Obstinación
Obstinación
Extractado de El Mercurio 13 DIC 2015
En su discurso del jueves, apenas un par de horas después de conocerse la decisión del Tribunal Constitucional, la Presidenta Bachelet reaccionó: “algunos quieren impedir que cumpla mi palabra, no me conocen. Quieren frenar la gratuidad, no lo van a lograr”.
La reacción de la Presidenta revela una verdad que se había insinuado y permanecido levemente soterrada, pero que ahora sale a la luz y quizá sea la explicación de buena parte de los tropiezos gubernamentales.
Se trata de un rasgo de la personalidad presidencial: la obstinación.
Al abrazar con entusiasmo y con fervor la meta que persigue, la persona obstinada llega a identificarse del todo con ella, y entonces sobreviene lo peor: los obstáculos que detecta en la tosca realidad, las llamadas de atención acerca de los probables tropiezos, las palabras que le aconsejan tolerar un cierto rodeo son vividos como amenazas personales, como debilidad o defección, como desafíos a la propia determinación.
¿Acaso no es eso lo que le ocurre al Gobierno? ¿No tiene la Presidenta una voluntad obstinada que fuerza a sus asesores y ministros a ponerse detrás de lo que ella persigue, aunque el análisis racional aconsejaría esperar para tener éxito?
No cabe duda, la clave de lo que ocurre es la obstinación de la Presidenta: su voluntad como medida de todo.
En la esfera política, Max Weber llamaba a la obstinación, convicción: el apego irrestricto a un cierto objetivo final con desprecio de las consecuencias que se producen al perseguirlo a ciegas. El obstinado, o la obstinada, arriesga no ser una buena política. Al reducir todo a una convicción que de tanto abrazarla casi se confunde con ella, la personalidad obstinada olvida que la política es un quehacer colectivo (el signo inequívoco de ese olvido es que comienza a emplear el “yo” más de lo necesario, como lo acaba de hacer la Presidenta); que el programa es un diseño racional (y no una simple palabra empeñada); que las coaliciones no son lealtades hacia una personalidad, sino hacia un proyecto (un proyecto cuya realización requiere compatibilizar voluntades), y que en democracia los rivales simplemente cobran los errores (en vez de estar animados por el oscuro propósito de frustrar a la Presidenta).
Los gobiernos fracasan cuando los ciega el ideologismo; es decir, cuando un relato fantasioso de la realidad los inunda; pero también fracasan cuando los asesores o los ministros, por falta de carácter o por simple incompetencia, dejan que la obstinación presidencial desplace a la deliberación.