Voto rechazo a la violencia

Voto rechazo a la violencia
Gonzalo Cordero: “…cuando se abandona el respeto a las reglas y los procedimientos —lo hicimos desde el 15 de noviembre—, inevitablemente se legitima el ejercicio del poder desprovisto del apego a las formas y sus requisitos…”.
Dos
destacados intelectuales de centroderecha han argumentado en este mismo espacio
que nuestro sector debe enfrentar el plebiscito de abril como una oportunidad y
no como un salto al vacío. Esto supone votar apruebo, pues esa es la opción que
permite ser un protagonista del futuro, así como jugar un rol en el verdadero
debate que tendrá lugar después, cuando los constituyentes estén deliberando y,
constreñidos por la regla de los dos tercios, se vean encaminados a concordar
en un texto razonable. No habrá espacio —nos aseguran— para “el florecimiento
barroco de la imaginación”. Discrepo de este punto de vista, por lo que
expondré brevemente las razones por la que marcaré la opción rechazo.
La verdadera opción frente a la que tendremos que definirnos en abril no es si
queremos ser protagonistas del futuro, sino si apoyaremos con nuestro voto el
quiebre institucional impuesto por la fuerza, luego de la brutal jornada de
violencia del 12 de noviembre pasado. La cruda realidad que nadie puede ignorar
es que ese fatídico día nuestra institucionalidad llegó a un callejón sin
salida; impotente para restablecer el orden público el sistema político tuvo
que elegir la renuncia menos costosa para el sistema democrático y el Estado de
Derecho.
Describir un proceso de cambio constitucional que ocurre en un prístino medio
ambiente de diálogo, en que partidos de gobierno y oposición, excepto el PC,
acordaron generosamente caminar hacia un nuevo pacto social, simplemente no
corresponde a la realidad. Así también, es un autoengaño creer que basta seguir
el procedimiento formal de reforma constitucional para que este camino se
legitime, pues las normas jurídicas son generales y abstractas; una disposición
hecha para el caso específico, bajo el temor de que el país caiga en la
ingobernabilidad y la anarquía, no sanea los vicios evidentes que tiene este
procedimiento.
Votaré rechazo no porque quiera anclarme al pasado, sino para abrir la puerta
que nos devuelva al sistema institucional en que se pueden discutir, pactar y
aprobar todos los cambios constitucionales que el país quiera, sin que ello
signifique claudicar frente a la violencia irracional.
Inmediatamente después de suscrito el acuerdo, cuyo sentido era convenir un
nuevo clima de entendimiento para enfrentar la crisis, ocurrieron tres hitos
imposibles de ignorar: la oposición intentó destituir al Presidente de la
República, aprobó la acusación constitucional contra el exministro del Interior
Andrés Chadwick y se desató un nivel de violencia —funas— en el Congreso, como
no se había visto nunca desde el retorno a la democracia. Estos hechos me
impiden augurar ese debate racional, enmarcado por “los temas que todas las
constituciones deben tener”, que presagian los autores de la columna que
comento.
Cuando se abandona el respeto a las reglas y los procedimientos —lo hicimos
desde el 15 de noviembre—, inevitablemente se legitima el ejercicio del poder
desprovisto del apego a las formas y sus requisitos. Es inevitable que la
sociedad entienda el voto por la opción rechazo como el retorno a la
Constitución vigente y la validación de sus instituciones; la alternativa
apruebo, en cambio, como la búsqueda de algo completamente diferente. Como bien
dijo el senador Girardi, el voto apruebo se entenderá como el camino para poner
fin a la propiedad privada como la entendemos hoy, a “este Tribunal
Constitucional” y, en definitiva, al modelo neoliberal.
Por eso, si es que llegamos a la convención constituyente en este ambiente
enrarecido, de funa y descalificación, la votación que obtenga la opción
rechazo será, a no dudarlo, la medida de la legitimidad con la que podrán
defenderse todas las instituciones de un orden constitucional aceptable para la
centroderecha. Es decir, para que sea viable, desde nuestra visión de un orden
social libre y justo, eso que algunos llaman “la casa común”.
Votaré rechazo, no porque les tenga miedo a los cambios. Lo haré sencillamente
porque creo en ese sistema de reglas que garantiza los derechos individuales y
rechaza la violencia como medio de solución de las diferencias, que llamamos
democracia.
Gonzalo Cordero M.
Abogado