Pasado



Pasado

“El Gobierno defiende hoy a los taxistas luego de haber liquidado en 2007 a los autobuseros con el Transantiago, sumiéndonos en la calamidad de lo muy malo. Es una contradicción porque ambos gremios son parecidos. La explicación es que Uber es una aplicación tecnológica que nos sitúa en el presente de cara al futuro”.

Por Adolfo Ibáñez

Todo tiempo pasado fue mejor. Es lo que se afirma cuando invade la nostalgia. Es lo que nos transmite el Gobierno y la Nueva Mayoría a diario. Así el país se está yendo a un pasado negro de estancamiento y frustración: el estatismo del siglo XX en sus dos tiempos, el primero de benefactor público, a partir de 1925, que puso un freno al desarrollo, y el segundo, revolucionario-utópico en la década anterior al Once, que terminó de liquidarnos.

El Gobierno defiende hoy a los taxistas luego de haber liquidado en 2007 a los autobuseros con el Transantiago, sumiéndonos en la calamidad de lo muy malo. Es una contradicción porque ambos gremios son parecidos. La explicación es que Uber es una aplicación tecnológica que nos sitúa en el presente de cara al futuro. Los autobuseros eran el pasado, pero cumplían con eficiencia, mientras que la empresa estatal Transantiago es más pasado aún, con el agravante de ser anticuada e ineficiente. Todas las reformas que ha impulsado el Gobierno son como el Transantiago: nos llevan al pasado malo y frustrante, pues reniegan de la capacidad y creatividad de las personas. Le entregan, en cambio, al Estado (el Hermano Mayor) la tuición de la vida de todos para transformarnos en engranajes de una máquina.

Siempre que las innovaciones tengan como foco a las personas y su creatividad para escoger y orientar sus vidas, la Concertación y la Nueva Mayoría reaccionarán frenéticas y destempladas para oponerse a esos logros del espíritu humano (no “conquistas”) en pos de bienestar material, espiritual y cultural. Reaccionan con violencia, como las marchas callejeras, y contradiciendo a la institucionalidad que pone vallas a sus pretensiones. De aquí que la consigna de fondo de los izquierdistas es destruir todo vestigio de los avances positivos que hayan logrado las personas. Confían en que más adelante, cuando se constate la maldad de sus políticas, la sociedad oprimida ya no podrá hacerse oír, ni menos incidir en la marcha del país. Por supuesto que en ese momento los iluminados de hoy, y la sociedad de privilegiados que resultará de estas reformas, vivirán en la abundancia y lejos del molesto vulgo reducido a la miseria.

Para lograr todo esto la receta es también vieja: desviar la atención de los problemas reales, aquellos que enfrentamos cotidianamente. Es el debate de la nueva Constitución que han planteado: su objeto es distraernos de la realidad presente y cerrarnos el horizonte del futuro en base a la ilusión de un esplendoroso pasado.