A los chilenos les gusta…

Esta frase, coloquialmente usada, describe en forma nítida y precisa una de las características de nuestra nacionalidad, o ꟷmás bienꟷ de lo que va quedando de ella: la debilidad o complejo de inferioridad de una mayoría silenciosa que se doblega ante la violencia física o verbal de unos pocos.

Esto, que en términos prácticos lo vemos reflejado en el servilismo clásico hacia el “patrón” o “jefe”, en directa proporción a su dureza o arrogancia o la abyección ante el “flaite” que impone su ordinariez con insolencia descaro, es ꟷpor desgraciaꟷ el sello que identifica a una población capaz de aclamar a quien esté en el poder o lo ejerza de algún modo, sin voluntad ni valor para rechazar sus abusos reiterados.

Basta la mirada incisiva, el gesto duro y la voz fuerte de quien ejerce el poder ꟷcon derecho o sin élꟷ para que el temor a las eventuales consecuencias de su enojo lleve a los labios del débil una obsecuente sonrisa y la inmediata sumisión a sus caprichos.

Nada importa el sentimiento íntimo de rechazo, el cual es guardado convenientemente para ser descargado en la seguridad del hogar y lejos de la posible represalia, transformado en una heroica “rebeldía de living-room”.

Somos testigos hoy de esta triste realidad en muchos de los actos políticos y públicos, pero donde se destaca especialmente es en la fuerza destructiva del sector izquierdista más radicalizado de nuestra fronda política nacional. En particular, cuando se trata de imponer su voluntad sobre una mayoría pasiva que emula vergonzosamente a un piño de ovejas, rumbo al matadero.

Es esta la misma mayoría la que ꟷpese a haberlo rechazado en las urnasꟷ aceptó que Allende asumiera la presidencia con apenas un tercio de los votos. Claro que, quienes vendieron el destino de todos a las fuerzas revolucionarias del marxismo fueron, ni más ni menos, que los congresistas del Partido Demócrata Cristiano, con Aylwin y Frei a la cabeza.

¿La razón?, probablemente el juego de ambiciones e intereses politiqueros, sumados al temor de sufrir la reacción de las hordas violentistas que amenazaban con destruir el país si no se les dejaba llegar al poder.

En la actualidad y desde hace ya varios años, somos testigos silenciosos y cobardes de la avasalladora ofensiva de las nuevas hordas marxistas, ahora devenidas en gramscianas, las cuales ꟷcada vez de menor tamañoꟷ hacen y deshacen con la vida de nuestra sociedad, imponiéndonos su sello de poder y una desquiciada superioridad moral. El resto de la sociedad, apenas se atrevió a mostrar su molestia a través del voto, pero “sin que se vaya a notar mucho…No vaya a ser cosa que me identifiquen como contrario a sus ideas…”

Esa cobarde y colaboracionista actitud se traspasa indudablemente a quien hoy ejerce el gobierno, desde una vereda distinta…al menos en apariencia. En la oportunidad pasada, el actual mandatario demostró claramente su debilidad conceptual e ideológica frente a las presiones de una izquierda enfurecida que no aceptaba la derrota en las urnas y que trataba de hacerle la vida imposible a quienes los reemplazaban en La Moneda.

Pese a la seguridad del triunfo conseguido, el gobernante no fue capaz de (o no quiso) enfrentarse a las demandas de los violentistas y fue cediéndoles espacio desde el primer momento.

Una “cohabitación” inmoral permitió que el enquistamiento anárquico en la administración pública, y su consecuente sabotaje soterrado, siguieran dando frutos a una izquierda minoritaria que consiguió retornar al poder a los cuatro años de ser derrotada.

Hoy parecemos ir por un camino similar, al ver que el barco del gobernante recibe torpedos de todos lados y no se decide a usar las cargas de profundidad para sepultar de una vez por todas a las amenazas que lo afligen.

Es tal la debilidad del capitán del barco y de sus oficiales que la inmoral campaña de desprestigio y falso legado, orquestada por su predecesora, campea libremente por la agenda nacional, disfrutando de la tribuna que le ofrece el abandono de la lucha comunicacional por parte del gobierno actual.

Así hemos visto con estupor, dictando cátedra en la TV, a un ex ministro de hacienda que junto a su presidenta llevaron al país a un endeudamiento fiscal que no se veía desde los tiempos de Allende. Así también, tenemos que digerir a otros varios ex ministros fracasados, defendiendo “el legado”… mientras los cuadros de la derecha reducen su reacción a tímidos comentarios que no consiguen convencer ni entusiasmar a nadie.

Chile se caracteriza por no saber explotar el éxito, cuando lo consigue, y éste es uno de los casos más claros. Todo ello, por la debilidad de las masas, incapaces de tomar la iniciativa para neutralizar la acción engañosa y destructiva de un adversario desarticulado por la derrota.

El más mínimo raciocinio estratégico debiera llevar a los pensadores del momento a concluir que si no se consolida la victoria en forma oportuna, ésta pasa a ser una ilusión de corta duración, regalándole al derrotado la oportunidad para renacer con mayor fuerza y empuje.

Impelidos por una furia incontenible, una izquierda minoritaria es capaz hoy de influir peligrosamente en una opinión pública ideológicamente desprotegida, dañada en sus valores colectivos por las campañas antipatrióticas y anárquicas de un neocomunismo de corte gramsciano, fracasado en casi todo el mundo, pero que grita fuerte y aterra a los débiles con la amenaza y la coacción descarada.

Junto a ello, esta minoría sectaria se permite poner en jaque el Estado de Derecho, amenazando al Poder Judicial con la destitución de algunos ministros de la Corte Suprema por el pecado de no seguir satisfaciendo sus intereses vengadores-financieros. Y el gobierno, salvo una débil declaración de su Ministro del Interior, nada hace para contener a tiempo tan violento atentado contra la Constitución y las Leyes.

Cada vez convence más la idea de que a los chilenos les gusta que el poder se ejerza con fuerza y convicción, ya que de otro modo no se explica el silencio cómplice de una sociedad ante este abuso de poder, anunciado por algunos diputados y alimentado por el desleal colaboracionismo de sectores políticos que se dicen de derecha o centro-derecha.

Como ya ha ocurrido en nuestra historia, nadie parece tener el valor de decir las cosas por su nombre y apagar el amago de incendio antes que se transforme en siniestro. Si no lo cree, revise los registros históricos (los de verdad, no como los del Museo de la Memoria), donde se ve lo que ocurre cuando el Poder Legislativo se enfrenta irreconciliablemente con el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, tratando de imponer sus intereses por sobre los del país. Ya terminamos una vez en Guerra Civil y en otra oportunidad estuvimos a punto de vivirla. En ésta, podemos, eso sí, estar seguros de que no habrá militares dispuestos a que se vuelvan a servir de su fidelidad a la Patria, para sacar las castañas con la mano del gato.

Que la cobardía de quienes gustan de ser maltratados por unos pocos poderosos caiga sobre las espaldas de quienes se lo merecen por no atreverse a enfrentarlos, nunca más sobre la espalda honesta de quienes creyeron estar defendiendo a los chilenos de una amenaza totalitaria, como la de Allende y los suyos.

Carpóforo

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