Política y gobierno:



Política y gobierno:

UDI acusa que Subsecretaría de FFAA amarrará cargos por más de $4 millones antes del cambio de mando

Alberto González

Periodista de Prensa en BioBioChile

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ARCHIVO | Agencia UNO

Los diputados de la Bancada UDI, Jorge Alessandri y Sergio Bobadilla, denunciaron que la Subsecretaría para las Fuerzas Armadas (FFAA), encabezada por Galo Eidelstein (PC), estaría intentando dejar “amarrados” tres cargos de alta jefatura antes del cambio de gobierno, con remuneraciones que superan los $4 millones mensuales.

Según acusaron los parlamentarios, en las últimas semanas la repartición dependiente del Ministerio de Defensa abrió tres concursos públicos —uno a inicios de noviembre y dos a mediados de diciembre— para proveer las jefaturas de los departamentos de Políticas Institucionales, Adquisiciones, y Estudios y Análisis.

Lo que llamó la atención de los diputados gremialistas es que los tres cargos contemplan una remuneración bruta de $4.275.689 y que el proceso de selección finalizaría entre el 17 y el 23 de febrero de 2026, es decir, apenas dos semanas antes de que asuma la próxima administración.

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A ello se suma, indicaron Alessandri y Bobadilla, que uno de los requisitos para postular es ser funcionario de planta o a contrata, lo que a su juicio “confirma la intención de acomodar a personas ya vinculadas con la actual administración”.

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La ofensiva de la UDI se enmarca en la polémica generada por la incorporación del principio de “confianza legítima” en el protocolo del reajuste al sector público, impulsado por los ministerios de Economía y Trabajo. De aprobarse, dicha norma podría generar una virtual inamovilidad de miles de funcionarios a contrata, condicionando a la futura administración.

“Sabemos que el Gobierno va a argumentar que se trata de concursos vinculados a la carrera funcionaria, pero es evidente que este discurso se utiliza para legitimar nombramientos que probablemente ya están definidos. El verdadero objetivo es blindar a personas afines antes del cambio de mando”, señalaron los parlamentarios.

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En ese contexto, ambos diputados enviaron oficios al Ministerio de Defensa y a otras reparticiones del Estado, luego de detectar que existen otros concursos públicos como el de la Subsecretaría de FFAA, cuyos resultados también se definirían en febrero.

“Aquí hay una maniobra burda y deliberada para capturar el Estado y asegurar cargos estratégicos para operadores del actual gobierno, con la anuencia del Presidente Gabriel Boric, quien llegó prometiendo terminar con los pitutos y hoy transforma al Estado en una agencia de empleo”, concluyeron desde la Bancada UDI.

 

 

 

 

De una gran coalición a otra

Por Gonzalo Rojas Sánchez 

Una gran coalición debiera elegir a José Antonio Kast como Presidente de la República este domingo 14.

Una gran coalición de ciudadanos, de uno más uno, más uno, más uno… Ahí estarán los electores originales de Kast y de Kaiser, así como buena parte de los votantes de Matthei, de Parisi y de Mayne-Nicholls, y algunos nulos, blancos y abstenciones de la primera vuelta, que en esta oportunidad preferirán no restarse ante la importancia de la decisión. Una gran coalición de no menos de seis y medio millones de electores, con cara de siete. Será una fuerza que en apariencia solo existirá al momento en que cada voto quede integrado en la totalidad y lo mínimo se convierta en lo máximo, pero podría ser una fuerza que perdurase mucho más allá del momento mágico en que se lea la cifra final expresada en millones.

Esa fuerza será la suma de uno, más uno, más uno… fuerza desde la que, a partir del 15 de diciembre, cada uno podrá y deberá influir como si de él o de ella solos hubiese dependido la victoria de Kast. ¿Un sueño imposible, dado el individualismo que se extiende cual pandemia en nuestra sociedad? Puede ser, pero ¿no fue exactamente esa la fuerza republicana —en el sentido más cívico de la palabra— que se implicó activamente por el Rechazo y lo consiguió?

Dejemos por un instante a esa primera coalición, la de los ciudadanos, y pasemos a la segunda, la de las fuerzas políticas que debieran legítimamente poder celebrar junto a Kast este domingo. En ellas milita un porcentaje muy pequeño de quienes constituirán el electorado victorioso de ese día, pero tienen el gran mérito de haber estado buscando desde hace un año fórmulas para llegar a un momento de victoria, ya tan cercano. Esos partidos que legítimamente se empeñaron en el triunfo de cada una de las tres opciones opositoras —y que triplicaron así el trabajo electoral— confluyen ahora en una sola candidatura, de modo similar a como lo hicieron hace cuatro años. Pero esta vez, además, se les suman fuerzas provenientes de la Democracia Cristiana, del mundo radical e incluso del PDG.

Esta segunda coalición tendrá que gobernar. La sumatoria de tantos desencuentros recientes entre sus distintas fuerzas será muy valiosa: habrá sido experiencia y tiempo ganados, no energías perdidas. Debiera acrecentar la convicción de que en el futuro gobierno no se les podrá pedir lo mismo a todos, que la confluencia no es coincidencia, que la adhesión no es rendición. Cada partido, cada grupo, podrá aportar lo suyo, y lo hará, específicamente, a través de sus mejores personas. Esa ha sido la señal del Partido Republicano.

Pero, entonces, una vez que comience a gobernar la segunda coalición, ¿la primera, la de los ciudadanos electores, se diluye y desaparece hasta la próxima elección? Sería lamentable, porque justamente este es uno de los grandes desafíos políticos de la segunda coalición: incorporar a decenas de miles de chilenos a la tarea de generar una nueva época en la vida nacional. Para esa incorporación, deben estar cada día mejor abiertas las puertas de los partidos, los que debieran empeñarse en aumentar sus militancias y reforzar la formación de sus miembros. Y en el caso de aquellos que deban reinscribirse, se abre una buena oportunidad de incorporar a muchos miles de electores a sus filas, así como existirá la posibilidad de iniciar de una vez por todas iniciativas de largo alcance, como una Nueva Falange.

Si entre los partidos de la segunda coalición se presentaran diferencias graves, siempre quedará abierta la puerta para que el Gobierno apele a la primera coalición, a la de los electores puros y simples, para que le manifiesten su apoyo por encima de rencillas o de desacuerdos cupulares.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 10 de diciembre de 2025.

 

El Presidente Kast y la generación del ’19

Por José Ignacio Palma

“Este no es un triunfo personal, no es un triunfo de José Antonio Kast, no es un triunfo de un partido. Aquí ganó Chile, el Chile que trabaja, que madruga; ese Chile que cría a sus hijos con mucho sacrificio; el Chile que cumple con esfuerzo con sus obligaciones; ese Chile que quiere vivir tranquilo”. Así comenzaba ayer el primer discurso de José Antonio Kast como Presidente electo. Y no se equivoca: luego de seis años de este periodo de revolución y contrarrevolución, de crisis política, social y cultural, nuestro país clama por un respiro, ese que solo puede venir de quien, como Manuel Montt, tiene claro que sin orden y justicia no hay cimientos para el ejercicio de la libertad, ni menos para un desarrollo integral.

Hoy el presidente Kast –¡así hay que acostumbrarse a llamarlo!– está en condiciones más que óptimas para liderar un desafío de esa magnitud, uniendo bajo el mismo proyecto político a las distintas sensibilidades del sector. Y para ello tiene una ventaja: su biografía le permite integrar de manera natural no solo a gremialistas, conservadores y liberales clásicos, sino también a socialcristianos, nacionalistas y libertarios. Su formación en la escuela de Jaime Guzmán, la admiración por su hermano Miguel Kast –uno de los principales responsables de la disminución de la pobreza en Chile–, y la construcción de vínculos en el extranjero con liderazgos del talante de Giorgia Meloni, hacen de José Antonio Kast un personaje idóneo para articular un discurso sincrético y por tanto familiar para el amplio espectro de las derechas. Orden público, soberanía nacional y desarrollo económico, pero también familia, subsidiariedad y superación de la pobreza, son conceptos que forman parte del lenguaje del nuevo portador de la piocha de O’Higgins.

Dichos atributos se ven reforzados por el gran elenco que lo acompañará desde el Congreso. Y es que es justo recordar que el triunfo de este domingo es también el resultado del desembarco en la primera línea de la política de un movimiento generacional que, aunque viene forjando su carácter y liderazgo desde la oposición al movimiento estudiantil, tiene su hito propiamente fundacional –a modo de reacción– en la revolución de octubre de 2019. Me refiero a la camada joven que formó parte de la Convención Constitucional, liderando una oposición férrea a su propuesta de refundación, y también al grupo de diputados republicanos que ingresó al Congreso en 2021, el cual ha servido como el principal fiscalizador del gobierno del Presidente Boric. Esa “generación del ’19”, de la cual varios fueron electos o reelectos como parlamentarios en la última elección, incluye a Benjamín Moreno, Chiara Barchiesi, Javiera Rodríguez, José Carlos Meza, Paz Charpentier, Eduardo Cretton, Constanza Hube, Francisco Orrego y tantos otros que, más allá de las diferencias partidarias, comparten un estilo de hacer política guiado por convicciones firmes y una visión integral del bien común. De ese talento, expresado desde el Congreso, dependerá también el éxito de la agenda impulsada por el gobierno entrante.

Es cierto que las expectativas de la ciudadanía son altas y que el hastío con la política es severo, pero en ello hay una oportunidad que hay que saber aprovechar. El mandato de esas 7.254.850 personas que optaron por José Antonio Kast –convirtiéndolo en el Presidente más votado de la historia de Chile– reviste en lo inmediato de una legitimidad política sustanciosa al próximo gobierno, que logrará mantenerse de la mano de cambios ágiles y contundentes. Para ello, el mandatario electo debe mantenerse fiel a su identidad, la misma que lo ha llevado a ser un gran padre de familia, un político de carácter y convicciones firmes, y hoy, Presidente de la República.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el lunes 15 de diciembre de 2025.

 

 

Nuevo gobierno, tiempo de construcción de puentes

Por Enrique Cruz Ugarte 

“En los empresarios no confío…”. La frase pronunciada por el Presidente Gabriel Boric durante el Encuentro Anual de la Industria 2025 de Sofofa, no solo sorprende por venir de la máxima autoridad del país, sino sobre todo porque revela un síntoma profundo que arrastramos hace años y que es imposible seguir ignorando.

Que el Presidente reconozca abiertamente un prejuicio hacia un sector completo de la sociedad es significativo. Incluso, que diga que ese prejuicio cedió cuando tuvo la oportunidad de establecer un “diálogo honesto sin renunciar a diferencias legítimas”, es aún más relevante. El punto no es la llamativa confesión presidencial, sino que revela la cultura de la sospecha, la distancia imaginada y la fragmentación social que hemos construido como clima social para relacionarnos a diario.

Los últimos estudios sobre polarización en Chile muestran con claridad que nuestras tensiones ya no provienen principalmente de diferencias ideológicas profundas, sino de lo que creemos que piensa el otro. Los Estudios Nacionales de Polarización de 3xi y Criteria concluyen principalmente que no nos separan los hechos, sino los relatos que construimos sobre los demás.

Cuando las elecciones de hoy marcan un nuevo ciclo político, es imprescindible que las nuevas autoridades, en particular el próximo Presidente –sea quien sea–, asuman el compromiso explícito de tender puentes, reconstruir confianzas, restaurar la conversación pública-privada y convocar a los distintos actores sociales a un encuentro genuino que genere vínculos de confianza.

Cómo volvemos a vincularnos como país debe ser una de las urgencias país a trabajar luego de estas elecciones, junto a otras como seguridad y crecimiento. La generación de vínculos es hoy un imperativo ético ineludible. Es un componente estructural del bienestar social y un factor estratégico para cualquier organización.

Hoy más que nunca necesitamos encarnar una verdadera cultura del encuentro. Una sociedad en la que podamos escucharnos, reconocernos, dejar atrás la lógica de trinchera y aceptar que construir juntos no implica pensar igual, sino asumir que compartimos un destino común. En tiempos donde la conversación pública se ha hecho más crispada, todos debemos contribuir a ese reencuentro.

Más allá de lo “anecdótica” que podrá resultar en el futuro la frase del Presidente, sí tiene que recordarnos que cuando el prejuicio se disipa, genera encuentro, la confianza emerge y el otro deja de ser una amenaza. Si en el país falta diálogo, alguien tiene que empezar a abrir la puerta. Como ingeniero, me encanta la analogía de ver al empresario como un constructor de puentes. No sólo grandes obras de cemento para que nuestros autos crucen ríos, sino de reales estructuras que nos permitan como sociedad cruzar las barreras que nos dividen y encontrarnos como país.

La empresa es un ambiente propicio para esa tarea. Las empresas que dialogan y cuidan a sus trabajadores son más productivas. Las que se vinculan con sus comunidades generan confianza y compromiso. Por eso, los empresarios podemos y debemos ser actores relevantes en esta tarea. Es un buen propósito para el año 2026.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 14 de diciembre de 2025

 

 

El alma de Chile ha vuelto

Por Ariel Markovits

No siempre una entrevista política logra ir más allá de la coyuntura. Ayer, escuchando la conversación entre Eduardo Feinmann, periodista argentino y Guillermo Holzman,analista chileno, no apareció el ruido habitual ni la opinión liviana. Apareció algo mucho más escaso hoy: seriedad, sobriedad y honestidad intelectual.

Holzman analizaba sin caricaturas, sin consignas, sin necesidad de agradar. Hablaba con rigor, con respeto por los hechos y por las personas. Y desde ese lugar —el único realmente valioso en política— fue describiendo un lider politico como Kast, consistente, democrático, correcto.

Fue entonces cuando el entrevistador, Eduardo Feinmann, dijo algo revelador: que sentía una envidia sana al observar un liderazgo y una élite política de ese nivel. No admiración ideológica, sino respeto humano y cívico.

Ese momento importa. Porque cuando la observación nace desde la honestidad intelectual, lo que se expresa no es propaganda, sino verdad.

Y la verdad que se asomaba era clara:
esto no es solo un fenómeno electoral. Es un reencuentro con la identidad chilena.

José Antonio Kast no representa únicamente a un sector político. Representa al chileno profundo, al que no necesita levantar la voz para hacerse respetar. Al chileno bien educado, sin arrogancia. Al cristiano sincero, sin fanatismo. Al hombre correcto, sencillo, amable, que cree en la democracia no como consigna, sino como forma de vida.

Ese chileno silencioso y trabajador, empático sin victimismo, firme sin violencia. El que entiende que la autoridad nace del ejemplo. El que cumple su palabra. El que sabe que el progreso real se construye con disciplina, no con rabia.

El chileno que trabaja callado, con constancia, con humor fino, con una copa de vino tinto al final del día y la conciencia tranquila.

Ese es Chile.
Ese fue siempre el corazón de Chile.

Durante años se intentó instalar la idea de que la sobriedad era frialdad, que la corrección era debilidad, que la educación era elitismo. El resultado fue un país más ruidoso, más crispado, más desconfiado de sí mismo.

Hoy algo empieza a ordenarse.

No desde la soberbia.
No desde la revancha.
Sino desde la recuperación de un carácter profundo.

Chile fue luz en Latinoamérica no por gritar más fuerte, sino por hacer mejor las cosas. Por su institucionalidad. Por su seriedad. Por su confiabilidad. Por una ética del trabajo y del respeto que se transmitía sin discursos grandilocuentes.

Volver a eso no es retroceder.
Es volver a ser.

Por eso lo que estamos presenciando no es solo un liderazgo político emergente. Es algo más hondo: el alma de Chile recordándose a sí misma. Una alma buena, trabajadora, educada, firme y humana que nunca desapareció, pero que estuvo demasiado tiempo en silencio.

Porque Chile no nació del ruido ni del resentimiento.
Nació del orden Republicano, del respeto por la ley, del deber antes que el derecho, de la convicción profunda de que la libertad solo es posible cuando hay responsabilidad.

Eso lo entendieron nuestros próceres.
Lo entendió Diego Portales, cuando habló de autoridad moral antes que de fuerza.
Lo entendió Andrés Bello, cuando puso la educación y el derecho como cimiento de la República.
Lo encarnó Arturo Alessandri en su momento histórico, y más tarde Patricio Aylwin, cuando Chile volvió a caminar por la senda del respeto, la prudencia y la convivencia democrática.

Todos distintos, pero unidos por una misma idea:
Chile se construye con carácter, no con estridencia.
Con deber, no con odio.
Con instituciones, no con consignas.

Por eso, cuando hoy hablamos de un reencuentro con nuestra identidad, no estamos inventando nada nuevo. Estamos recordando lo que siempre nos hizo grandes. Una República seria, sobria, humana. Firme sin ser cruel. Democrática sin ser débil.

El alma de Chile no es revolucionaria ni arrogante.
Es Republicana.
Y cuando esa alma vuelve a ponerse de pie, no necesita aplausos.

Solo necesita hombres y mujeres dispuestos a caminar derecho, como lo hicieron antes quienes levantaron este país.

Que Dios Bendiga a Chile