¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???
¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???
¿Y si rechazamos el paraíso en la tierra?
Lucía Santa Cruz |
Razón tiene el Gobierno al afirmar que sin la aprobación del texto constitucional propuesto por la Convención hay muchos aspectos del programa, y sobre todo del ideario del Partido Comunista y del Frente Amplio, que no podrían llevarse a cabo.
Entre otros, y en primer lugar, el Presidente tendría que seguir presidiendo la República de Chile, tal cual la hemos conocido, sin “un Estado plurinacional” con territorios indígenas política y financieramente autónomos; tampoco podrían entregarse privilegios y derechos especiales a dichas comunidades que el resto de los chilenos no puedan gozar. En suma, tendría que seguir gobernando de acuerdo al principio fundamental de la modernidad: la igualdad ante la ley.
Del mismo modo, tendría que seguir aceptando la existencia de un Poder Judicial independiente y autónomo que se rija por el respeto a la ley, sin discriminaciones arbitrarias de género o etnia. No contaría, entonces, con un Consejo de la Justicia todopoderoso, con extensas facultades sobre los jueces que lo integran (los nombra, los gestiona, los gobierna, los forma y los disciplina). Y, por cierto, tampoco gobernaría con un sistema jurídico de pueblos indígenas coexistente, en un plan de igualdad, con el régimen de justicia nacional.
Más aún, tendría que enfrentar el contrapeso de un Senado, más diversamente integrado, que podría morigerar los aspectos más radicales del ideario de la izquierda dura. El Gobierno se vería limitado en su proyecto de confiscación de tierras reclamadas por los pueblos indígenas, y las actividades económicas de esas zonas podrían prescindir del “consentimiento” obligatorio de sus habitantes.
Claro está, le sería muy difícil expropiar a destajo, pues en ese caso se seguiría aplicando la norma de compensación por el valor de mercado del bien afectado y no podría limitarse a indemnizar por el llamado “precio justo”, concepto siempre subjetivo, pues considera otros aspectos del valor de la propiedad, que no son precisamente los de reposición.
Asimismo, un Estado empresarial extenso, que permita crear múltiples empresas estatales en todos los rubros y niveles, incluido el municipal, sería difícil. Ello, no porque la Constitución actual no permita la creación de empresas estatales, sino porque esas iniciativas deben contar con la aprobación de la mayoría de los miembros del Congreso en ejercicio.
Sabemos que en el ideario de Apruebo Dignidad es prioritario el control estatal de los recursos naturales. Sin el texto actualmente en discusión seguiríamos, en cambio, con un régimen de concesiones mineras establecidas judicialmente y, por lo tanto, el Gobierno no contaría con concesiones administrativas temporales, acordadas con los interesados por funcionarios de gobierno, sin criterios objetivos previos, y que son potencialmente una fuente de corrupción. Del mismo modo, seguirían existiendo derechos de agua transables, sin los cuales el valor de las tierras agrícolas es prácticamente nulo.
El Gobierno no podría proponer una ley de aborto completamente libre, sin restricción de tiempo o circunstancia o, por lo menos, los médicos tendrían derecho a ejercer su objeción de conciencia sin ser obligados a un procedimiento atentatorio contra sus principios.
En el sistema de salud podrían seguir existiendo las isapres, con un 20% de afiliados, pero que prestan servicios a miles de integrantes de Fonasa. A su vez, la educación particular subvencionada, que corresponde a más de la mitad de la educación pública, no se extinguiría por falta de financiamiento, y los padres podrían seguir teniendo el derecho preferente a la educación de sus hijos.
Sí, efectivamente. El paraíso en la tierra que nos promete Apruebo Dignidad sería muy difícil de alcanzar sin la refundación propuesta por la Convención Constitucional.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el viernes 17 de junio de 2022.
El rechazo y el extranjero
Juan Pablo Zúñiga H.
En cierto canal de televisión, hace tal vez 20 años atrás, había un programa llamado Patiperros, que mostraba la vida de chilenos que, por los más diversos motivos, residían en el extranjero. Mostraban cómo vivían otros compatriotas fuera de Chile, en lugares recónditos, luego de haber pasado más de alguna peripecia. Somos más de medio millón los chilenos que vivimos fuera de casa y no pocos los que tenemos uno ojo en el país en que vivimos y el otro en Chile, la vida en el lugar de residencia y parte del corazón en casa.
¿Cómo se ve el plebiscito y particularmente el rechazo desde el extranjero? A decir verdad, a partir de aquellos días de octubre, la preocupación por el acontecer nacional y el cómo -en la medida de lo posible- hacerse parte de lo que sucede en el país de forma activa, comenzó a tomar forma en diversos círculos de chilenos residentes en el extranjero. Evidentemente que dicho involucramiento se da tanto para los que estamos por la defensa de la nación cuanto para quienes van por la desconstrucción.
En los años ‘90 siempre se miraba con sospecha al chileno residente en el extranjero. “Son todos exiliados”, “son hijos de exiliados”, “son todos comunistas”, son frases que más de alguna vez escuchamos, o dijimos. Lo cierto es que entre 1970 y 1975 hubo una gran diáspora de chilenos; efectivamente, muchos de ellos exiliados. Algunos reconstruyeron sus vidas para nunca más volver, mientras que otros retornaron. Algunos se involucraron en la vida política para continuarla en el Chile post 1988, mientras que otros no perdieron el tiempo y se involucraron en círculos asociados a ciertos sectores políticos europeos cercanos a la social democracia y también a sectores intelectuales impregnados con ideales neo marxista aún en gestación, organizaciones no gubernamentales, entre otros, creando una suerte de puesto de avanzada y cuna para lo que se llamaría “progresismo”, que comenzó a entrar a Chile después del 2000 con el retorno de muchos de ellos.
Evidentemente, crearon un bloque de chilenos en el extranjero que, reverberando una y otra vez el gobierno militar y sumado a sus experiencias con estos nuevos círculos intelectualoides, desarrollaron una visión y postura perfectamente alineada con la insurrección del 2019 y los sucesos posteriores a esta: con la CC, con el gobierno de Boric y, por supuesto, con el apruebo. Además, cuentan con una estructura consolidada, con redes en medios de comunicación internacionales y, sin duda, con vínculos con organizaciones no gubernamentales que les dan -paradojalmente- poderes capaces de influenciar gobiernos, principalmente en Latinoamérica. Es cuestión de mirar las decenas que organizaciones que a poco andar de la insurrección ya operaban en Chile con nexos con ONG europeas e inclusive con sindicatos portuarios europeos listos para boicotear navíos con carga nacional, ejerciendo presión organizada desde afuera.
También hay chilenos residentes en el extranjero que aman a Chile. Los hay quienes se definen como “no de izquierdas”, amarillos, algunos de la “derecha light”, libertarios y también habemos conservadores republicanos. También hay de izquierdas moderadas que, junto con todos los anteriores, van por el rechazo. La diferencia de este bloque con el examinado anteriormente es que su organización y articulación es reciente, lo que genera el natural inconveniente de la dificultad de consolidar redes poderosas capaces de motivar, formar y movilizar a compatriotas comprometidos por Chile. Ha sido una tarea difícil, pero no imposible y con tímidos pero interesantes frutos. Es que estando lejos, se ve exacerbada la situación crítica por la que atraviesa Chile y se genera el deseo de poder entrar en acción de cualquier manera posible. Resulta particularmente duro mirar desde lejos cómo nuestro hogar se desmorona, cómo nuestras familias y nuestro pueblo sufren, y, lo que es más aterrador, el sentimiento de que el día que regresemos a casa, nos encontremos con que el Chile en que nacimos ya no existe más, ni en su forma, ni en su fondo. El temor paraliza, pero también moviliza e impulsa a tomar acciones concretas. Y es en ello que muchos estamos empeñados.
Por otra parte, tenemos una población de extranjeros que viven en Chile que, querámoslo o no, tienen una opinión al respecto. Los hay aquellos que fueron traídos y atraídos a nuestro país por el mero clientelismo político para ser usados como futuros votantes. Por otra parte, tenemos muchos que llegaron a contribuir al país y hacer de Chile su hogar. Al hogar se le cuida, se le respeta y se trabaja por él. En ese sentido, son varias las declaraciones de profesionales cubanos y venezolanos que, abiertamente, apoyan al rechazo pues ellos ya cargan con el dolor de haber visto sus naciones destruidas por el totalitarismo de ultraizquierda y ciertamente no desean ni repetirse el plato ni que otros experimenten la hiel amarga de la castración de la libertad.
Por estos días se tomó la decisión de remover completamente el monumento del General Baquedano, ofreciendo así la rendición incondicional ¿Qué dirían nuestros padres fundadores al ver nuestra nación rendida a los pies del enemigo? ¿Qué dirían Prat, Aldea y el propio General Baquedano al ver que nuestra bandera se arrió frente al enemigo? Tal vez nunca lo sepamos. Hay quienes dicen que cada país tiene los gobernantes que se merece. Puede ser, pero hoy me atrevo a discrepar. Hemos cometido errores, pero Chile no merece ser aniquilado pues aún hay justos en medio de nosotros. Desde el más simple ciudadano hasta expresidentes, hay una creciente mayoría que no está dispuesta a ver como nuestra nación es despedazada por fanáticos delirantes de ultraizquierda. Por lo tanto, aún tenemos un sentido de responsabilidad y de respeto a nuestra patria -que es nuestra casa, nuestro hogar-, lo que se manifiesta en el rechazo, tanto dentro de nuestras fronteras como fuera de ellas y por ello vale la pena entregar una parte de nuestro tiempo y nuestro esfuerzo para servirle a nuestra República y a su destino.
Gonzalo Arenas