Al otro lado del muro

Por Roberto Hernández Maturana

 

Soy un militar en retiro. Elegí ser militar siendo un adolescente de 16 años, cuando ingresé a la Escuela Militar.

Viví mi profesión siempre sintiendo como la gran mayoría de mis camaradas, que daba lo mejor de mí por la Patria y por mi Ejército (que, para mí, entonces venía siendo casi lo mismo). Viví recién egresado de mi Escuela Militar, los convulsionados tiempos de aquellos años 70, en que el país se debatía en una crisis que nos llevaba sin retorno a una guerra civil…, algo semejante a lo que hoy vemos en nuestra hermana Venezuela. Cuando las Fuerzas Armadas, ante el clamor ciudadano intervinieron en la defenestración del gobierno de Allende, como la casi totalidad de mis camaradas cumplí las ordenes de mis superiores, en el convencimiento de que estábamos salvando al país de un mal mucho, muchísimo mayor. Viví sirviendo en el Ejército las crisis con Perú y con Argentina, las múltiples catástrofes que de tiempo en tiempo azotan a nuestro país, e incontables rescates y salvamentos en la cordillera, en que como instructor militar de montaña me correspondió participar.

Hoy con dolor veo a tantos camaradas – casi en su totalidad subalternos en la época – presos y/o procesados, muchas veces sin ninguna otra prueba que sólo testimonios frecuentemente vagos, que en ningún sistema ecuánime de justicia habrían sido aceptables, pero que en nuestro país han bastado para condenar a ex uniformados bajo un sistema legal ya derogado hace años en Chile.

Ya más viejo, no dejé de sentir envidia por la profesión de juez. Siempre puestos por encima de los demás ciudadanos, encarnando esa representación de la justicia, que mezcla los ojos vendados de la diosa romana Fortuna (el destino), con la griega Tique (la suerte), sosteniendo una balanza suspendida de su mano derecha, en la que se mide la fuerza de apoyo y de oposición de un caso, y la espada de Némesis (la venganza), en la otra mano que simboliza el poder de la razón y la justicia. Aunque para no pocos se trata de la representación de Temis, esa diosa griega que dirigía el orden natural de la unión entre un hombre y una mujer y los lazos familiares, retratada con una venda en los ojos representando la ecuanimidad, una balanza en una mano representando la justicia y una espada en la otra mano que significa represión para el culpable. Para mí la descripción más ajustada en el caso de los ex militares y policías, es la primera, especialmente en lo relacionado con Némesis (la venganza). Así, equivocado o no, he visto hasta aquí a los jueces juzgando lo que según ellos (con la presión de las circunstancias, las presiones políticas o ciudadanas- que a menudo es lo mismo- y su interpretación de la ley) era correcto o incorrecto, sancionable o no… No dejaba de sentir entonces una cierta envidia por esta inmunidad que les daba el estar siempre “al otro lado del muro”. Me podrán decir muchas cosas, pero lo sé de primera mano, al ser pariente de magistrados y abogados. Me  parecía así, que más allá de sus propios cuestionamientos morales y la interpretación o aplicación de la ley, propia del ejercicio de su cargo, ellos los jueces, siempre estarían cómodamente al otro lado del muro.

Sin embargo, con la acelerada llegada de la posmodernidad, ese movimiento cultural occidental que surgió en la década de 1980 y se caracteriza por la crítica del racionalismo, la atención a lo formal, el eclecticismo y la búsqueda de nuevas formas de expresión, junto con una carencia de ideología y compromiso social, y más recientemente, a partir del año 2010, con la llegada de la posverdad o “mentira emotiva”, ese neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública  e influir en las actitudes sociales,​ en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, llegué a la conclusión de que la profesión del momento aquella que te coloca realmente y con toda impunidad “al otro lado del muro” es el periodismo, o todo otro oficio  relacionado con aquél, como ser comentarista o articulista de un medio de comunicación social. Hoy estas ocupaciones, como ninguna otra, te permiten criticar, opinar muchas veces desde la ignorancia, y no pocas desde tu interés político, y a veces desde tus convicciones, lo que no siempre se condice con la realidad.

Así este verdadero “cuarto poder”, que es la expresión con la cual suele designarse a la prensa, en clara alusión a la importante influencia que tienen los medios de comunicación en la sociedad y opinión pública y, sobre todo, en muchos gobiernos y sus representantes, convirtiéndolo junto a los tres poderes del Estado: los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, en el nuevo árbitro, juez y jurado de la sociedad, ajusticiando y asesinando mediáticamente instituciones y personas en forma impune y muchas veces irresponsablemente, todo ello hasta que sus cultores caen bajo la guadaña, las garras y las fauces de sus propios congéneres…, otros periodistas, otros columnistas, otros comentaristas que muchas veces sirven a intereses creados e ideológicos. El caso de Fernando Villegas grita con fuerza esta realidad…, pero como él, muchos otros han caído antes y muchos más caerán en el futuro, víctimas de la ignorancia cuando no derechamente la mentira, la soberbia, el descaro, la inmoralidad y los intereses creados.

Sólo queda esperar que el péndulo de los tiempos lleve a su centro la conciencia social y colectiva y comencemos nuevamente a movernos desde el respeto al tercero, aun cuando piense distinto y vivamos realmente en una sociedad más tolerante, aquella en que hoy, precisamente los que se dicen tolerantes han demostrado ser todo lo contrario.

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