Por Cristián Labbé Galilea
Mientras revisaba mis notas políticas de esta semana, algo me
decía que mis viejos libros me ayudarían a encontrar la referencia precisa para
entender las circunstancias que estamos viviendo.
Poco me demoré en encontrar una económica edición de las
obras del filósofo español José Ortega y Gasset… ¡Eureka! Ahí estaba la
respuesta a nuestra realidad…. “Chile invertebrado”.
Con un diagnóstico político certero de la situación que se
vivía en la España de los años 20, amenazada por el fantasma de la descomposición,
Ortega advierte sobre el proceso disolvente que avanzaba en riguroso orden para
dejar a… “España invertebrada”.
De manera similar a lo que ocurría en la península durante
aquellos años, hoy nuestro país se encuentra hondamente desarticulado: hemos dejado
de actuar como una nación unitaria para transformarnos en una serie de
“compartimentos estancos”, donde cada actor (político, económico o social) vela
por sus propios intereses sin importarle lo que pasa o pase con el todo. Si
alguien piensa que estas conductas no son más que “tumores inadvertidos y
casuales”, se equivoca. Al contrario, deben ser interpretadas como
manifestaciones de una crisis política profunda: por una parte, el deterioro y
desprestigio que han venido sufriendo progresivamente los actores políticos
nacionales, situación que en la actualidad alcanza su máximo “esplendor”; y por
otra, la pérdida de confianza y credibilidad en las instituciones (públicas y
privadas) así como su nula capacidad para garantizarle al país una estructura institucional
sólida, estable y republicana… Chile está invertebrado, se lo ha desvertebrado.
La causa primera por la que esta situación golpea tan
duramente nuestra realidad, es la falta de una clase política fuerte que posea
los liderazgos y la legitimidad necesarios para estructurar los diferentes
sectores que componen nuestra sociedad, dentro de un proyecto nacional moderno,
amplio, inclusivo y tolerante. Se suma a ello la crisis que el país vive hoy
precisamente a causa del desprestigio de sus instituciones y de la incapacidad
de estas para garantizar el orden institucional, dando así muestra de
indiscutible desarticulación.
El egocentrismo político y la desarticulación institucional
definen nítidamente un fenómeno político y social que nos muestra un Chile
invertebrado, huérfano de gobernabilidad y por lo tanto sin capacidad alguna
para crear las condiciones que garanticen la existencia de un orden político
institucional.
Ante esta realidad, surge el miedo y la incertidumbre de las
grandes mayorías, que dejan el camino libre a quienes, pese a ser minorías, se
consideran llenos de derechos y sin ningún deber, a aquellos que se permiten
hacer lo que les plazca y cuyo único argumento es la violencia, la destrucción
y la turba… El poder descansa entonces en esas minorías violentas, que a través
del caos establecen sus propias normas: una deplorable realidad donde la
democracia, la libertad, la autoridad y el orden desaparecen, abriendo paso a
una sociedad invertebrada, sin estructuras, sin control y sin más imperio que
el de …la anarquía.
(Difundí esta columna en agosto del 2016; vuelvo a hacerlo
pues considero que hoy es tanto o más vigente que entonces).
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