¿Para donde vamos?
¿Para donde vamos?
Día a día, vemos vendedores de pomada, que nos dicen que el país necesita cambios urgentes y radicales; que se deben “efectuar cambios estructurales de fondo”. Habitualmente estamos viendo “sanadores” que nos ofrecen recetas para la cura de todos nuestros males y llegar a ser “una sociedad sana”. Muy bueno, pero ¿quién está pensando en la rehabilitación del paciente? Lo que se hace patente cada día, y que nos está costando caro, es que Chile parece ser un país sin liderazgos ni proyectos, que recupere su fuerza, iniciativa y espíritu colectivo para progresar como sociedad.
En los últimos años, nuestro país está asistiendo a una alarmante destrucción del capital social, el que con el paso del tiempo se ha tornado cada vez más virulento. ¿Ha sido esto espontáneo o dirigido en forma interesada?. De esta forma las empresas proveedoras de financiamiento irregular, el empresariado en general, la Iglesia, la propia Presidenta por los negociados de su hijo y la clase política en su conjunto se ven hoy cuestionadas.
Sin embargo, el discurso de la calle, los vociferantes de siempre y en fin, quienes pretenden que “todo cambie”, no han sido capaces de plantear soluciones concretas o alternativas valederas para superar el problema. La sensación que se está teniendo, es que no lo han hecho porque en el fondo, no saben que hacer o que quieren, o bien, porque a la luz de los resultados en países con gobiernos populistas como Venezuela, Argentina (que parece estar a punto de cambiar) y de Brasil, saben que después de todo, no es eso lo que los chilenos quieren.
Así, las élites gobernantes, políticas y empresariales, se inquietan ante una perspectiva de transparentar sus sistemas de funcionamiento, para reflejar mayor transparencia y democratización de sus estructuras.
La clase política nos muestra una alarmante inoperancia. Mientras la oposición se muestra incapaz para presentar una alternativa de futuro, nuestra Presidenta se dedica a “salvar los muebles” en el día a día, tratando de pasar su jornada sufriendo el menor daño posible.
Así lo único que Chile espera hoy, es que las instituciones funcionen y que los políticos implicados en escándalos y escandalillos se vayan a su casa o a donde sea, que la Justicia sea justa, que el Parlamento haga su pega y tramite los proyectos pendientes, y que surjan liderazgos capaces de sacarnos del marasmo.
Existe la sensación que Chile se está farreando la oportunidad de alcanzar el desarrollo, sin tampoco llegar a ser ese país “más igualitario”, que prometió este gobierno.
Parece el momento apropiado para que muchos dirigentes se vayan a sus cuarteles de invierno, se reciclen… y que por supuesto los ciudadanos vayan a votar cuando corresponda.