A 50 AÑOS
A 50 AÑOS
Chile, medio siglo después
José Manuel Castro
El éxito de ventas del libro Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular de Daniel Mansuy ha demostrado que a los chilenos no solo nos interesa la historia de Chile, sino además que todavía queremos encontrar respuestas a las grandes interrogantes de nuestro pasado reciente.
A contrapelo de lo que muchos políticos de manera pobre y voluntarista suelen repetir, diciendo que hay que dejar de discutir el pasado y que hay que mirar el futuro, los 50 años del 11 de septiembre han traído consigo una proliferación pocas veces vista de una extensa producción de material audiovisual en diversos formatos. Podcasts, debates, conversatorios, documentales nuevos y reeditados (como uno muy notable de la BBC, que muestra el Chile de entonces a todo color), series de televisión, coloquios de centros de estudio y entrevistas han venido a complementar las tradicionales conferencias universitarias o las innumerables columnas y cartas al director que a diario reflexionan sobre el tema. Una rápida búsqueda en plataformas digitales permite encontrar material gratuito y de calidad para quien quiera hacerse una idea de lo que ocurrió en Chile hace 50 años, con distintos enfoques e interpretaciones. Si sectores del oficialismo buscaban impulsar una suerte de “historia oficial” desde arriba, controlando de este modo el sentido que tendrían las conmemoraciones, un vistazo a los contenidos que circulan hoy en internet (a los que cualquier ciudadano de a pie puede acceder) permite constatar que existe una sana diversidad de memorias e interpretaciones históricas sobre lo ocurrido antes, durante y después del golpe de Estado.
Esta quizás ha sido la gran diferencia entre el momento actual y la conmemoración de los 40 años en 2013. Con Piñera y la centroderecha en La Moneda, diez años atrás, la apuesta comunicacional del gobierno buscó transmitir, a modo de mea culpa, el grado de responsabilidad de la derecha en lo sucedido en el país después del 11 de septiembre, más allá del obvio protagonismo de los militares en el poder. A través de la expresión “cómplices pasivos”, Piñera conseguía apuntar con el dedo “a quienes sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada” respecto a las violaciones a los derechos humanos. La tesis era clara: “las sombras” del régimen militar se habían producido con complicidad de la derecha. Intencionadamente o no, el debate se centró entonces en el régimen militar y no en el gobierno de la Unidad Popular.
En estos 50 años el énfasis ha variado notablemente. La fecha encontró en La Moneda a un alicaído gobierno de Gabriel Boric, quien más que ningún otro presidente ha insistido en identificarse con el legado político de Salvador Allende. Quizás por eso mismo, la reflexión de los 50 años ha sido distinta a la de los 40. La opinión pública se ha centrado en los tres años del gobierno de la Unidad Popular (con sus éxitos y sobre todo sus fracasos) más que en la dictadura que lo siguió. Como era de esperar, la crítica oficialista al gobierno de la UP ha sido más bien tímida, limitándose a reconocer que uno de los grandes problemas del gobierno de Allende fue de orden táctico, al querer realizar grandes transformaciones sin contar con la suficiente mayoría política y social para ello. Cuestiones más de fondo, como la reivindicación de la violencia por parte de la izquierda antes del 11 de septiembre, el propósito explícito de conquistar el poder total, la burla de la institucionalidad, o las manifiestas tensiones entre el proyecto socialista y la democracia chilena, todavía son elementos que no han sido sometidos a una crítica rigurosa por parte del oficialismo. Quizás por eso ha sido difícil llegar a los llamados “mínimos civilizatorios” con la oposición. Como ha sido la tónica, sectores oficialistas han recurrido el ánimo golpista de la derecha o la dura oposición del gobierno de Richard Nixon a la UP para explicar la ruptura de la democracia.
No cabe duda de que la gran crisis chilena que conmemoramos en estas semanas fue un proceso complejo y con aristas para muchos difíciles de ponderar. Sin embargo, me parece que uno de los principales méritos del actual debate en torno a los 50 años del golpe es haber puesto definitivamente sobre la mesa los distintos elementos que jugaron un papel importante tanto en el quiebre de la democracia como en el proceso que se derivó de este. Este es un buen primer paso para explicar de modo más íntegro la profunda densidad histórica del 11 de septiembre, que marcó tanto el fin de una etapa histórica como el comienzo de una nueva. Fue una fecha que implicó simultáneamente el fin de medio siglo de democracia chilena, de casi una década de “era de revoluciones” y de tres años de experimento socialista en Chile. Además, fue el inicio de una dictadura política que combinó el esfuerzo refundacional con la promesa de eliminar el marxismo del país. A 50 años, hemos dado un paso importante hacia una comprensión integral de los años 70 como una época histórica, más allá de las narrativas excluyentes de izquierdas y derechas.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el viernes 8 de septiembre de 2023 La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.
Recordemos la verdad: