¿Por qué los militares no son indultados?

Un tema que en esta semana le ganó a las alarmas por el coronavirus fue la decisión presidencial de no otorgar a los presos de Punta de Peuco las mismas medidas de conmutación por prisión domiciliaria concedida a otros presos para evitar el contagio del coronavirus.

La omisión no se debe al tipo de delitos por los cuales cumplen penas. Igual o peores pueden haber sido los delitos de otros presos que sí obtuvieron la conmutación de sus penas. El asunto pasa por el odio permanente de los adeptos a una secta ideológica que no olvida ni perdona: el comunismo y sus “compañeros de ruta”.

Una de las señales más claras de la vigencia de esa secta es precisamente la manifestación permanente de ese odio. Cada vez que se trata de los presos de Punta de Peuco, todas sus iras se encienden y sus sonrisas se transforman en rictus de acidez.

Para ver lo insano de esta actitud, basta compararla con la de la Sra. Ruiz Tagle Orrego, hermana de una víctima de la violencia ocurrida en el mismo período: “me da mucha pena la pequeñez y el cálculo político tras la discusión sobre permitir o no que los ancianos presos en Punta Peuco, al igual que otros presos vulnerables (…) Si está en nuestras manos salvarlas, dejemos de lado el cálculo político que suele ser tan mal consejero y sigamos la voz del Papa Juan Pablo II que en el Estadio Nacional nos dijo fuerte y claro: ‘¡El amor es más fuerte!’”.

Ocurre que ese “amor más fuerte” no es sino el ejercicio de la caridad, virtud completamente ignorada y detestada por quienes se autoproclaman ateos, porque ella es la consecuencia del amor a Dios.

De ahí que, mientras no haya una verdadera conversión en los secuaces y cómplices de esa “secta perversa” y “vergüenza de nuestro tiempo”, como la calificó el Papa Benedicto XVI, nunca habrá posibilidad de llegar a una verdadera concordia nacional.

Día del Combatiente

Ya han pasado cerca de dos generaciones de los hechos y, sin embargo, se mantiene la misma odiosidad por parte de la izquierda. El pasado 29 de marzo en el “Día del combatiente” asistimos a similares actos de violencia que año tras año se repiten con una monotonía de fuego y odio, difícil de comprender en generaciones que no vivían ni conocieron esos años.

Esta trasmisión del odio es el resultado de una mentalidad que no ha muerto ni se ha moderado. La de aquellos que consideran que hay que destruir todas las raíces de la civilización cristiana, comenzando por la propiedad, la familia y las raíces de nuestra Fe católica, y que el momento estelar de esa destrucción fue el período de la Unidad Popular, no a pesar de lo funesto de su acción, sino precisamente por causa de ella.

Entierro del sacerdote Mariano Puga

El desfile funerario por la Alameda del cuerpo del sacerdote Mariano Puga, cual si fuera un ayatolá, fue otra de las señales de la vigencia del mismo odio al interior de sectores católicos adeptos a la teología de la liberación. Allí, en medio de una zarabanda lúdica, se mezcló el desafío a la autoridad pública, la proclamación de la supuesta “liberación del pueblo” y algunas frases del Evangelio muy mal aplicadas.

Si hay una carga que impide la armonía nacional y el indulto a los presos en Punta de peuco es esta rémora de odio ideológico, de lucha de clases que pervive en nuestra sociedad.

¿Por qué sucede esto? –Porque sus adeptos nunca hicieron un solo examen de conciencia y jamás se arrepintieron de alguno de los delitos y crímenes que cometieron o a los cuales adhirieron, sólo lamentando no haber ido más lejos por ese camino nefasto.

Nadie se puede hacer ilusiones que, pasada la cuarentena del coronavirus y en las vísperas del plebiscito constitucional, este odio no se vuela a manifestar con la “primera línea” en la “zona 0”, como si nada hubiera pasado.

Y lo peor es que este virus no tiene cura ni vacuna. Se contagia por dos pasiones desordenadas, el orgullo y la sensualidad, conforme lo muestra el Dr. Plinio Corrêa de Oliviera, afectando a personas de todas las edades, de todas las condiciones sociales y con alcance universal.

La única solución para la cura de este virus, es una conversión a la San Pablo. “¿Por qué me persigues?” oyó Paulo de Tarso mientras caía del caballo, enceguecido fulminantemente.

Es lo que debemos pedir para aquellos –civiles y eclesiásticos- que hoy muestran el odio que se manifestó esta semana, en medio al coronavirus.

Publicado por credochile.cl

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