POLÍTICA Y GOBIERNO:

POLÍTICA Y GOBIERNO:
POR DEFENDER A PINOCHET
Por Humberto Julio Reyes
Gracias a la libertad de prensa, que periódicamente se quisiera restringir, a título de evitar las fake news, nos hemos enterado de un curioso episodio sucedido en un sala de clases.
“Lo repito, para que todo el mundo lo escuche. Acá su compañero está hablando, defendiendo a Pinochet. Yo tengo un familiar que…¡Cállate! ¡Cállate, te dije! ¡Cállate! A ver. ¡No estoy hablando contigo! ¡También te callas!”
Esta sería parte de la transcripción de lo grabado por un alumno con su celular, todavía permitidos en clases, de la “pedagógica” forma en que un profesor del liceo municipal de Limache puso orden durante su clase de Lenguaje.
Según otro alumno, el curso se encontraba indisciplinado, cosa que no sorprende hoy en día, y “conociendo la postura contraria del docente al régimen militar (1973-1990), un estudiante habría reivindicado a quien fuera jefe de Estado en ese período, desatando la furiosa reacción del docente”.
Denunciado el incidente por una parlamentaria, el alcalde anunció la separación del profesor de las aulas y otras acciones, habiéndose abierto por parte de la fiscalía una investigación por el delito de tratos degradantes a niños y eventuales otros malos tratos.
Noticia en desarrollo.
Aunque mayores detalles aún no se conocen, pareciera que el profesor habría sido deliberadamente provocado y, no se pudo controlar.
Quien preside el gremio respectivo ha hecho ver que el stress al cual están habitualmente sometidos los docentes podría explicar su reacción, pero pareciera que aquí jugó en su contra su postura ideológica y quizás una sorpresa para la cual no estaba preparado:
Que un alumno de su clase se atreviera a defender a Pinochet, a pesar de la demonización iniciada el mismo 11 de septiembre de 1973 y persistentemente alimentada durante más de medio siglo, mientras, en forma paralela, no se ahorran homenajes póstumos a don Salvador Allende.
Lo que, a lo mejor, fue una broma de estudiante, le debe haber parecido un fracaso inaceptable para su autoevaluación como docente convencido de ser dueño de la verdad.
No me cuento entre quienes piden el máximo rigor para castigar a quien incurre en conductas como la que está siendo investigada, pero sí quisiera que el incidente no pase pronto al olvido, sino que las autoridades que corresponda se den el tiempo para controlar la forma en que se está enseñando nuestro pasado reciente a nuestros descendientes, para evitar que se impongan visiones que carecen de la necesaria objetividad.
¿Será mucho pedir?
13 de agosto de 25
Inteligentontos al poder
Por Juan Pablo Zúñiga Hertz
“Dadas las condiciones del posible tsunami, se cancelan las clases en todo el país”. Ese era el anuncio de los inteligentontos al mando de la nave que, creyendo que era una decisión de una inteligencia supina, resulta sumamente tonta si se mira el mapa de Chile.
Esa fue una más de las innumerables chambonadas y descalabros de nuestros gobernantes que sonaban cómicas cuando escuchábamos que sucedían en otros países e inocentemente creíamos nunca nos tocaría. Y aquí estamos luego de haber escupido al cielo y por haber votado por ellos. Seamos francos, usted y yo no votamos por estos fulanos, pero hubo una masa enorme de otros inteligentontos que se creyeron inteligentes al votar por mozalbetes sin experiencia, pero con vastos recursos de odios.
Si de odios se trata, los potenciales sucesores de los inteligentontos son la fuente misma del odio dada la naturaleza diabólica del comunismo. Sí, diabólica. Usted dirá que no tiene nada que ver, pero permítame hacerle ver que el desprecio por el valor y la dignidad del ser humano en pro de un colectivo misterioso, la indiferencia por la muerte de millones y la franca oposición y odio hacia Dios y sus pueblos, tanto el judío como el cristiano, todas características del comunismo, son las mismas características que ostenta Satanás.
¡Ay, Chile querido! ¡Qué trance histórico más perverso en que nos hemos o más bien, nos han metido! Parece un camino sin salida, pero, tengamos buen ánimo, porque la hay. Hay una salida y depende de usted a fin de año. Sacar a los inteligentontos del poder y evitar que sus enrabiados sucesores lleguen hasta la médula del aparato estatal, depende de usted. Sin embargo, permítame aclararle que arreglar el desastre moral y estructural del país no se va a resolver en cuatro años. Es decir, tenga paciencia y no caiga en la tontería de pensar que, al cabo de cuatro años de un gobierno que tome las riendas del país, estará todo arreglado, y si no, le va a bajar la pataleta y le va a dar otra chance a los inteligentontos que para entonces serán cuatro años más viejos, pero igual de tontos.
El consejo es simple: hágase parte y haga de su parte para sacar a esta gente y traer el sentido común y la mano firme al gobierno. Más aún, sea paciente porque Chile no se va a arreglar de la noche a la mañana ni de marzo del 2026 hasta el 2030. Por lo tanto, ¡buen ánimo y mucha paciencia!
Justicia social de “cartón”: cuando la ideología ignora la realidad
Por Álvaro Pezoa Bissières
Chile parece vivir en un estado de contradicción permanente. Cada cierto tiempo, una propuesta política –nueva o que busca extenderse en el poder– promete “justicia social” (o equidad o solidaridad) a través del mismo libreto: más Estado, más impuestos, más controles. La narrativa es conocida y seductora: si las desigualdades persisten, es porque el mercado es cruel; si hay pobreza, es porque las empresas –o los “súper ricos”– no hacen lo suficiente; si la ciudadanía está descontenta, la solución sería que el Estado crezca para “cuidar” más. Sin embargo, cada intento estatista deja la misma enseñanza: la realidad se resiste a obedecer a la ideología.
En el discurso público, la justicia social se ha convertido en palabra mágica que sustenta todo. Se presentan reformas tributarias como actos de justicia, estatizaciones como actos de equidad, y restricciones a la inversión como “cambios de modelo” (inequitativo). Lo curioso es que, mientras más se invoca la justicia social, menos se traduce en resultados concretos. La inversión cae, el empleo se estanca, y los destinatarios de esas grandes promesas siguen esperando.
La historia reciente ofrece lecciones claras. En los últimos años, Chile ha multiplicado programas sociales y subsidios, mientras su capacidad de crecer se ha debilitado. Cada punto menos de crecimiento es un impuesto silencioso a los más pobres, porque significa menos empleos, menos recaudación y menos oportunidades de movilidad. Pero este “costo” raramente aparece mencionado en los discursos: es más “rentable” anunciar beneficios que asumir las consecuencias de los desequilibrios que generan.
El problema de fondo no es la justicia social –que es un principio ético valioso de ordenamiento social–, sino su secuestro por la ideología. Cuando se la entiende como un instrumento de confrontación electoral y no como dimensión efectiva de una estrategia de desarrollo integral, la justicia se convierte en mero eslogan. Los impuestos se elevan de modo agobiante sin que haya más inversión; los subsidios crecen mientras la productividad cae; y la promesa de la tan mentada igualdad (¿cuál exactamente?) se transforma en un espejismo.
Las reglas cambian al ritmo de la ideología, y el que invierte productivamente queda a merced de la siguiente reforma, del enésimo permiso o del nuevo experimento solidario. El sector empresarial, en un escenario como el descrito, observa –y se repliega– con creciente cautela; y, en un país que necesita urgentemente recuperar la confianza y el crecimiento, esta dinámica solo profundiza el estancamiento.
Chile requiere un cambio de enfoque. La verdadera justicia social no se logra con reiterar discursos vacíos ni expandiendo permanentemente el Estado. Descansa, principalmente, en crear las condiciones para que cada persona pueda desarrollarse con autonomía (libertad) y dignidad: empleo, educación de calidad, seguridad y oportunidades reales de emprendimiento. La ideología ofrece consignas; la realidad exige resultados.
Si la política insiste en desconocer esta verdad simple, la frustración ciudadana seguirá aumentando. La experiencia muestra que los países que confunden justicia social con estatismo terminan debilitando tanto la economía como la democracia que dicen proteger.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 2 de agosto de 2025
*“Lo que el Diablo da, el Diablo se lo lleva”.*

Por Cristian Labbé Galilea
En política, están pasando cosas y no menores; todo indica que soplan vientos favorables para un giro histórico. Comienzan a repetirse situaciones que hace algún tiempo eran impensables, como por ejemplo: que se acogiera una querella por prevaricación contra un alto magistrado que preside una Corte de Apelaciones; que la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) suspenda a la DC chilena por apoyar a una candidata comunista; que todas las encuestas anticipen que el próximo presidente será quien cree verdaderamente en los principios de la Sociedad Libre…
Son muchos los casos que nos permiten suponer que estamos siendo testigos de un punto de inflexión en materia política, y no de meros episodios aislados. Claramente estamos ante una tendencia que se ha venido configurando en el último tiempo, y la mejor demostración es la decisión de la comuna de San Miguel (R.M) de cambiar el nombre a la avenida Salvador Allende para volver a llamarla “Salesianos”, como se conocía tradicionalmente.
La importancia de esta decisión es que ella fue adoptada democráticamente por el Concejo Municipal, después de una consulta comunal donde el 82% de los vecinos estuvo de acuerdo en que la calle volviera a su antigua denominación, la que, en forma arbitraria, había sido cambiada el año 2023 por el alcalde anterior, sin participación alguna de la comunidad.
Alguien puede pensar que este hecho no tiene mayor trascendencia, pero esta observadora pluma advierte a sus sagaces contertulios que el futuro no siempre se anuncia con clarines, sino con susurros. Y esta es una señal clara que a “la izquierda se le acabó el tiempo”, ya no podrán seguir abusando del pasado ni menos tratando de “deconstruir todo”, incluso “las raíces locales”.
Ignorar estas señales es como navegar sin mirar las nubes. El buen observador sabe que, si esos pequeños gestos se repiten y se multiplican, aunque parezcan nimios, son el faro que marca el rumbo de los grandes cambios. En política, como en todo en la vida, el futuro no siempre llega de golpe; primero se filtra por los intersticios de lo cotidiano, y quien ignora esas señales termina arrastrado por la marea.
Las señales son demasiado evidentes; están en todas partes, en la calle, en las conversaciones, en la actitud de quienes antes callaban, y eso la izquierda lo sabe. Sabe que el reloj de la historia les está dando las últimas campanadas, y la realidad les está indicando que ya no controlan el tablero, sus viejas argucias, sus odiosas patrañas y sus desgastadas consignas, han fracasado.
Definitivamente, hoy soplan vientos favorables… Es la hora de la libertad, del orden y del progreso; es la hora de terminar con el desastre, la corrupción y el desgobierno; es la hora de que las cosas cambien. No estamos para prolongar lo viejo, estamos para inaugurar lo nuevo. ¡A la izquierda le llegó la hora!… El refrán lo dice: “Lo que el diablo da, el diablo se lo lleva”.
Centro político: el gran vacío
Por Gonzalo Ibáñez Santa María |
Una de las novedades que presenta el actual cuadro político es la virtual desaparición del denominado “centro político”. Y esto, tanto en los sectores pro gobierno como en los de la oposición.
La derrota de Carolina Tohá a manos de la candidata comunista Jeannette Jara lo demostró en el campo del oficialismo gobiernista. En la oposición, Evelyn Matthei, mucho tiempo puntera en las encuestas, ha retrocedido en forma muy notoria de cara a José Antonio Kast y aún a Johannes Kaiser, aunque a este lo adelanta todavía en los pronósticos.
¿Qué ha sucedido? Sucede que ambos grupos de centro se declaran herederos de la bonanza que acompañó la marcha del país durante los treinta años siguientes al término del gobierno militar, y quieren repetirla y continuarla. A ese gobierno, sin embargo, ambos grupos manifiestan repudiarlo, a pesar de que la bonanza de la que se sienten orgullosos es precisamente aquella que provino de las políticas inauguradas y seguidas por el gobierno militar, tanto en materia económica como en salud, educación, seguridad pública, etc.
Con lo cual, caen en una contradicción: no tiene lógica apoyar unas políticas y, a la vez, repudiar al gobierno del cual ellas provinieron. Sin embargo, ese es el eje de sus programas, en virtud de los cuales tales grupos son llamados “de centro”. En definitiva, las críticas que se dirigían al gobierno militar –sobre todo a su origen– rápidamente englobaron a sus políticas provocando el debilitamiento en su aplicación, con lo cual se abrió la puerta para que comenzáramos un retorno al caos marxista de 1973. Ese ha sido la causa del éxito del grupo denominado Frente Amplio, que incluso conquistó el gobierno y cuyo objetivo no ha sido otro que el de retornar al momento anterior a aquel en el que la Junta Militar asumió el gobierno del país.
De cara al descalabro que esta estrategia ha traído al país, la ciudadanía exige definiciones, haciendo imposible la existencia de un centro político cuyo signo ha sido el de la contradicción. Por eso, ese centro, de un lado o del otro, o reconoce su deuda con el gobierno militar al predicar como propias las políticas que fueron las de él o se declara enteramente contrario y rechaza asimismo sus políticas. Es lo que ha hecho Carolina Tohá al alinearse, aunque a regañadientes, detrás de la candidata comunista.
El caso de Evelyn Matthei es más complejo. Los principales partidos políticos que la apoyan, RN y UDI, comenzaron su vida muy cercanos al régimen militar. Después, vacilaron y adoptaron respecto de él, la posición de la denominada centro izquierda. En estos partidos, la contradicción es, por lo tanto, aún mayor.
Evelyn Matthei puede, con todo, alinearse con la verdad de nuestra historia política de las últimas décadas y defender, por lo tanto, la legitimidad del pronunciamiento de 1973 y proyectar la política del gobierno militar, reconociendo su origen. Lo cual, por supuesto, no supone para nada validar todas las acciones de ese gobierno. Sí supone sostener, sobre todo, que el pronunciamiento militar significó un punto de inflexión en nuestra historia y una demostración de que con la política no se juega. En definitiva, en Chile no se puede permanecer indiferente frente a lo que significó el 11 de septiembre de 1973. Si, de hecho, somos indiferentes o lo condenamos, de inmediato estaríamos validando la acción marxista que, dirigida por Salvador Allende, entonces destruía a Chile. Es el peligro al cual se enfrenta Chile, frente al cual una candidata como Matthei no puede callar.
Sin embargo, calla. Las consecuencias quedan cada día más a la vista. Al frente, en cambio, candidatos como Kast y Kaiser no han renunciado a nuestra historia, defienden el legado del gobierno militar y no se avergüenzan en reconocer lo mucho que le debe el país, sin perjuicio de reconocer también los abusos y errores que acompañaron su gestión. Es así como ellos recogen los votos que pierde Matthei.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 9 de octubre de 2025.
La heredera de la mentira
Cristián Valenzuela | Sección: Política
En política hay errores que cuestan caro y otros que marcan para siempre. Después de casi cuatro años de Gabriel Boric, Chile ya conoce el patrón: prometer, negar, ser desmentido y luego explicar —o pedir disculpas— cuando la evidencia es innegable. No es accidente; es una forma de hacer política. Y en la última semana, Jeannette Jara dejó claro que no solo entiende esa fórmula, sino que la ejecuta con precisión. Es, sin matices, la heredera de la mentira.
En un foro presidencial le recordaron que en primarias, en su extenso programa, propuso la nacionalización del cobre y el litio, entre otras barbaridades. Ella, con tono firme, no solo lo negó, sino que hizo una apelación romántica a la “verdad” y acusó a sus rivales de “desinformar” y “mentir”. El problema es que la realidad es terca: horas después, el propio programa de su campaña confirmaba lo que había negado. No fue un error de redacción, ni un cambio improvisado; fue la decisión consciente de ocultar un punto sensible para no pagar el costo político en ese momento.
Aquí la comparación con Boric es inevitable. El Presidente llegó al poder prometiendo eliminar los delegados presidenciales, bajarse el sueldo, terminar con las AFP y tarifa cero para el transporte público. No cumplió ninguna. Y su mayor quiebre no fue programático, sino moral: el gobierno que se autoproclamó “feminista” terminó protegiendo a uno de sus funcionarios más leales, Manuel Monsalve, incluso tras denuncias graves como la violación y abusos de una subordinada. Mientras en campaña se llenaban la boca con el discurso de los derechos de las mujeres, una vez en el poder optaron por blindar a sus potenciales agresores. El resultado fue un retroceso doloroso para cientos de miles de chilenas que creyeron las mentiras de este gobierno, pero que terminó siendo un verdadero peligro para las mujeres.
Ese es el verdadero legado que Jara parece dispuesta a heredar. No solo las promesas incumplidas, sino la forma de administrar la verdad: negar lo dicho, relativizar lo prometido y culpar a otros por el cambio de postura. Lo que para algunos es “estrategia comunicacional”, para el ciudadano común es simplemente engaño.
La mentira en campaña no es un accidente inocente ni un desliz verbal. Es una prueba de carácter. Si un candidato es capaz de manipular la verdad antes de llegar a La Moneda, también lo será cuando tenga el poder. Lo hemos visto: Boric comenzó justificando cambios de postura como “madurez política” y terminó consolidando un estilo de gobierno marcado por la incongruencia y la falta de credibilidad.
El episodio de Jara con el cobre y el litio, sumado a la sombra del caso Monsalve, no son hechos aislados. Son señales de un oficialismo que no corrige sus errores, sino que los repite. En su círculo no parece existir la conciencia de que cada mentira erosiona la confianza, y que en la era de la información inmediata la verdad siempre emerge, dejando en evidencia al que intentó ocultarla.
Lo más preocupante es que estos episodios no solo dañan a una candidatura: dañan a la política como espacio de acuerdos y soluciones. Cada vez que un candidato miente o niega lo evidente, la desconfianza crece, el desencanto se profundiza y se fortalece la idea de que todos son iguales. Esa es la herencia más peligrosa que Jara podría recibir de Boric.
Porque esto no es solo un debate moral; es un problema práctico de país. Cuando la verdad se vuelve un insumo táctico, nadie invierte, nadie planifica y todos pagan el costo: cae la confianza, se frena el empleo, la seguridad se diluye y el Estado pierde autoridad. La mentira en campaña se traduce en improvisación en el gobierno, y la improvisación se paga con menos crecimiento, más burocracia y servicios que no llegan.
Chile no resiste otros cuatro años de relato sin realidad. Chile no soporta otro ciclo de falsedades envueltas en discursos bonitos. Necesitamos un liderazgo que firme y cumpla, no uno que prometa y luego explique. No está para que lo gobierne alguien que ya demostró que puede mentir con la cara seria y la voz firme. Si mienten en campaña, mentirán en La Moneda. Y esta vez, no habrá excusa: ya sabemos quién es la heredera de la mentira y qué está dispuesta a hacer para llegar al poder.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el sábado 9 de agosto de 2025.