Primera clase

Andrés Benítez, La Tercera, 18/02/20

“Viajar en primera jamás ha cambiado mi carácter de comunista ni revolucionario”, dijo el presidente del PC, Guillermo Teillier, frente a la polémica que produjo su viaje a Suecia en primera clase, esa de los asientos anchos, el champagne francés y, porque no, un rico caviar. Esa que está reservada, generalmente, para los ejecutivos, los ricos, famosos y, también, para los políticos.

Claro, no hay nadie que prefiera viajar en economy si puede ir en business o primera. Los que están en la parte de atrás del avión, no van ahí por gusto. Tampoco es que estén descontentos, pero si pudieran elegir, obviamente harían lo mismo que el diputado Tellier. ¿Cuál es el problema entonces? Bueno, que el hombre es el vocero principal de una ideología, la comunista, que en la práctica quiere eliminar los privilegios, la elite y casi todo lo que representa la parte delantera del avión. Eso es lo raro. Dice soñar con una sociedad donde solo exista la “clase económica”, pero apenas puede, se arranca a la “primera clase”. Eso es lo que irrita. Y esto no es solo un problema personal. El punto es que tipos como Tellier, son los campeones en proponer políticas de igualdad, cuyas consecuencias son siempre relegar a casi todos a la parte trasera del avión, predicando que eso es lo correcto y lo justo. Pero, claro está, nada de aquello es para ellos.

Al menos, en esto, la derecha es más consecuente. Su discurso es que todos logren viajar en primera. No siempre resulta, es cierto, pero es su intención. Por eso, celebra cada vez que alguien accede a ella, entendiendo que es parte de lo que todos buscan. Los Teillier, por el contrario, se enfurecen de aquello, hablan de la insensibilidad social, de la discriminación, de la falta de valores humanos, de privilegios. Por eso, la excusa del diputado es mala. Es evidente que él deja de ser comunista y revolucionario cada vez que viaja en primera clase, porque valida todo lo que dice odiar.

Pero el comportamiento de Tellier no solo lo desnuda a él como persona, sino también a su ideología. Porque lo que sucede en los aviones es muy interesante. Todos los pasajeros abordan por primera clase, donde ya están sentados sus ocupantes, muchas veces bebiendo champagne. Pero nadie está descontento por ello. Nadie alega de injusticia, ni discriminación. Es más, van todos felices a sus asientos, aunque son más pequeños. ¿Por qué? Porque todos se van de viaje. Así de simple. O sea, el destino importa más que la clase en que voy sentado. Mientras el avión se mueva, todo bien.

Los comunistas entendieron todo al revés. Para ellos, lo fundamental es la lucha de clases. Es decir, ellos quieren ver una suerte de revolución entre los de la parte trasera del avión y los que van en primera. Que los pilotos y sobrecargos voten la huelga por explotación de sus derechos. Y en esa lucha, terminan, como siempre, deteniendo el avión y logrando que nadie viaje. Por eso, de seguro, Tellier, con cierto temor, miraba a los de atrás de cuando en cuando. No se vayan a poner comunistas ahora que voy en primera, pensaba el revolucionario.

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