La marcha del millón

Alfredo Jocelyn-Holt

Historiador

Que a una semana de un estallido de terror (provocado), seguido de una marcha multitudinaria, el Presidente de la República salga afirmando que protestas masivas “abren grandes caminos de futuro y esperanza”, es irreflexivo, y si fuese oportunista de su parte, torpe. Que días después, un juez y vocero de la Corte Suprema agregue que “el clamor de la ciudadanía es tan grande” que hay que abocarse a reformular el orden institucional, suena asustado y a destiempo.

Desde hace más de cien años, el fenómeno masas, su comportamiento y psicología, no es novedoso (Le Bon, Ortega, Canetti). Sabemos que no son espontáneas, sino excepcionales y acaban por desintegrarse; se las domestica o cultiva (tema aparte, para qué); impresionan por el número que congregan, menos por las arengas y propósitos grandilocuentes a que convocan; hipnotizan y subsumen a los individuos que las componen, quienes creen que sus demandas personales son respaldadas por todo el resto; nunca se sienten satisfechas con las promesas con que se las corteja; en fin, no son confiables. Resulta más riesgoso, por último, confundirlas con sentires supuestamente mayoritario-totales: vox populi, vox Dei, “pueblo soberano”, “destino manifiesto” nacional, lo que la “gente” quiere-pide-consume.

Que se haya llegado a movilizar a un millón 200 mil personas al centro de Santiago el pasado 25 de octubre tomó a las autoridades por sorpresa. Cuesta excusarlas. Se les olvidó que llevamos una larga historia de reventones en el siglo XX, pero, vamos, la historia importa poco o nada, incluso para un gobierno de derecha. Tanta aversión al populismo, y ¿nadie reparó en lo demagógico que son las marchas que han escalado y paralizado el país desde el 2006? Las ha habido frívolas, Tunick convocando a una “selfie” despelotada en el Parque Forestal en 2002; piadosas, el “venid y vamos todos” a Lo Vásquez (de 800 mil o más peregrinos); y nos son familiares sus variantes políticas en pro de la gratuidad (2011), de la causa de la mujer (2018), hasta llegar a octubre este año, en paralelo a protestas en Asia, Europa y Sudamérica. Pero se insiste en que nadie advirtió. Qué le vamos a hacer, se arrea con los bueyes que se tienen.

Canetti habla de cómo masas “se abandonan libremente a su natural impulso de crecimiento”. Le Bon, ya en 1895, de cómo el sufragio universal no basta (en Chile la abstención deslegitimó el voto). Vivimos en el mismo continente del Bogotazo y Caracazo, y los chilenos somos especialistas en desmadres institucionales desde 1967. Todo lo cual lleva a uno a asombrarse que Piñera y Lamberto Cisternas sean tan concesivos, justo ahora. Aceptan que los poderes que se les ha confiado serían condicionales a su validación popular vía marchas y presiones no institucionales: siguen así y que Dios nos pille confesados.

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