Incendio

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Por Fernando Villegas Darrouy

En 1926, en dos cines de Valparaíso se estrenó una película chilena titulada Incendio. Fue producida, dirigida y actuada por Carlos del Mudo, hombre muy vinculado al cine de esos años. Del Mudo hizo de galán y la bella Francisca Lautnner de la niña de la película. Incendio estaba perdida, desvanecida como tantos otros filmes producidos antes y después, pero fue encontrada y rescatada en el 2015 y en una feria de antigüedades por el restaurador y coleccionista Jaime Córdova, director de la Cinemateca del Pacífico y del Festival de Cine Recobrado. Ahora, luego de laboriosas reparaciones, se puede ver sin ningún costo en el sitio http://www.ccplm.cl/sitio/incendio-una-pelicula-chilena-de-1926/.

Incendio fue hecha sin duda alguna con ambiciones artísticas y comerciales, pero también como homenaje a los bomberos, siempre muy activos en Valparaíso. Mientras se filmaba hubo en esa ciudad dos incendios considerables y en el momento culminante de la película misma, de ahí su título, hay uno creado y fotografiado con los mejores efectos especiales posibles de la época, fuego de verdad incluido, tanto así que casi resultó lesionada la pobre Francisca. Debido a eso prometió nunca más trabajar con Del Mudo. Lo cumplió: no se sabe que después haya filmado ni con él ni con nadie. ¿Qué fue de su vida? Misterio… Entendemos que Córdova investiga para averiguar acerca de su descendencia y la de los demás actores y técnicos.

Superproducción

Este rancio y maltrecho celuloide desaparecido por 90 años puede ser considerado por los historiadores y archivistas, los cinéfilos y los anticuarios, como otra muestra del fenomenal ninguneo y mala memoria institucional de Chile, pero debe reconocerse que en subsidio de ese olvido el Estado nos ofrece todos los años, en verano, una nueva versión de Incendio en escala muchísimo más vasta, propia de una superproducción y protagonizada por un masivo elenco de nulidades administrativas, autoridades ineptas y miles de extras en acción arriesgando el pellejo en escenas de verdad, bombero-hernan-aviles-gonzalezcomo lo testimonia en estos días la trágica muerte del bombero Hernán Avilés González, los tres brigadistas de Vichuquén, los carabineros, civiles, etc. Los efectos especiales son insuperables. El respetable público puede contar con al menos unas 10 mil ha destruidas, aunque este año, superándose la marca, se llegará a unas 400 mil. Sin duda en este rubro se han “profundizado” las reformas. El éxito de taquilla entre las celebridades está asegurado: por una semana se ve a las más altas autoridades paseándose en medio de las ruinas humeantes con la debida expresión consternada y anunciando su profunda tristeza -otra profundización- y un bono para los damnificados. Luego aparecen las figuritas de la televisión y hacen lo suyo iniciando campañas de solidaridad. Ante eso, ¿qué puede significar, qué puede aportar, qué puede enseñarnos el modesto fuego de Del Mudo, qué puede contarnos de nuevo su añejo libreto y que ya no sepamos acerca de incendios, bomberos y heroísmos, pero además de inepcia, negligencia y torpeza?

incendios-2017Otros fuegos, mismo libreto

Otros fuegos vienen a la memoria con cada fuego de verano, con cada holocausto de la casa misma en que vivimos. Es como si nunca el país dejara de estar en llamas. Así como en los años 40 y 50 Hollywood nos brindó centenas de películas de vaqueros hechas casi en el mismo formato, con forajidos de sombrero negro, indios malos y la caballería viniendo al rescate a galope tendido y al son de clarines, el Estado chileno nos brinda desde hace décadas exactamente el mismo flamígero argumento con los mismos parlamentos, la misma incompetencia y el mismo final. ¿Es necesario, entonces, contar la película? La sabemos de memoria, tantas veces la hemos visto: el fuego se inicia por negligencia, imbecilidad o maldad de alguien, en el caso actual, al parecer, un completo grupo de “combatientes”, las autoridades locales reaccionan tarde, el foco crece rápidamente, se solicita ayuda a las autoridades centrales, nadie contesta el teléfono, “no, no hay helicópteros”, el incendio sigue creciendo, unos cuantos brigadistas llegan a la escena y con rastrillos y pistolas de agua luchan contra los arbustos en llamas, las autoridades centrales siguen en estado de inercia, aparece un helicóptero y arroja un vaso del “líquido elemento” al fuego que avanza incontenible, humo-incendiosel humo cubre ya las ciudades, llega la prensa, el incendio se convierte en “noticia de primera plana”, entrevistas, declaraciones, las llamas siguen avanzando, un segundo helicóptero arroja un segundo vaso de agua, brigadistas sin alimento, agua ni cremas para las quemaduras se resignan a esperar la ayuda de voluntarios y pobladores, hay víctimas fatales, se anuncia una “profunda tristeza” oficial, más declaraciones, se decreta “estado de catástrofe”, se solicita ayuda al extranjero, al cabo el fuego es controlado o más bien se apaga por habérselo comido todo, se hace la contabilidad del desastre y finalmente el gobierno anuncia querellas “contra quienes resulten responsables”.

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Los responsables

Que hay responsables entendidos como quienes inician un incendio por acción o inacción, por descuido o negligencia, por estupidez o maldad, es casi seguro y tal vez puedan ser identificados y procesados, pero, ¿cómo querellarse contra los que presentan las querellas? ¿Cómo arrastrar a un tribunal a esos personajes que el lenguaje de los medios denomina “las más altas autoridades” de gobierno? ¿Cómo configurar un delito o siquiera una responsabilidad política o administrativa que pueda siquiera rozar a gente que se ha pasado la vida eludiendo responsabilidades y culpando a terceros? ¿De qué manera poner en la picota a quienes en la Conaf y/o la Onemi dijeron tener “recursos suficientes”, frase sin duda apuntando a no enojar a nadie en el gobierno que luego pudiera acusarlos de “atornillar al revés”? ¿Cómo juzgar a quienes, cuando configuran los presupuestos públicos, asignan recursos suficientes para contratar a miles de parásitos, pero poco o nada -¡mil pesos por ha!- para preservar nuestra riqueza forestal? ¿Bajo qué figura legal encuadrar a las AUTORIDADES SUPERIORES y a la CLASE POLÍTICA que prefieren gastar su tiempo en interminables tratativas de una mezquindad, pequeñez y banalidad increíbles?

El prontuario que en esta materia luce esa gente, incluyendo en el gentilicio al personal de muchos gobiernos anteriores, es tan nutrido que sería imposible detallar aquí, pero incluye ítems tales como asignar presupuestos ridículamente bajos a los servicios asociados a la preservación de nuestra masa forestal pública, no dotarlas de las atribuciones y estatus legal que les diera potestad para las acciones necesarias, ponerlos a cargo de mediocridades sin otro título que su carné de militancia, mantener en vigencia una legislación punitiva decimonónica para los incendiarios, rec-forestalescero o muy escasa reforestación posterior al daño salvo cuando resulta de la acción privada nacional e internacional, negligencia para dotar al país de una flota potente de aviones de combate, único modo de actuar cuando los incendios son todavía un foco que puede extinguirse o aminorarlo hasta la llegada de fuerzas de tierra, cero vigilancia aérea o sólo la provista por las forestales privadas, etc, etc. Hace tiempo ya que el país necesita un servicio capaz de encarar todos los aspectos del tema -vigilancia, combate eficaz, reforestación, persecución criminal- con el presupuesto y las facultades legales debidos. El Estado, en estos dos últimos años, ha creado una institución ministerial tras otra consumidora de recursos, donadora de pitutos y de propósitos puramente verbales y hasta ridículos, pero no ha sido capaz de encarar la tarea ya descrita. El desinterés es absoluto. La razón la dio hace muchos años un poeta cuyo nombre no recordamos, quizás haya sido Neruda o tal vez fue don Nicanor o quién sabe cuál vate local: “Los árboles no tienen derecho a voto”

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