que pudiera evitar la erosión del tiempo y del extremismo que le habían colgado al cuello.

Viento a favor de José Antonio Kast

Esa sensación de remota chance presidencial me llevó a resumir mi impresión de entonces con la afirmación de que le sería más difícil llegar a la presidencia que ejercerla a pesar de sus inmensas dificultades. Por todo ello, me he alegrado de que su candidatura navegue ahora con viento a favor y con una meta de triunfo que no sorprendería mayormente a nadie.

Pero, ¿cuál es el viento a favor que infla las velas de la candidatura Kast? Curiosamente, es el desastre que va a dejar el gobierno de Gabriel Boric y del que el pueblo chileno adquiere cada vez más conciencia.

Veo que gente que hace un año desechaba votar por Kast porque lo encontraba muy extremo, ahora aplaude su diagnóstico sobre lo que ocurre en Chile y advierte las dificultades de una remontada. Es hoy, sin duda, el candidato de mejor diagnóstico sobre la gravedad de las crisis que sacuden al país.

Como esas crisis, como es la de seguridad pública, como es la de invasión de extranjeros ilegales, como es la de una educación pública desastrosa, como es la de una corrupción gubernamental desatada y descarada, como es una crisis presupuestaria inédita, como es un Estado convertido en empleador de funcionarios fantasmas y desvergonzados, etc. Estas crisis no pueden menos que requerir medidas correctivas que explican sobradamente el supuesto ultraderechismo de Johannes Kaiser y lo hacen aparecer como el verdadero realismo que exige la situación.

Es así como una creciente mayoría de chilenos está desechando las propuestas de soluciones que ofrecen más de lo mismo porque todos sabemos que eso no bastará.

No se necesita “más de lo mismo”

A vía de ejemplo, tomemos el caso de la llamada crisis de delincuencia, que en realidad es mucho más que eso. Se abre conciencia de que se necesita mucho más que unos pocos carabineros añadidos y que una mayor vigilancia de las fronteras para derrotar lo que en realidad es una multi subversión en la que lo menos grave es la delincuencia común, minimizada ya en sus efectos por la delincuencia organizada, por la guerrilla subversiva de la Araucanía, por la anarquía y por todo lo que ha dejado el octubrismo como penosa herencia.

Si un candidato ofrece para eso más de lo mismo que se ha estado haciendo, la mayoría del país va a votar por quien ofrece soluciones al nivel de la gravedad de la situación y eso se repite para todas las demás situaciones críticas antes aludidas.

Agreguémosle a todo eso, lo que no puede dejar de ocurrir en el resto del gobierno de Gabriel Boric. Ese resto se gastará en voladores de luces populistas, inalcanzables, en una capa de pintura que apenas intente dar algún brillo a la fachada de un gobierno desastroso. Un gobierno con funcionarios escapando como pueden del destino político y judicial que les espera; de esfuerzos inverosímiles por desprenderse de las culpas que marcaron su colaboración con el actual régimen. Y todo eso no hará más que fortalecer el viento a favor de quien se ha demostrado como el médico con el diagnóstico más certero de las enfermedades —y de la gravedad de ellas— que afligen al país.

Cuatro años para recuperar la gobernabilidad

Por otra parte, asoma el fantasma de otro problema que sin duda afectaría a un gobierno que, si bien puede ser de oposición al actual, no trate más que de aliviar los males mediante las manidas soluciones que solo exhiben fracasos en el pasado.

Se necesita una reforma constitucional profunda que dote al poder ejecutivo de herramientas curativas imprescindibles. Se necesita una reactivación económica de singular energía porque si el próximo gobierno solo se limita a tibias medidas que no incluyan una verdadera refundación económica, lo que va a cosechar es un fracaso de cuatro años, tras el cual puede volver un gobierno de extrema izquierda tan destructivo como el actual.

En verdad, el próximo gobierno tiene solo cuatro años para demostrar contundentes resultados de corrección de rumbo y de recuperación de la gobernabilidad.

Por todo eso, José Antonio Kast vive su mejor momento y verlo en La Moneda no debería ser sorpresa para nadie. Y tal vez eso sea lo mejor para el país porque no le faltan las cualidades de firmeza, de ideas claras, de receptividad a las observaciones, de serenidad y de compromiso que en realidad lo adornan.

Si cada chileno tuviera la oportunidad de conocerlo mejor, como lo tuve yo en 2024, podremos estar seguros de que recibirá con corbata puesta la banda presidencial que le entregará un descamisado.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por BioBioChile el jueves 26 de junio de 2025.

 

 

 

 

NADA MÁS RICO QUE LA MARRAQUETA.

Pero sabes qué pagas cuando la compras?:

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Una mejor oportunidad para la derecha en noviembre

Por Álvaro Pezoa Bissières

El domingo la izquierda chilena definió su abanderada presidencial para noviembre: Jeannette Jara, exministra del Trabajo y militante del Partido Comunista, se impuso con un 60% de los votos en las primarias del pacto oficialista Unidad por Chile, superando a Carolina Tohá y Gonzalo Winter. Sin embargo, este resultado –que representa apenas el 5,4% del padrón electoral total– evidencia más una señal de debilidad que de fortaleza.

La participación fue notoriamente baja: solo 1,4 millones de personas acudieron a votar, lo que equivale al 9% del padrón nacional. Este magro resultado deja al descubierto la apatía presente de gran parte del electorado de izquierda, salvo el núcleo duro del Partido Comunista. Aún más, la nominación de una candidata con una marcada trayectoria en la izquierda más radical dificulta seriamente cualquier intento del oficialismo por conquistar al votante moderado, especialmente en un país donde las principales preocupaciones de la ciudadanía son la inseguridad, la inmigración descontrolada y el estancamiento económico.

Frente a esta realidad, la alternativa que representa la derecha aparece más sólida y esperanzadora. José Antonio Kast, líder del Partido Republicano y actual favorito en las encuestas, ha sostenido con claridad y coherencia un proyecto político basado en principios fundamentales: libertad personal, seguridad, orden institucional y crecimiento económico. Su “Plan Implacable” contra la delincuencia, por ejemplo, ha logrado conectar profundamente con una ciudadanía hastiada de la criminalidad y la impunidad.

Desde su primera candidatura en 2017, Kast ha demostrado una convicción firme en sus ideas, lo que le ha permitido no solo consolidar un electorado leal, sino también ampliar su apoyo hacia sectores sociales que antes no se identificaban necesariamente con la derecha. Su liderazgo, sereno pero decidido, emerge como una alternativa creíble frente a un oficialismo desgastado y dividido, y especialmente frente a una candidatura comunista que plantea más retrocesos que soluciones.

La elección de Jara, paradójicamente, podría allanar el camino para un contundente triunfo de la derecha en noviembre. Su perfil ideológico extremo y la ausencia de una opción moderada en la izquierda dejan el espacio abierto para que una propuesta definida, valiente y vinculada con el sentir ciudadano se imponga con legitimidad democrática.

Chile se enfrenta a una encrucijada crucial. La elección de noviembre será más que un acto electoral: será una determinación de rumbo. ¿Continuar con un proyecto fracasado, anclado en ideas que han demostrado mundialmente su ineficacia? ¿O dar paso a una alternativa que ofrezca orden con libertad, seguridad con justicia, y progreso con responsabilidad?

Aunque faltan cuatro meses y medios –muy relevantes– para la elección presidencial, la oportunidad está ahí. Es el momento de que la derecha, con claridad de ideas y convencimiento en sus principios, la tome y la sepa convertir en una victoria que se vislumbra imprescindible para el buen futuro de Chile.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el lunes 30 de junio de 2025.

 

 

 

CARLOS PEÑA Y LUCÍA SANTA CRUZ.

julio 14, 2025

Carlos Peña y Lucía Santa Cruz: ¿defensa del comunismo o engaño ilustrado?

El reciente intercambio de columnas entre Lucía Santa Cruz y Carlos Peña, publicado por Emol bajo el título “El profundo debate entre Lucía Santa Cruz y Carlos Peña en torno al comunismo y la candidatura de Jara”, no solo refleja un desacuerdo entre intelectuales: representa, en el fondo, dos formas de ver el peligro ideológico que representa el comunismo cuando se disfraza de institucionalidad democrática.

Lucía Santa Cruz advirtió con claridad los riesgos de una eventual presidencia comunista. Lo hizo sin caricaturas, sin estridencias, y con argumentos sólidos: el comunismo no ha cambiado su esencia doctrinaria, y cualquier intento por presentarlo como una ideología domesticada no es más que una ilusión peligrosa. Recordó, además, que muchos opinólogos intentan “convencernos de que un eventual triunfo de Jeannette Jara sería perfectamente inocuo y no constituiría riesgo para nuestro país”, y añadió que “el comunismo … tiene, y siempre ha tenido, los rasgos de una religión secular, una fe inconmovible…”. Palabras que molestan, no porque sean falsas, sino porque son imposibles de refutar sin recurrir al engaño.

En respuesta, Carlos Peña hizo lo que ha venido haciendo hace años: hablar desde la supuesta imparcialidad académica, para restar importancia a las alertas legítimas. En su réplica, señaló que “es profundamente errado convertir la competencia presidencial en un debate acerca de las convicciones ideológicas finales que abrigan los candidatos o en un debate acerca de filosofía de la historia”. Es decir, lo que se debería discutir —el proyecto político de fondo— queda, según Peña, fuera de lugar. Lo importante, para él, es si la candidata es eficaz, tiene trayectoria pública, o si representa un sector social reconocido.

Ese razonamiento no es nuevo. En julio de 2024 lo analizamos a fondo en este mismo blog, bajo el título “El ello, el superyó y el yo de Carlos Peña”. Allí señalamos que su discurso parece funcional al progresismo, aunque se presente como neutro. Peña no se limita a exponer ideas abstractas: su estilo sugiere una defensa implícita de una posición de prestigio académico, y de una narrativa donde el comunismo puede convivir con la democracia liberal siempre que se presente con buenos modales, cite autores franceses y sonría en entrevistas.

Lo que Carlos Peña proyecta, en definitiva, no es una defensa explícita del comunismo, sino una forma de neutralización elegante de las advertencias sobre su esencia. No niega su historia, pero tiende a minimizarla. No celebra sus fracasos, pero los relativiza. No lo llama dictadura, pero tampoco lo denuncia con claridad. Y en esa ambigüedad sofisticada reside, para muchos, su aporte al discurso progresista: barnizar de civilidad lo que sigue siendo una ideología totalitaria, si no se le exige romper con su pasado y su doctrina.

Lucía Santa Cruz, en cambio, ha mostrado una valentía escasa en el Chile contemporáneo. Ha hablado claro, con rigor histórico y sin temor a las etiquetas. Y, por supuesto, eso ha molestado. Porque la izquierda necesita silencios, no verdades. Necesita columnistas funcionales, no pensadores libres. Y cuando aparece alguien como ella, deben salir al paso con sus mejores cuadros intelectuales. Carlos Peña es uno de ellos. Probablemente el más hábil.

Pero esa habilidad no lo absuelve. Muy por el contrario, lo hace más responsable. Porque si algo enseña la historia es que el mayor peligro para una sociedad no es el fanático, sino el moderado que le da legitimidad al fanático. Y eso es, precisamente, lo que muchos ven hoy en Peña: el rostro amable de una ideología que, bajo otras formas y otros tiempos, ya ha demostrado su vocación autoritaria.

Y la indulgencia con el Partido Comunista no es solo teórica o doctrinaria: es también histórica. ¿Quién se atreve hoy a recordar que Guillermo Teillier, presidente del PC hasta su muerte, reconoció públicamente haber transmitido la orden del atentado a Pinochet en 1986? Una emboscada que mató a cinco escoltas y casi acaba con la vida de su nieto de diez años. Nadie en la izquierda lo condenó. Al contrario, fue homenajeado en el Congreso como un demócrata ejemplar. ¿Y la prensa? Silencio.

O que Camila Vallejo, hoy ministra vocera del Gobierno, declaró en 2012 al diario El País que “nunca hemos descartado la vía armada”, siempre y cuando se den las condiciones. ¿Alguien le pidió explicaciones? ¿Hubo alguna renuncia? ¿Un cuestionamiento ético? Nada. Silencio otra vez.

Ahora bien, ¿qué ocurriría si un político de derecha confesara haber autorizado un atentado contra un presidente socialista, con muertos incluidos? ¿Qué pasaría si un diputado conservador dijera que, llegado el caso, no descarta la lucha armada? El país entero estallaría. Portadas, escándalo internacional, denuncias en organismos de derechos humanos, funas, y probablemente hasta intentos de inhabilitación política.

Y sin embargo, cuando lo hace un comunista, todo se justifica. Todo se perdona. Todo se olvida.

Basta recordar el caso reciente del diputado Johannes Kaiser, quien —en el marco de una entrevista histórica— se atrevió a afirmar que el 11 de septiembre de 1973 fue un pronunciamiento que respondió al colapso institucional provocado por el gobierno de la Unidad Popular. Sus palabras provocaron una andanada de críticas desde el oficialismo y los medios, que lo acusaron de avalar “un golpe de Estado”. Lo interesante es que esos mismos sectores guardaron un silencio sepulcral cuando Camila Vallejo, en 2012, dijo abiertamente que la vía armada nunca ha sido descartada por el Partido Comunista si se dan las condiciones. Es decir: se condena el análisis histórico de un diputado, pero se tolera sin problemas el respaldo explícito a la violencia revolucionaria desde el oficialismo. Coherencia cero.

Esa es la doble vara que se denuncia y que Carlos Peña, al menos en sus columnas, pareciera preferir no abordar de forma directa. Porque su estilo no es confrontar, sino deslizar. Y lo que termina proyectando —quiera o no— es una cierta defensa de un relato progresista, donde algunas ideologías merecen más comprensión que otras. En esa lógica, da la impresión de que todo puede relativizarse: la historia, la ética, los hechos, e incluso la sangre, si ello sirve para suavizar el juicio sobre determinadas ideas.

Por todo lo anterior, no solo respaldo a Lucía Santa Cruz. La celebro. Porque ha hecho lo que corresponde: advertir con claridad lo que muchos, por conveniencia o cobardía, prefieren callar. Y porque en tiempos donde reina la confusión y la corrección política, decir la verdad —aunque incomode— sigue siendo un acto revolucionario.