Quisiera partir por concordar con Eduardo Santos en un aspecto de su diagnóstico. Nos afirma que “para entender esta situación es necesario recordar que en las últimas décadas nuestras Fuerzas Armadas han seguido aplicando una obsoleta doctrina del siglo XIX, para operar en el siglo XXI, con tecnología del siglo XX, intimidando a los países vecinos mediante capacidades militares inconsistentes con las políticas exterior, de defensa y presupuestaria y, de esta forma, prescindiendo de los dividendos de la Paz”. Esta afirmación contiene una sola gran verdad y una componente que él debe demostrar, ya que no es para nada evidente. Adicionalmente, queda fuera de la ecuación la variable más relevante: la preparación y capacidad profesional de la fuerza. Más que la tecnología, es la preparación del personal lo relevante y el arma más poderosa sigue siendo su valor e intelecto.
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