Política y gobierno



Política y gobierno

Max Colodro: “Jara va a salir muy dañada, con un resultado peor que el de Guillier”

 

 

 

“Gambito Frei”

 

Por José Tomás Hargous Fuentes

Hace 55 años, nos encontrábamos en una encrucijada similar a la actual.

Teníamos tres grandes proyectos de país –el reaccionario, el reformista y el revolucionario, que hoy serían el septiembrista, el noviembrista y el octubrista–, ninguno de los cuales alcanzó la mayoría absoluta.

Una de las opciones que se barajó en esa época para impedir la llegada “del comunismo” al poder, fue la unción en el Congreso Pleno, de acuerdo con la norma vigente en esa época, de Jorge Alessandri –segunda mayoría–, como Presidente de la República.Pero no lo haría para llegar a La Moneda, sino para renunciar inmediatamente y llamar a nuevas elecciones, en las que iría como candidato único de la derecha y la Decé Eduardo Frei Montalva, el Presidente en ejercicio. A esa jugada maestra se le denominó “Gambito Frei”, sin embargo, quedó en los anales de la musa Clío solamente como algo que pudo ser.

Cinco décadas después, hemos sido testigos de un nuevo y distinto “Gambito Frei” –debo reconocer que la analogía no es mía sino que fruto de conversaciones con amigos de este inusual hito político– protagonizado por la siguiente generación política: el ex Presidente de la República, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se reunió con el candidato presidencial de la oposición, José Antonio Kast. Si bien no declaró explícitamente que lo apoyaba como candidato, así se interpretó –en sentido estricto, el comunicado del ex Mandatario dificulta concluir otra cosa–.

Si bien las críticas desde la izquierda al ingeniero civil no tardaron en llegar, su decisión abre un nuevo horizonte político para el país. Como en el plebiscito de 2022, cuando la centroizquierda cruzó el charco para unirse a la derecha en defensa de las instituciones políticas del país y, en última instancia, de su libertad como nación; el ex Presidente Frei ha tenido la valentía de romper los muros entre la Democracia Cristiana (DC) y la derecha, que sólo habían sido bajados cuando nuestro país estuvo en peligro de caer en un régimen totalitario.

Cuando nos enfrentamos nuevamente a la decisión entre comunismo y libertad, el ejemplo del ex Presidente Eduardo Frei debe inspirar a todos quienes, entre la centroizquierda y la centroderecha, aunque discrepen del proyecto político republicano, aman a su país y reconocen que con el comunismo no hay vuelta atrás.  Si bien la elección de José Antonio Kast en diciembre próximo está prácticamente ganada, cada voto cuenta, y gestos como los de Frei se agradecen. La Patria los necesita.

 

El gesto de Frei I

Por Daniel Mansuy Huerta 

Hasta hace pocas semanas, la izquierda alimentaba sus esperanzas repitiendo que la segunda vuelta sería una nueva elección. Así, esperaban que los resultados del 16 de noviembre abrieran un nuevo escenario, con Kaiser en segunda vuelta o la candidata oficialista en torno a 35 puntos. Sin embargo, sabemos que nada de eso ocurrió: Jeannette Jara no alcanzó el 27%; y, peor, los candidatos de derecha sumaron más de la mitad de los votos, mientras que la izquierda reunida no superó el umbral del 30%. Estos datos elementales permiten comprender que —en lo grueso— el cuadro quedó cristalizado hace dos semanas y que, salvo sorpresa mayúscula, los dados parecen echados.

El fenómeno es llamativo, y merece ser observado. Después de todo, el hecho macizo es que el gobierno que, en principio, sería profundamente transformador terminará entregando un país muy inclinado a la derecha. En su primer discurso presidencial, Gabriel Boric jugó a convertirse en el heredero de Salvador Allende, y prometió abrir —por fin— las grandes Alamedas, sin sospechar que le estaba abriendo el camino al Partido Republicano. La izquierda enfrenta una tarea intelectual de dimensiones colosales: explicar el error de diagnóstico que está en el origen del desajuste entre expectativas y realidad. Cualquier esfuerzo por minimizar o relativizar ese error solo contribuirá a alargar sus consecuencias.

Un lector atento podría objetar lo dicho hasta acá. Que no se entusiasme la derecha, pues no hay nada nuevo bajo el sol: estamos, una vez más, frente al eterno retorno del péndulo que va de un lado a otro, cada vez con mayor fuerza. La secuencia es clara: la elección del 2017 marcó un rechazo a la segunda administración de Michelle Bachelet, el voto de 2021 fue contra Sebastián Piñera, y el resultado de 2025, contra Gabriel Boric. Así las cosas, lo mejor que puede hacer la izquierda es sentarse a esperar que el nuevo gobierno fracase, para regresar en cuatro años más. De algún modo, si seguimos esta lógica, los gobiernos están condenados a decepcionar a los chilenos por motivos estructurales que no guardan relación con los agentes. La tesis es tan tentadora como insuficiente. Desde luego, tiene bastante de verdadero: no es difícil ganar una presidencial desde la oposición. En primer término, es cuando menos dudoso que la seguidilla de gobiernos frustrados pueda reproducir ad nauseam la alternancia política. Más bien, cabría pensar que el péndulo va cambiando de forma y dirección (y allí están los votos de Franco Parisi para confirmarlo).

Hay un segundo motivo que permite interrogar la teoría del péndulo. En las últimas décadas, la derecha ha ganado dos presidenciales, pero nunca sus candidatos reunidos habían obtenido la mayoría en primera vuelta. Si se quiere, los dos triunfos de Sebastián Piñera fueron a contrapelo de cierta hegemonía de centro-izquierda: la derecha nunca logró asentar una mayoría social más allá de la coyuntura.  El fenómeno que emerge hoy es distinto, y podría marcar un nuevo ciclo. El solo hecho de haber contado con tres candidatos competitivos en primera vuelta, provenientes de distintas tradiciones, es fiel reflejo de una vitalidad renovada, y deja ver de qué lado está la energía. Mientras, la izquierda, después de años de embriaguez, no logra dar con una palabra política que entre en contacto con la realidad: la performance ha sido reemplazada por el silencio.

Desde luego, nada de lo señalado implica que la oposición vaya a tenerlo todo fácil, muy por el contrario. Aprovechar esta oportunidad requerirá de dosis enormes de talento político, para convertir un viento favorable en un proyecto político digno de ese nombre. Aquí reside el desafío: construir, a partir de una mayoría electoral, una coalición y un discurso que respondan a la situación de Chile. En último término, no se trata de derechas ni de izquierdas, sino del país: las múltiples crisis que enfrentamos se merecen una respuesta a la altura de las circunstancias, y la izquierda no supo elaborarla. Me parece que el gesto de Eduardo Frei debe leerse desde estas coordenadas. En lugar de rendirles culto a viejas lealtades, el exmandatario ha comprendido bien que los desafíos actuales del país no se juegan en la misma cancha que hace veinte o treinta años. La paradoja es que son precisamente aquellos que desahuciaron los treinta años —rompiendo las viejas lealtades— quienes más se desesperan de las consecuencias de su decisión. El gesto de Frei es simplemente el último episodio de una reconfiguración que otros impulsaron.

Con todo, el gesto es un respaldo y una advertencia, aunque esta segunda dimensión haya quedado oculta. Respaldo: no es trivial que un líder de la Concertación quede asociado así a la derecha. Advertencia: si Kast es electo presidente, no podrá gobernar desde una esquina, pues Frei lo invita a una empresa más amplia. El exmandatario cargó al candidato con una enorme responsabilidad: dejar de ser el jefe de una facción para transformarse en algo muy distinto, cuyos contornos aún están por dibujarse. En ese estricto sentido, la segunda vuelta bien puede ser una nueva elección.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 30 de noviembre de 2025.

 

 

El gesto de Frei II

 

Por Francisco José Covarrubias 

La foto de Frei causó sorpresa. Cuando nadie lo esperaba hizo el gesto. Algo que esperó durante semanas el comando de Evelyn Matthei, finalmente ocurrió. A los pies de un cuadro de una mujer con la cabellera al viento, al presidente Frei no se le movió un pelo. Tampoco esbozó una sonrisa. Pero en su cabeza tenía claro que esa foto desataría el temporal. Sin decirlo claramente, lo dijo todo.

En pocos minutos, el viento del cuadro se transformó en un huracán en el mundo político.

No solo su partido fue muy duro. Sus excorreligionarios no tuvieron piedad. El exdiputado Aguiló lo trató de “traidor”. El exsenador Ávila habló de “cadáver político”. Jadue dijo que “solo le interesa su bolsillo”. El exdiputado Seguel habló de “una vergüenza”. Huenchumilla le enrostró “la memoria histórica de Frei Montalva”.

Paradójicamente, en la dirigencia del oficialismo se insistía que “Frei no mueve la aguja”. Pero no se explica una reacción tan dura frente a algo irrelevante. Y la verdad es que una noticia es noticia cuando asombra. Y el apoyo —a diferencia de lo que hizo Bachelet con Jara— generó un gran asombro y eso tiene una carga simbólica enorme.

Tan simbólico como fue la declaración de Ricardo Lagos antes del plebiscito, cuando señaló que “las dos alternativas están lejos de convocar a la gran mayoría ciudadanía”. Aquel fue un espaldarazo al Rechazo sin decirlo. Fue un aliento a cruzar el Rubicón. Fue una palabra de aliento a quienes desertaban, pese a venir juntos desde el No a la dictadura. Y, claro, después vinieron los epítetos contra Lagos. Y ambos gestos se cruzan. El “apoyo” de Lagos al Rechazo en 2022 y el “apoyo” de Frei a Kast tienen la misma gesta. Se trata de actos valientes, simbólicos y con un gran costo personal (mal que mal, desde siempre, se ha sido más duro con el apóstata que con el hereje). Pero que, en el fondo, está hablando de que la nueva realidad política del país se ordena en torno al estallido y ya no a la dictadura.

Mención aparte es lo que queda de la Democracia Cristiana, que hoy vive una paradoja amarga: exige disciplina a quienes le quedan, pero no se pregunta por qué tantos referentes se han ido o se han alejado silenciosamente. Cada expulsión, cada sumario disciplinario, cada descalificación pública la reduce aún más. Eduardo Frei, con o sin sanción, seguirá siendo un protagonista de la historia de Chile. La Democracia Cristiana, en cambio, ha sido empujada hacia la irrelevancia.

Ayer se publicaron cuatro encuestas y todas hablan del mismo 60-40 del plebiscito del 22. Si ello se ratifica, le implicaría al Gobierno una derrota tan simbólica como la de aquel 4 de septiembre, y obligaría al oficialismo a una reflexión muy profunda. Pero más importante que la reflexión de quienes gobiernan, es la reflexión de esa izquierda democrática (que no tuvo un tan mal resultado en la elección parlamentaria), que insiste en estar aliada a un partido, el Partido Comunista, que doctrinalmente no cree en la democracia liberal. Y cuyo marxismo leninismo, recientemente ratificado, no lo hace compatible con convicciones democráticas básicas. La candidata Jara, al ritmo de la cumbia, ha intentado jugar al travestismo político argumentando que sus posturas son de “centro izquierda”. Así lo planteó Marx, para quien el capitalismo era simplemente el eslabón de una cadena que se iba a terminar.

Así las cosas, va quedando atrás el clivaje Pinochet, dictadura y transición. Y los chilenos están votando más bien frente a la trenza estallido-convención constitucional-comunismo. Algo que parece estar lejos de sintonizar con los chilenos.

Tal vez, vale la pena recordar al famoso filósofo Steven Pinker, quien dijo hace varios años una frase que sintoniza mucho con lo que está ocurriendo en Chile: “Mis alumnos se pasan a la extrema derecha por culpa de la izquierda”.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el sábado 29 de noviembre de 2025.

 

 

Frei como símbolo

Por Max Colodro 

El oficialismo –incluida la DC– aparenta vivir en la edad de la inocencia, como si las decisiones tomadas en los últimos años no tuvieran consecuencias. ¿Será posible que los actuales dirigentes de la centroizquierda de verdad hayan pensado que sus acciones no tendrían efectos? ¿En serio creen que usar ahora al expresidente Frei de chivo expiatorio los absolverá de su responsabilidad ante la derrota inminente?

Sigan soñando, porque jamás podrán borrar su huella en cada uno de los pasos dejados; una senda de irresponsabilidad y oportunismo que hoy los tiene ad portas de cosechar todo lo que han sembrado en más de una década. En rigor, lo que faltaría es que los líderes de la DC y el oficialismo intenten culpar, entre otros, a Eduardo Frei del resultado. Porque, si la DC hoy sólo puede mirarse en el espejo de su ruina e insignificancia, es por el empeño sistemático puesto por sus dirigentes. Y si la izquierda y la centroizquierda se encaminan a un escenario increíble: ser derrotados por lo que llaman la “ultraderecha”, es precisamente por haber apoyado y justificado cosas también increíbles, en especial, desde el 18 de octubre de 2019.

Mejor ni preguntarse por los efectos que todo esto ha tenido para el país, y si alguna vez eso estuvo en sus cálculos y consideraciones. Es probable que no, que el delirio refundacional que alimentaron durante el estallido, su complicidad activa con la violencia y la destrucción, nunca fueran confrontados en su conciencia. Ahora, el motivo de escándalo no es todo el daño producido –al país y a sí mismos–, sino una conversación entre el expresidente Frei y el candidato de oposición, que ni siquiera terminó con la explicitación de su voluntad de respaldarlo en las urnas.

Esta semana Eduardo Frei volvió a mostrarse como símbolo de una franja muy relevante de gente de centro y centroizquierda, que no sintió alegría ni entusiasmo cuando en Chile ardieron estaciones del Metro, se quemaron iglesias y se vandalizaron escuelas; un proceso en que vastas zonas del territorio fueron entregadas “por la vía de los hechos” al crimen organizado y a los narcos. Tiempo después, Frei junto al expresidente Lagos fueron también el símbolo de todos aquellos progresistas que no estuvieron dispuestos a aprobar la propuesta constitucional de la Convención, texto que desde la DC a los comunistas se exhibió sin pudor como lo que más se acercaba a lo que siempre soñaron. Fueron esos hitos, a lo que se agregó también la crítica evaluación del actual gobierno, lo que a la larga condujo a esta ruptura irreparable en el alma y el cuerpo de la centroizquierda chilena; un quiebre y un daño cuyos responsables –incluido un sector importante de la ciudadanía– hoy prefieren mirarlos con distancia.

Esta semana Eduardo Frei volvió a mostrarse como símbolo de una franja muy relevante de gente de centro y centroizquierda, que no sintió alegría ni entusiasmo cuando en Chile ardieron estaciones del Metro, se quemaron iglesias y se vandalizaron escuelas; un proceso en que vastas zonas del territorio fueron entregadas “por la vía de los hechos” al crimen organizado y a los narcos. Tiempo después, Frei junto al expresidente Lagos fueron también el símbolo de todos aquellos progresistas que no estuvieron dispuestos a aprobar la propuesta constitucional de la Convención, texto que desde la DC a los comunistas se exhibió sin pudor como lo que más se acercaba a lo que siempre soñaron. Fueron esos hitos, a lo que se agregó también la crítica evaluación del actual gobierno, lo que a la larga condujo a esta ruptura irreparable en el alma y el cuerpo de la centroizquierda chilena; un quiebre y un daño cuyos responsables –incluido un sector importante de la ciudadanía– hoy prefieren mirarlos con distancia.

Pero no: por fortuna personeros como el expresidente Frei siguen dando testimonio de la profundidad de este quiebre político y de la magnitud del daño generado al país. Aunque sus autores intelectuales no quieran hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el domingo 30 de noviembre de 2025.