POLÍTICA Y GOBIERNO:

POLÍTICA Y GOBIERNO:
El pequeño Presidente
5 octubre, 2025
Gabriel Boric suele repetir, con su habitual tono de estudiante aplicado, que camina sobre hombros de gigantes. La frase suena bonita en los manuales de historia, pero en su caso es pura impostura: cada vez que la pronuncia, lo único que logra es dejar en evidencia su propia pequeñez. Porque si de verdad alguien lo subió a hombros, lo dejaron demasiado chico para la baja altura en que ha desempeñado su cargo. Y desde ahí, lo único que ha hecho es confirmarnos que el traje de Presidente le quedó enorme.
La última cuenta pública fue la radiografía perfecta del “pequeño Presidente”. En vez de hablarle al país con grandeza, de trazar un horizonte o de marcar los ejes del legado de su gobierno, Boric usó la cadena nacional para lo único que sabe hacer: pelear como si siguiera en la FECH. Desde el sillón de La Moneda se permitió atacar a José Antonio Kast, un candidato opositor, como si aún estuviera en campaña y no al mando de un país en crisis. ¿Qué nivel de inseguridad debe tener un Mandatario para usar el micrófono oficial de Chile con el único objetivo de intentar desacreditar a su principal adversario político? Lo que vimos no fue un discurso presidencial, fue un berrinche político en horario prime.
Ese acto de cobardía institucional retrata lo que es Gabriel Boric: un adolescente tardío jugando a ser Presidente de la República. Mientras la delincuencia desborda nuestras calles, mientras el narcotráfico se toma barrios completos, mientras los hospitales colapsan y la economía se arrastra sin crecer, él prefiere subirse a una tribuna para desahogarse contra Kast. Al igual que sus ministros del Interior, Seguridad, Mujer, Defensa, Trabajo, Hacienda y la vocera de Gobierno. Son las escenas patéticas de quienes jamás entendieron para qué era su cargo ni qué responsabilidad cargaba sobre sus hombros.
El pequeño Presidente vive en un mundo paralelo. En su realidad, lo urgente es ir al estadio a ver a su club de fútbol, como si fuera un hincha más que tiene libres los fines de semana. En su burbuja, la prioridad es juntarse con Silvio Rodríguez, cantar himnos revolucionarios y sentirse parte de una épica setentera que a nadie le importa en el Chile de hoy. En su universo, bastaría con dar un discurso contra la “ultraderecha” para tapar el desastre de la inseguridad, el desempleo y la corrupción en que nos tiene sumido su propio gobierno.
Pero la realidad no perdona. Afuera, en la vida real, la violencia se disparó, los homicidios se multiplicaron, la inmigración está desbordada y el miedo se ha instalado en cada barrio. Afuera, la inflación carcome los bolsillos de los más humildes, la inversión se desplomó y la pobreza volvió a crecer en los campamentos. Afuera, millones de chilenos esperan meses por una atención de salud o una cirugía, mientras el Presidente se da el lujo de organizar reuniones con trovadores y deportistas. Esa es la obscena distancia entre el pequeño Presidente y el enorme país que des-gobierna.
La grandeza de un estadista se mide en la adversidad. Boric eligió la pequeñez: culpar a otros, atacar al rival, esconder su fracaso bajo discursos de dudosa épica que no convencen a nadie. Lo trágico es que lo hace con el micrófono del Estado, con la investidura de la Presidencia, degradando el cargo al nivel de un comité político universitario. Usar una cadena nacional para atacar a un adversario político no es sólo un error: es un acto de bajeza política. La triste constatación de que nunca ha estado a la altura de la responsabilidad que ostenta.
Decía que caminaba sobre hombros de gigantes. La verdad es que no camina: se tambalea. No heredó grandeza, heredó vértigo. Porque el país esperaba firmeza y lo que recibió fue inseguridad. Esperaba rumbo y recibió contradicciones. Esperaba carácter y recibió excusas. Boric es el Presidente que creyó que bastaba con frases de sobremesa para gobernar un país. Y Chile, lamentablemente, está pagando caro el costo de su mediocridad.
En la historia quedará, sin duda, pero no como él sueña. No será recordado como el joven que transformó Chile, sino como el pequeño Presidente: el que prefirió ser hincha antes que gobernante, el que confundió el poder con un escenario para sus fantasías juveniles, el que usó las cadenas nacionales para pelear con Kast mientras el país se sigue cayendo a pedazos.
Y lo peor: un Presidente que nunca entendió que su deber era servir a Chile y no servirse de Chile. (La Tercera)
Cristián Valenzuela
Publicado por Nuevo Poder
Boric, una vez más
Por Gonzalo Rojas Sánchez
Un gran amigo me autoriza para utilizar en esta columna algunas de sus certeras apreciaciones sobre la cadena presidencial del presidente Boric.
Aquí vamos.
En primer lugar, con independencia de la falta ética en que incurrió al utilizar su investidura para referirse a un candidato en plena campaña, Boric ha transgredido una de las más importantes máximas en el ejercicio del poder: “Jamás atacarás a tus rivales, porque desde tu posición lo único que harías sería elevarlos a la misma altura en la que tú estás”. A los adversarios directos, y en especial a quienes pretenden ser los reemplazantes de su propia magistratura –como es el caso de José Antonio Kast– se les debe ignorar por completo. No deben existir, dice el manual.
Pero como Boric se deja llevar por unos instintos primarios que solo se pueden analizar desde la biología, olvidó por completo esa máxima –si es que la conocía– y posicionó a Kast en situación de privilegio, colocándolo como único interlocutor en las disputas por el poder.
¿Qué pudo llevar al presidente Boric a cometer un error de esa magnitud?
Quizás hayan sido las encuestas que maneja La Moneda, y en las que el candidato Republicano se esté afianzando claramente con la primera opción para ser el nuevo presidente de la República. Una información de esa naturaleza siempre provoca desesperación en quienes perteneciendo al bando contrario ven cómo se esfuman las posibilidades de retener el poder. Y, entonces, se toman decisiones comunicacionales de carácter pasional que revelan la angustia que se experimenta en Palacio.
La candidata del partido comunista se dio perfecta cuenta del error cometido y procuró desmarcarse de la crítica de Boric a Kast (al fin de cuentas, aunque intente disimularlo, tiene toda la sapiencia táctica de los comunistas) pero ya era demasiado tarde. Boric la había descolocado, entregándole a Kast la primacía en la carrera electoral.
Un patriotismo muy raro
Por Joaquín García-Huidobro Correa
Los viajes del Presidente Boric suelen producir polémicas y este último no ha sido la excepción. Las críticas no se hicieron esperar y son bien conocidas.
Con su original sentido de la diplomacia, aprovechó su participación en la Asamblea General de la ONU para repartir diversas críticas a gobernantes de Estados históricamente amigos de Chile. De paso, planteó la candidatura de Michelle Bachelet al cargo de secretaria general de esa organización internacional, sin advertir que ambos objetivos no armonizaban bien.
En efecto, se ve que, aunque tenga simpatías por la Sra. Bachelet, le importaba más mostrar su autenticidad, aunque eso significara poner importantes obstáculos a esa candidatura, que no podrá salir adelante sin el beneplácito del primer mandatario norteamericano, uno de los agraviados por las palabras de nuestro joven presidente.
Se dice que, con su conducta, Gabriel Boric ha dificultado la tarea del próximo gobierno, probablemente de derecha, que será el encargado de promover esa candidatura. Esto resulta agravado por el hecho de no haber conversado previamente con ese sector político acerca de sus propósitos.
En estos análisis se incurre en lo que podríamos llamar el “síndrome del deporte”. Se da por descontado que el gobierno de Chile debe apoyar la candidatura de una persona de su nacionalidad. Este argumento vale en el tenis, donde todos sufrimos con la derrota de Tabilo contra Bergs, en Tokio; o en el fútbol, porque incluso la mayoría de los colocolinos hinchaban por la U en su triunfo contra Alianza de Lima.
Esta actitud es loable en el deporte en países como el nuestro, que tienen pocas oportunidades de ganar copas y medallas, aunque en naciones con más tradición deportiva esto no sucede: a ningún hincha de River se le ocurrirá ir por Boca en la final de una Copa Libertadores.
Ahora bien, ¿vale el mismo criterio para la política? ¿Debería un gobernante de Chile Vamos, del Partido Republicano o del Partido Nacional Libertario apoyar por patriotismo una candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de las Naciones Unidas?
La respuesta depende de las razones que muevan a promover esa iniciativa. Algunos piensan que el hecho de que obtenga ese cargo será un motivo de orgullo para el país, nos hará más conocidos y, al menos por un tiempo, todo el mundo mirará a Chile. En el fondo, tendría que ver con nuestra autoestima, que se vería fortalecida por ese supuesto triunfo.
Sin embargo, no me parece que Kofi Atta Annan, que fue secretario general de ese organismo entre 1997 y 2006, haya sido un factor muy importante para dar a conocer a Ghana, su patria. ¿Cuántos chilenos han visitado o hecho negocios allí por tal motivo? ¿Quiénes saben, por lo menos, el nombre de su capital? Y si su desempeño en ese cargo fue irrelevante para el prestigio de su país, ¿por qué el caso chileno debería ser distinto? Me parece más práctico buscar otros modos de fomentar nuestra autoestima.
Hay, además, una razón más profunda. Quienes dirigen esas tres agrupaciones políticas de derecha están convencidos de que Michelle Bachelet no fue una buena presidenta. Lo han dicho públicamente, en reiteradas oportunidades, incluso en los últimos días. En particular, deploran su segunda presidencia, a la que deberíamos nada menos que un estancamiento de la economía, el término del copago, el fin de la selección escolar, la gratuidad universitaria, la ley de aborto en tres causales (que muchos seguimos rechazando) y una serie de medidas que han causado un grave daño al país.
Alguien podrá decir que nada de eso fue malo y que Bachelet II fue un gobierno ejemplar. No discutiré sobre eso, aquí simplemente recojo el parecer de las principales figuras de nuestra oposición.
Si esto es así, si piensan que no supo o no pudo gobernar Chile en momentos difíciles, ¿por qué habrían de pensar que ella sería una buena secretaria general de la ONU? Promover una candidatura de manera responsable es tanto como afirmar que alguien es apto para un cargo. No parece, entonces, que pueda hacerlo con buena conciencia un gobierno que está convencido exactamente de lo contrario.
Naturalmente, siempre se puede afirmar que los talentos de una secretaria general son muy distintos de sus habilidades para conducir la política nacional, que sus limitaciones en este último campo no se aplican al primero. Ahora bien, ¿son tan diferentes ambas habilidades?
Quizá sí. Una secretaria general de la ONU requiere hablar varios idiomas y ser una persona simpática, que despierte confianza y tienda puentes. Aquí Bachelet podría tener varias ventajas, pero ¿son suficientes para dirigir una organización con más de 37.000 funcionarios, un presupuesto anual de 3.720 millones de dólares, donde además hay que dar muestras de ecuanimidad política? Quizá sea así, pero antes habría que discutirlo y no resulta sensato dar por sentado que, si son de derecha, nuestros futuros gobernantes apoyarán la postulación de Bachelet con la misma pasión con la que alentaremos a Chile en la Copa Mundial sub-20 que comenzó ayer en nuestro país.
Y si no están dispuestos a darle ese apoyo, quizá sería bueno que, desde ahora, los candidatos de derecha dijeran claramente que no van a promover una candidatura que el propio Presidente Boric se encargó de torpedear esta semana y que ha nacido moribunda.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 28 de septiembre de 2025.
Boric y el amuleto Bachelet
Jorge Ramírez
De un tiempo a esta parte, la izquierda ha incurrido en un error reiterado. Bacheletizar la agenda, empleando su liderazgo como amuleto en tiempos de poca claridad o abierta adversidad.
Así lo hicieron en el plebiscito constitucional de 2022, cuando la opción Rechazo se encumbraba en las encuestas, y en ese interregno que habitualmente se produce entre la fase de negación y la desesperación, la izquierda apostó todo por la irrupción de Bachelet, quien supuestamente vendría a frenar la arremetida contraria al nuevo texto constitucional, especialmente en las mujeres de extracción popular.
Por cierto, nada de aquello aconteció. Las lealtades en política son cada vez más efímeras y el sabor de boca que dejó su primera administración no fue el mismo que dejó su segundo mandato. Recordemos que fue en el apogeo de la retroexcavadora de MBII que se aprobó una reforma tributaria tras la cual el país nunca volvió a crecer como lo hizo en el pasado, su reforma educacional asfixió la educación particular subvencionada y su reforma electoral fragmentó el Congreso, polarizando y debilitando severamente la gobernabilidad del país.
En un escenario igual de desolado para la izquierda, el Presidente Boric fijó como gran objetivo estratégico de su periplo por la Asamblea General de Naciones Unidas el postular a la ex Presidenta Bachelet al cargo de Secretaria General del organismo.
Los móviles detrás de esta empresa pueden ser dos, no siendo mutuamente excluyentes entre sí. En primer lugar, generar una tensión al interior de la derecha, ya que forzaría a este sector a tomar una definición respecto de un liderazgo que es a todas luces controvertido, puesto que Bachelet ha estado lejos de jugar un rol de árbitro moderadora en nuestra política interna.
Pero una hipótesis alternativa es que, a sabiendas de que el camino de la ex Presidenta para arribar a la secretaría general de la ONU deberá enfrentar una serie de dificultades objetivas —como un eventual veto del miembro permanente del Consejo de Seguridad, EE.UU.—, Boric está empleando la nominación de Bachelet como artificio para rivalizar con el bloque crítico al globalismo, liderado por Trump, Milei y otros, que poco a poco ha ido ganando fuerza en la comunidad internacional, evidenciando de paso la excesiva burocratización, ineficacia y captura política a manos de la izquierda de este tipo de órganos.
No sería la primera vez que Boric y el Frente Amplio usan el liderazgo de Bachelet. Su segundo gobierno fue una suerte de ensayo de laboratorio para que muchos de los cuadros del Frente Amplio conocieran el Estado, trazaran el diseño y pilotearan la implementación de la reforma educacional que en el ámbito escolar puso fin al lucro, el copago y la selección y en el ámbito de la educación superior consagraran la aprobación de la gratuidad universitaria.
Luego, ante la actual falta de liderazgos con tonelaje presidencial, fue el Frente Amplio quien tentó a Bachelet para asumir un tercer intento para llegar a La Moneda. La expresidenta jugó con el suspenso y dilató los tiempos con su hermetismo característico, terminando por asfixiar de entrada el intento de Carolina Tohá por ser la abanderada presidencial del oficialismo.
Una salida no del todo negativa para Boric, porque nadie mejor que él sabe que Jeannette Jara probablemente no triunfará en la elección presidencial, ni tampoco será líder de la oposición en un eventual futuro gobierno de derecha: el líder continuará siendo él.
Por eso, si se trata de usar la figura de Bachelet como amuleto, esta vez en la esfera internacional, Boric no ha de dudar. Y lo hará hasta el límite, aunque aquello, por cierto, pueda significar desgastarlo por completo.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Ex-Ante el domingo 28 de septiembre de 2025.
Los privilegios de la burocracia internacional
Por Andrés Montero
Hace más de 50 años, mi padre se refería a los funcionarios de la ONU y sus filiales, como “grandes vagos internacionales”. La verdad es que en esos días yo encontraba algo exagerada su afirmación. El tiempo le ha dado la razón.
Los funcionarios de organismos internacionales en general son inamovibles, salvo que se les compruebe que sean ladrones. Estos personajes están muy preocupados de su salario, de la calidad de los lugares en donde habitan, de los beneficios en viajes, de sus salarios libres de impuestos y de mantenerse dentro del “establishment” sin hacer mucho ruido. Hablar y escribir generalidades, llevar adelante análisis de diversas materias intrascendentes, promover un feminismo fanático, defender la inmigración ilegal, potenciar un Estado “robusto” –les encanta esa palabra– y defender el lenguaje inclusivo, el progresismo y la “diversidad”.
Normalmente se casan con otras funcionarias, a veces de otra nacionalidad y que trabaje en algún otro organismo para evitar “conflictos”. Sus destinos favoritos son Ginebra, Viena y Nueva York. Si es la Cepal, Santiago de Chile les viene bien. Horarios flexibles, oficina en Vitacura cerca de los buenos restaurantes de Alonso de Córdova. Además, tienen patente diplomática en el coche, protección judicial y accesos preferentes en aeropuertos.
Los grandes vagos internacionales tienen además un aura de intelectuales expertos en muchas materias. Participan en centenares de seminarios, en distintas ciudades y todos se creen inteligentes. Muchos de estos funcionarios proceden de gobiernos de izquierda, que tras mala gestión pierden el poder y deben urgentemente “reubicarse”. Bárcena, Furche, Narváez, Peñailillo, Arenas, Mena, Bachelet, Vargas Quiroz y tantos otros completan la lista de beneficiarios.
En estos días se moverán las redes, pues un gran número de burócratas saldrá “al mercado laboral internacional” en busca de nuevas oportunidades. A estas personas nadie las contrata en el sector privado, pues son flojos, ganan mucho y son expertos en nada. Se pasan la vida navegando, esperando jubilarse para contarle a los nietos lo fantásticos que fueron.
Un análisis objetivo permite concluir que de verdad sus estudios y sus centenares de encuentros internacionales no mueven la aguja. En buen chileno, son irrelevantes. En momentos en que se discuten posibles candidatos para dirigir la ONU, lo lógico sería elegir a alguien que sea capaz de reformularla, hacerla más liviana y más eficiente. Por cierto, requiere además mayor control –accountability– y que se sepa cuánto ganan, cómo se les mide y cómo se reclutaron sus funcionarios.
En un mundo más intercomunicado, ya no se requieren los más de 100 mil –se habla de 130 mil– burócratas que forman parte de la ONU. La decisión está en manos de los gobiernos, pero no se olviden de los contribuyentes, que al final del día pagamos la fiesta.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el jueves 2 de octubre de 2025.
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