NO A LA VIOLENCIA

Venga de donde venga

  Por   Humberto Julio Reyes

            ¿Le parece estimado lector haber escuchado o leído antes la frase que sirve de título y subtítulo a esta columna?

            Naturalmente que sí, ya que es recurrente en el discurso “políticamente correcto”, tan de moda en autoridades, políticos y opinólogos en general, como quien escribe estas líneas.

            Se recurre a ella habitualmente para salir del paso evitando pronunciarse sobre el fondo de un asunto conflictivo y esperando dejar a todos contentos, cosa que puede ser entendible en la diplomacia cuando el interés nacional no está comprometido o no se tiene claridad respecto a determinada situación.

            Podría ser el caso en la que se vive en el reciente enfrentamiento entre el grupo terrorista Hamas y el Estado de Israel, con el cual mantenemos relaciones diplomáticas normales. Todo aconsejaría prudencia antes de pronunciarse sobre el fondo, aunque ello lleve a una ambigüedad que resulte lamentable o desafortunada para quien ha recurrido a la violencia para defenderse de un ataque “sin precedentes” y ponerle fin.

            Pero mi propósito no es referirme a este conflicto de tan larga data y sobre cuyas causas no existe consenso generalizado sino al uso y abuso del término “violencia” en nuestra vida cotidiana, tal como hoy Carlos Peña en su columna llama a evitar.

            Aclaro que no siempre estoy plenamente de acuerdo con sus columnas, cosa que a él debe tenerlo sin cuidado, y esta no es la excepción, aunque comparta el fondo de su planteamiento.

            Considerar que cualquier forma de injusticia o de vulneración de un derecho sea una forma de violencia naturalmente que puede llevar a justificar una respuesta o reacción violenta lo que parece un exceso, como tan bien él lo explica.

            Pero, en el tema de distinguir cuando una usurpación es violenta o no lo es, a objeto de establecer su penalidad, pareciera que no es tan exagerado calificar que toda usurpación es violenta o mejor, no calificarla, dejarla sin apellido, tal como ocurre con otros hechos donde sería redundante agregarles el calificativo de violentos, tal como sucede hoy en Israel y la franja de Gaza.

            Ello me lleva a recordar una columna de años atrás de Hermógenes Pérez de Arce donde se refería a “un jesuita de izquierda” y pedía perdón por la redundancia.

            Así que estoy de acuerdo en que no todo aquello que nos resulta inaceptable es necesariamente violento, pero otra cosa es cuando se trata de delitos contra la propiedad u otros, donde sí el afectado es violentado en sus derechos y, en ausencia temporal o definitiva de alguien con potestad para imponer la ley o restablecer el estado de derecho, no tiene otro recurso que defenderse con sus propios medios.

            Aquí no cabe el condenar la violencia “venga de donde venga”, poniendo al mismo nivel al agredido y al que se defiende o al que está obligado a defender al agredido. Esa sería una forma de relativizar, al igual que en muchas otras esferas de la vida diaria.

            Quizás tampoco convendría ponerle apellido a la violencia, como calificarla de innecesaria o inconducente, ya que pareciera de esta forma restarle importancia o hacerla parecer una equivocación en lugar de una deliberada opción.

Oct. de 23

 

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