¿Eso sería todo?

descarga (2).jpgPor Héctor Soto, Abogado y Periodista

Suponiendo que la obra gruesa del gobierno ya está hecha -como lo planteó el ministro Eyzaguirre-, obviamente que este no es el fin de la historia. Más que las terminaciones, lo que ahora vendrán serán los efectos. Luego de las reformas tributaria, educacional y laboral, el país -bien o mal- habrá de avanzar a nuevos equilibrios. Hasta aquí son una incógnita, pero los países siempre se ajustan. El problema es el costo al que lo hagan. Nada garantiza que las agujas se claven justo en el punto que buscaron las reformas; siempre existirán derivadas y efectos no previstos. descarga (3).jpg

Por lo mismo, falta mucho para que Michelle Bachelet, que se propuso entregar el 2018 un país más igualitario e inclusivo, pueda cantar victoria. Lo único cierto hasta el momento es que su administración aumentó los impuestos, desaceleró la economía, polarizó a la sociedad, hizo crecer el Estado y recortó en forma más o menos brutal las expectativas tanto del país como de la gente.

¿Era esto lo que querían los votantes que la eligieron por un amplio margen de votos en segunda vuelta? Lo más probable es que no. Como se ha dicho muchas veces, el gobierno erró el diagnóstico e interpretó las manifestaciones de descontento y malestar del 2011 como un cheque en blanco para desmontar el modelo y cercar a la actividad privada con las viejas armas del intervencionismo estatal. Deliberado o indeliberado, fue un error de percepción histórico y lamentable. Es difícil que Chile en el corto plazo vuelva a tener -desde el segmento C3 hacia abajo- un liderazgo de tanta convocatoria como el que tuvo Bachelet hasta antes de que images (2).jpgCaval destruyera su credibilidad política. Fue mucha la gente que confiaba en ella. Por desgracia, su comando siempre leyó ese apoyo como el de un país supuestamente herido por las prácticas del Chile de la transición -el lloroso y autoflagelante país de las víctimas y los explotados- y nunca se dio cuenta de que, en realidad, eran más bien personas llenas de energía y empuje, hambrientas de modernidad en todo sentido, muy autónomas en su estilo de vida, muy involucradas en intensos procesos de superación individual y familiar y que querían no menos, sino más de lo que el sistema les estaba dando,

Aunque Bachelet, en estricto rigor, nunca conversó demasiado con este mundo -porque en el fondo lo desprecia y lo cree producto de las alienaciones del capitalismo-, lo concreto es que el Chile emergente se sintió bien interpretado por lo que ella representaba. ¿Qué era eso? Básicamente, un ideal de autonomía e integridad. Bachelet era una mujer sola, de esfuerzo, sufrida, pero entera, y -muy importante- dueña de un liderazgo que no surgió de las viejas trenzas de la política, sino, al revés, a pesar de los partidos y de los viejos tercios de la izquierda. Era un modelo de espontaneidad y una gran promesa de renovación.

Puesto que las expectativas no se cumplieron, el origen de gran parte de la actual confusión política radica en la decepción del Chile emergente con Bachelet. Es básicamente eso lo que reflejan las encuestas. Estamos hablando de un mundo en el cual los partidos políticos han penetrado poco, que no ha podido ser capturado en sus prioridades e inquietudes por los medios tradicionales, que plantea interrogantes que aun las empresas del retail no saben mucho cómo responder y que sigue sintiéndose muy ajeno al sistema político.

Cuando se dice que Chile se ha vuelto un país difícil de gobernar y cuando se señala que el próximo gobierno -sea del signo que sea- va a tener que enfrentarse a desafíos muy arduos, porque, entre otras cosas- va a heredar enormes restricciones fiscales y una larga lista de images (3).jpgcuentas sociales impagas, a lo que en realidad se está apuntando es que de momento no se ve quién podría reconstruir en el corto plazo algo parecido a un proyecto de unidad nacional. Ahí el Chile actualmente desafectado debiera ocupar un espacio, si no hegemónico, al menos muy importante. Salta de ojos visto que hay un tremendo vacío político. Existe cada vez menos coincidencia entre la pirámide de la sociedad y la pirámide de la política. La oposición, en rigor, ni siquiera ha intentado llenar el vacío y la verdad es que ni siquiera se ha puesto de acuerdo consigo misma. El oficialismo, por su parte, se niega a tomar en cuenta al país real y ha resuelto atrincherarse en los dogmas de un programa que interpreta cada vez menos a la gente. Los movimientos alternativos no lo hacen mucho mejor: en mayor o menor medida, siguen secuestrados por utopías que nada tienen que ver con jóvenes que quieren independizarse luego, con familias que se estaban preparando para subirse a un auto pronto, con parejas que desean ganar más en su trabajo o llegar más lejos con la familia en sus próximas vacaciones.

Es fácil decir que el político que sepa conectar con estos sectores tendrá la cancha despejada. Es obvio. El problema es cómo. En un país que incluso está más dolido y reticente que cuando Bachelet regresó a La Moneda, esto no es cosa de fórmulas mágicas, de poner al Estado donde sobra ni tampoco de estrategias geniales de marketing político. Lo único que cabe hacer es escuchar al país, estudiarlo, entenderlo y tomar nota de sus prioridades. Mientras eso no ocurra, el sistema político seguirá pedaleando en banda.

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