Federico Jiménez Losantos: “El comunismo quiere la guerra civil permanente, de sexos o lo que sea”

Por DAVID GISTAU 

Memoria del comunismo alcanza su vigésima edición y se consagra como un acontecimiento social y cultural. A su autor, Federico Jiménez Losantos, que mezcla el relato de sus propias experiencias de epifanía y desengaño con una profundidad docta, le sorprende descubrir en las firmas el gran interés que despierta entre lectores jóvenes que se enfrentan, a veces por primera vez, a un desenmascaramiento de la mitología comunista.

Usted compara su acercamiento al comunismo con una desviación del cristianismo.

Es la idea de la salvación y la caridad cristiana. Yo soy educado en una familia muy modesta, hijo de un zapatero y de una maestra en un pueblo perdido de Teruel. Tenía dos cosas claras. Que debía salir adelante y que había que ayudar a quien lo necesitara. Esto, con los años, se va haciendo más perentorio. Mi padre murió cuando yo tenía 16 años y perdí la fe casi en el acto. Pero la necesidad de hacer el bien permaneció. Lo más parecido que había a un intento de salvación de los demás entonces era el comunismo tal y como lo veíamos. Mucha gente se hizo comunista en su adolescencia por ese mismo imperativo moral, el de hacer el bien.

¿Qué ocurrió para que usted descubriera que estaba equivocado y el comunismo no sirve para hacer el bien?

Esa revelación viene con Solzhenitsyn porque hay libros, como el del gulag, que o eres un miserable o te tienen que marcar. Solzhenitsyn es el primero que, viniendo del comunismo, hace pensar que algo está equivocado. Cuenta cómo la idea buena se ha convertido en una cárcel terrorífica para millones de personas. Además, el libro contiene una información que va a misa, que nadie puedo desmentir.

¿Por eso se intentó desacreditar el libro atacando la reputación del escritor? Es famosa la frase de Benet justificando que a Solzhenitsyn jamás debieron permitirle salir del campo de concentración.

Pero no sólo Benet insultó, sino muchos más, hasta Cela y Jiménez de Parga. Después de la entrevista de Solzhenitsyn con Íñigo, leías los periódicos y los encontrabas llenos de insultos contra este hombre que sólo había dicho que en el Madrid de la época, que ni siquiera era ya el de Franco, había más libertad que en la URSS.

¿Algún elemento más contribuyó a su primer desengaño?

Un viaje a China con Bandera Roja. Nos llevan a un campo de reeducación y ahí conozco a una chica, con la que me da un flechazo, que es una mezcla de francesa y china. Lo único que ella sabía de español eran unas coplas de la Defensa de Madrid. Y estaba allí porque habían purgado a sus padres, que eran de la vieja guardia comunista. Cuando nos despedimos, se quedó en el campo cantando Puente de los franceses… Me miró, la miré, y pensé que a lo mejor al día siguiente la iban a fusilar.

Describe un encuentro con Carrillo en que él se mostró hosco pero en cambio usted le agradeció que, durante la militancia juvenil, el PCE no le hubiera obligado a matar a nadie. ¿Lo habría hecho?

Con 18 años, si lo arrastran, uno puede hacer cualquier cosa. Yo no sé hasta qué punto Carrillo lo hacía, pero el partido en aquella época sí creía en la reconciliación nacional. El de Tamames, Sartorius… Camacho, que había cumplido 25 años en prisión, dijo que la amnistía era un perdón que lo españoles se concedían a sí mismos para siempre. Para que venga un niñato de la Complu a decir que aquellos comunistas eran unos vendidos. Y a decirlo, encima, en una herriko-taberna. El partido era una sociedad secreta llena de sobreentendidos. Una de las cosas peores del franquismo era que no permitía explicar el comunismo. Porque, si el comunismo tiene que explicarse a sí mismo, se tiene que disolver. Por eso es necesario el imperativo moral. Si Iglesias y Errejón tuvieran un mínimo de calidad moral, viendo lo que pasa en Venezuela, que es exactamente lo que hizo Lenin en el 19 -acabar con el dinero y con la propiedad, matar a la gente de hambre, impedir que llegue la ayuda humanitaria para que se dependa de la cartilla del Estado- lo lógico sería que se dieran cuenta del error y se presentaran voluntarios para convencer a Maduro. Si Monedero no fuera un malvado, sería su obligación. En el partido que yo conocí, la gente no era así.PEDRO SÁNCHEZ ES EL PRIMER LÍDER BOLIVARIANO ESPAÑOL

Reconociendo, como lo hace, el servicio prestado por el comunismo durante la Transición, ¿cómo se entiende que sus descendientes, como Iglesias, la refuten y vuelvan a emplear un lenguaje lleno de violencia verbal?

Iglesias viene del FRAP, no del PCE. Es de inspiración terrorista. Está en la tradición de los que se hacen maoístas porque piensan que la URSS se ha aburguesado. Es un afán asesino que se corresponde con el comunismo primitivo, la vuelta a Lenin y a su maldad, era tan malo que le reventó la cabeza. Por otra parte, en el partido que conocí no había nadie tan limitado como éstos. No saben nada, sólo ven series.

¿Qué origina la simpatía mutua entre los comunistas actuales y los independentistas?

Stalin desarrolla una idea de Lenin, que los Estados capitalistas están para ser reventados como se pueda. Cualquier tensión interna sirve y hay que aumentarla. Luego, sobre los pedazos, ya llegaremos nosotros para reconstruir. Es más fácil derrotar a un país roto.

¿Por qué el comunismo actual trata de camuflarse mediante la apropiación de todas las causas que son simpáticas a la sociedad? El feminismo, el ecologismo…

Todas menos la lucha de clases… Hay que pensar que tienen el poder en los medios de comunicación y en las universidades. Y necesitan una justificación. La lucha de clases, viendo lo que ha pasado en las fábricas de miseria de los países comunistas, ya no vale. Y en esta gente falta la idea nacional. La que se ve en los discursos de Azaña, cuando dice a sus contemporáneos que, aunque ahora nos peleemos, somos todos españoles y nuestros hijos tendrán que convivir. Éstos no creen en eso. Creen en la idea de Mao de que hay que vivir siempre en guerra civil. La paz social no es aceptable. Y como hay que estar en guerra y la lucha de clases ya no sirve, pues que la guerra sea de sexos o de lo que sea. Pero no hay en la izquierda europea una colección de burros como los de la izquierda española. Si hace tres años Iglesias llega a sacar la bandera española, lo tenemos en el poder y no nos lo quitamos en muchos años.

El libro analiza el triunfo de la propaganda comunista, que aún perdura, gracias a personas como Willi Münzenberg. ¿A qué se debe que todavía hoy, con la información disponible, sólo decir que uno es comunista basta para colocarlo en un plano de superioridad moral e intelectual?

Le hablaba antes de cómo la izquierda se quedó con el poder en los medios y en las universidades. La primera fuerza que mueve el mundo es la mentira. Además, el comunismo es la reserva última. Y utiliza esa superioridad moral para legitimar la única verdad del comunismo: que está autorizado para quitarte todo lo que tienes, para matarte por razones higiénicas y para hacerte pensar lo que quiera. Eso es así ya en Lenin. Y la derecha tampoco ha defendido a los suyos. El éxito de Vox se debe a que, por primera vez, la derecha está dando esa guerra cultural que siempre dio por perdida contra la dictadura de los medios y de las universidades. Pero, antes, con un tercio de la humanidad sometida al comunismo, la derecha decía: “Aquí no puede pasar”. ¿Cómo que no? Cinco millones de votos sacaron ésos a los que Arriola llamaba “cuatro frikis”. Y porque son antiespañoles, porque de lo contrario se habrían quedado con el poder sin ningún problema. En eso, Iglesias ha sido sincero. Le sale del alma decir que él no puede usar la palabra España. En cambio, “Visca Catalunya Lliure” sí puede decirlo.

¿El comunismo contribuyó a que España se convirtiera en un parque temático frecuentado por celebridades como Malraux que peregrinaban aquí para sentirse paladines antifascistas?

Lo normal era buscar algo trascendente para guiar tu vida. Además de una forma de expiación. Los extranjeros que vinieron buscaban la España de Mérimée, la bárbara de la leyenda negra y el romanticismo. Igual que Mérimée sacaba la navaja en la liga, éstos veían personajes con pistola al cinto. Pero en el fondo es lo mismo, un desprecio racista. En L’Espoir, de Malraux, desfilan galantemente las Brigadas Internacionales, que eran sicarios de Stalin reclutados en el hampa. Robaban, violaban, mataban. Y los relatos les dan una aureola increíble. Aquí se hizo una depuración social brutal. El genocidio de católicos que se hizo en los primeros meses de la guerra es salvaje. Un tercio de los muertos de Paracuellos son menores de edad. Y esa maldad que muchas veces se ha atribuido a soviéticos es española, la cometen también españoles. Comunistas españoles que consiguen que el PSOE deje a Besteiro fuera de juego y se haga bolchevique, como el de ahora de Sánchez, que es el primer líder bolivariano español. Entre los extranjeros que vinieron a la guerra, la diferencia es que los franceses se llevaron novelas y Stalin se llevó el oro. Pero hay un principio común de desprecio por lo español. Malraux piensa que a los españoles somos gitanos que tocan la guitarra y pegan navajazos.

¿Algunas reacciones internacionales ante la asonada independentista revelan que ese mito del parque temático primitivo, fascistoide y que es necesario corregir, sigue vigente?

Sí, y siempre es lo mismo. Viene de la Leyenda Negra. La que los españoles hemos somatizado. Por eso, he dedicado un capítulo a la Escuela de Salamanca que, hasta la muerte de Juan de Mariana, fue la primera que pensó en términos globales en los derechos humanos. Un siglo y medio extraordinario del pensamiento español que hemos olvidado porque hemos preferido acatar los desprecios de la Leyenda Negra. Es un problema de los españoles, que hacen demasiado caso a los extranjeros. Incluso aceptan que su guerra sea forzosamente como la cuentan Gibson y Preston, que hablan español como Michael Robinson.

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