EL MONUMENTO ULTRAJADO

A pesar de encarnar en si mismo las principales victorias de la Guerra del Pacífico (1879-1884), el general Manuel Baquedano fue un hombre muy modesto y corto de palabras, lejano a cualquier estridencia; tanto que a veces era subestimado por los políticos.

Quienes mejor lo conocían eran sus soldados, quienes, a escondidas,le llamaban Manuelito.

Tan estricto en la disciplina militar como sensiblemente humano ante las penurias de su gente, se ganó siempre el aprecio de la tropa. Su vida era la milicia y su vocación, la primera línea de combate. ¡Había que sujetar al General!

A los quince años se trepó a escondidas en el buque que conducía al regimiento “Cazadores” a la Guerra contra la Confederación (1936-1939).
El general Manuel Bulnes convenció a su padre, el coronel Baquedano, que no devolviera el muchacho a Chile, quien, entonces, a esa edad tuvo su bautizo de guerra en el combate de Guías.

Vencedor en las batallas de Chorrillos y Miraflores, hizo que su Ejército entrara a Lima en el más completo orden y prohibiendo que las bandas tocaran el himno de Chile, para no humillar a los vencidos.

En la Guerra Civil de 1891 no tomó partido por los bandos fratricidas. Era el General una reliquia viviente que intentó mantener el orden en la capital asumiendo por dos dias la primera magistratura. Pudo ambicionar mayor figuración en esos aciagos momentos, pero en silencio entregó La Moneda al bando vencedor.

Cuando los hinchas de “La Roja” celebran sus triunfos en torno a su
monumento, quizá sin saberlo, lo hacen al lado de un auténtico triunfador.

Más vale tarde que nunca. Cuando habían pasado más de cuarenta años de la guerra, el Estado de Chile le encargó ese magnífico monumento al escultor Virginio Arias el que fue situado en ese punto neurálgico de la capital, que era llamado Plaza Italia.
No fue sólo una decisión de Estado; fue la genuina manifestación de un pueblo que admiraba a su General.

Además, a los pies de su bronce ecuestre, se ubicó una sencilla sepultura donde descansa (?) uno de sus soldados; uno que no fue identificado: “el soldado desconocido”.

Por esas y otras tantas razones, a muchos chilenos nos ha dolido en el alma el ultraje que se ha ocasionado a su monumento y la infamia que ha caído sobre esa tumba gloriosa.

Un acto de desagravio se nos hace indispensable, para disminuir la vergüenza.

Marcos López Ardiles

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