GOBIERNO Y POLÍTICA

Chile en guerra

Gonzalo Ibáñez Santa María 

Chile está en guerra. La evidencia es definitiva. El asesinato de tres carabineros en la comuna de Cañete, Región del Biobío, precedido por el asesinato del teniente Emmanuel Sánchez, también de Carabineros, en la comuna de Quinta Normal en la capital; y por el rapto y posterior asesinato del teniente venezolano Ronald Ojeda, en Independencia, también en Santiago, no dejan lugar a ninguna duda. A eso hay que agregarle varios otros asesinatos de diaria ocurrencia que no tienen el mismo impacto mediático que los anteriores, pero que no dejan de ser, asimismo, asesinatos.

Chile está en guerra y ya no da para más, porque, entretanto, tenemos un gobierno que, en vez de enfrentar los problemas, mira para el lado una y otra vez. Como le decía a Boric el hermano marinero de uno de los carabineros asesinados, el Cabo 1° Sergio Arévalo, “¿Cuántos camaradas más tienen que partir para que se tomen cartas en el asunto?”. Y añadió: “Señor Boric, debajo de este uniforme, debajo del uniforme verde que tiene toda la gente que está allá, debajo del uniforme de todas las Fuerzas Armadas, existe un ser humano. Por favor, hagamos referencia a eso y dejemos de taparnos los ojos. ¡Justicia, señor, justicia!, eso es lo que queremos y que no sigan pasando ni perdiendo vidas”. Lo que estas circunstancias exigen, por ejemplo, es que el país sea declarado en estado de sitio para ir a buscar a las bandas criminales en sus madrigueras y rastrear sus armas en todos los rincones del país. El gobierno, sin embargo, rehúsa tomar la iniciativa y no hace nada esperando que caigan otros carabineros. ¿Hasta cuándo?

Lo que también las circunstancias exigen, es una ley de amnistía para todos aquellos uniformados que están procesados, y varios de ellos, ya condenados por haber cometido supuestas violaciones a los derechos humanos de los violentistas contra los cuales se batieron para mantener a Chile en paz y en orden. Los casos dramáticos de los carabineros asesinados, demuestra no sólo la ferocidad del enemigo sino asimismo el temor de esos carabineros a verse procesados si hacían uso de sus armas. Hoy, Carabineros, la PDI y las Fuerzas Armadas salen a la calle con una mano atada por las amenazas de procesamiento de que son objeto tanto de parte de un poder Ejecutivo como de un Poder Judicial, ambos complacientes con la delincuencia y con la práctica de la violencia terrorista. En este contexto, la ley de amnistía constituiría, desde luego, una expresión de justicia tanto como un apoyo a la acción por la que nuestros uniformados podrían devolver la paz a nuestra patria.

Pero, todas estas evidencias chocan con un obstáculo: el de un muy mal gobierno y el de una clase política, de un color o de otro, que no da el ancho para sacar el país adelante. Por eso, de una vez por todas, hay que decirle al gobierno que, si él tiene derecho a exigir obediencia a sus mandatos, los ciudadanos de a pie tenemos el derecho a ser bien gobernados, a exigir ser bien gobernados y, eventualmente, si el mal gobierno no cambia su rumbo, el derecho a deponerlo y a darnos un buen gobierno. Está ya muy claro que, si este gobierno no modifica radicalmente su política, Chile va a perder esta guerra. Es ya una cuestión de sobrevivencia del país.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 11 de mayo de 2024.

 

 

Chile, la patria amenazada

Karin Ebensperger 

 

Si a usted el concepto Chile no le dice nada, no lea esta columna. O si es de esas personas que se sienten tan sofisticadas que la idea de patria les resulta algo pueblerino o montañés, tampoco siga estas líneas. Aunque tengo un nombre que suena tan poco chileno, fui educada con tal cariño por mi país que literalmente me duele y me angustia ver cómo lo estamos maltratando. Mi abuelo Hermann Ahrens, nacido en Hamburgo, llegó a Valparaíso en 1920 a abrir una filial del Deutsche Bank, y se enamoró de mi abuela y de Chile. Pudo haber vuelto a un interesante cargo en Alemania, pero decidió fundar su familia en esta lejana tierra tras dar largas explicaciones a su preocupada familia. Hasta su muerte se sintió un chileno hasta la médula. Años después, su hija Marlene, mi madre, cuando subió al podio en la Olimpíada de Melbourne, en 1956, tras obtener la —hasta hoy— única medalla olímpica femenina que tiene Chile, escribió: “me corrían las lágrimas viendo mi bandera chilena entre las dos soviéticas… sentía que mi patria, mi familia y todos los chilenos estaban ahí, flameando juntos”. Y mi padre, hasta el final de sus días, les hablaba a mis 5 hijos de Chile, sus instituciones y su futuro.

Este preámbulo es para decir que Chile como patria es algo que se siente en el alma, no es simplemente un territorio con ciertas fronteras y geografía. Si no percibimos que por nuestra patria vale la pena hacer esfuerzos y compromisos de vida, nuestro vulnerable y frágil país se va a desestabilizar, como tantos Estados fallidos donde, cual tierra de nadie, campean las guerrillas, los narcos y la falta de Estado y de orden público. Agobia ver que las viviendas se están transformando en fortalezas, mientras por las fronteras entran fácilmente las mafias que les están cambiando el rostro a nuestras ciudades y zonas rurales.

Me pregunto si quienes están en La Moneda, en el Congreso y en el Poder Judicial han revisado lo que significa la palabra patria, que implica sentir vínculos afectivos e históricos con la nación. No se nota esa responsabilidad en muchos de ellos, o si llegarían a los grandes acuerdos que urgen, por respeto a sus compatriotas (del latín: que tienen la misma patria). No en vano patria viene de pater, en inglés es homeland, en alemán Vaterland, etc., conceptos que recuerdan que no se trata de una relación de conveniencia, sino de pertenencia y de afecto: patria es hogar, y es todo lo contrario de agresividad.

Mencionar todo esto en un mundo globalizado parece anacrónico. Pero es al revés: cuando el grado de violencia y terrorismo aumenta, se necesita apelar a la esencia de la nación. Cada chileno, en el lugar que le corresponda, en su familia, en su lugar de estudio o de trabajo, debe demandar al Gobierno seguridad, y la defensa del hogar común que es Chile. Hemos sabido levantarnos de muchos terremotos devastadores, pero estamos quedando inermes frente a atroces mafias por la ineficacia del Gobierno y del Estado, y por el verdadero pandemónium en que se ha convertido el Congreso.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el viernes 10 de mayo de 2024.

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