Por Cristián Labbé Galilea

En una de esas “tertulias republicanas” a las que asisto con frecuencia, un prestigioso analista pontificaba sobre la contingencia política y los presentes asentían con ligeros y formales movimientos cervicales, aunque en mí la sensación era distinta al asentimiento: algo no terminaba de cuadrarme. Mucho dato, mucha referencia, mucha oratoria, sin lo más importante, una adecuada relación entre hechos y circunstancias. Para él todo parecía tan claro y nítido, que la realidad resultaba ser algo que se da en forma cierta e inmutable, sin complejidad mayor, es decir, nada de ese “conjunto de perspectivas donde la realidad no es ni más ni menos que la suma de variadas perspectivas”, como advierte Ortega y Gasset en Meditaciones sobre el Quijote.

Mientras pensaba que si las cosas fueran tan sencillas la solución estaría a la vuelta de la esquina, recordé lo que recomendaba a mis alumnos: antes de cualquier análisis político, o cuando vayan a opinar sobre el acontecer nacional o internacional, tengan presente lo planteado por Ortega:“como personas vivimos en un espacio y en un momento histórico que nos genera unas formas particulares de ver y de pensar la realidad” (“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”). En otras palabras, no hay verdades atemporales, sino perspectivas de la realidad, que hay que saber interpretar e integrar y de las que hay que hacerse cargo si se quiere dar en el blanco.

Esto, tan obvio y de sentido común, es tan poco usual entre actores políticos y analistas de contingencia -quienes se dejan arrastrar por casos aislados e inconexos, por percepciones fugaces, por la inmediatez de los hechos o por lo políticamente correcto-, que solo consiguen hacer sentir al ciudadano común que él vive una realidad muy distinta a la de los señores políticos y sus adláteres, con los naturales resultados de…

Circunstancias “patéticas” que nadie pareciera asumir: en el sector publico veinte días de paro ilegal; el comité político no funciona; la presidente se va de viaje y al volver… cambia al ministro de deportes y otra vez se va de viaje; la economía no crece; los partidos se sacan los ojos entre sí; en la Araucanía no hay estado; la mediocridad campea; el desgobierno es total…

Confusas circunstancias a las que nos hemos ido acostumbrando, distraídos por el futbol, múltiples acusaciones de corrupción, hechos policiales de la más variada connotación y alcance… Todo se mezcla, lo principal con lo accesorio, el día a día con el largo plazo, el abuso de poder con la falta de autoridad, lo trágico y fatal con lo ridículo…

Vivimos una peligrosa “parálisis política”. Indiscutiblemente nuestra sociedad política padece de inoperancia motora grave, una verdadera hemiplejia en la que el lado político le niega al resto de la sociedad el derecho a un futuro libre, con desarrollo y bienestar. Imposibilitado el país para progresar debido a esta insana obstrucción, surgen el desánimo y el deterioro de los agentes del crecimiento, con lo cual el porvenir, siendo tan poco auspicioso, termina contaminando irreversiblemente a la base social que aún se mantiene sana y con energía.

Mi contertulio vecino, sabio, simple y directo, me preguntó al oído “bueno, y qué se hace entonces”. Cuidando que no oyera nuestro relator le contesté: “Con los actuales galenos de nuestra sociedad política no tenemos muchas posibilidades de pronta recuperación. Si queremos salvarnos como dice Ortega, se requiere que en las próximas elecciones haya renovación de actores, nuevas ideas, nuevas energías: es necesario que aparezca una visión más clara de la tendencia de los tiempos… definitivamente, el mundo cambio su rumbo”