Complejo monumental

Alfredo Jocelyn-Holt

Nada más enredado que el morbo triunfalista y resentido cuando, junto con celebrar victorias, el otro, el enemigo, conmemora derrotas y llora a muertos. Pensemos en el Arlington National Cemetery frente a Washington D.C., cruzando el Memorial Bridge que une el monumento a Lincoln con los terrenos de la casa de familia del general Robert E. Lee, comandante de las fuerzas confederadas. Si bien el cementerio sirve hoy para realzar la unidad de una nación alguna vez despedazada por una guerra fratricida (620 mil soldados muertos), la intención inicial fue vengativa. La autoridad a cargo, el general Montgomery C. Meigs, eligió el jardín de rosas de la mujer de Lee como lugar de enterramiento para humillar a su colega de West Point, a quien tenía por traidor.

El Valle de los Caídos en San Lorenzo de El Escorial es otro caso, y hasta más complicado. Aun cuando se supone que conmemora a muertos de ambos lados de la Guerra Civil española, es tal su identificación con el nacionalismo vencedor (encontrándose en su interior las tumbas de Franco y José Antonio Primo de Rivera), que el recinto se ha vuelto un monumento fallido, fuente de infinitas discordias.

Probablemente la misma suerte correrá el Complejo Forestal y Maderero Panguipulli, el Retén de Neltume, y el Campamento 83 del MIR que el Consejo Nacional de Monumentos ha decretado como monumentos a la memoria y derechos humanos (refrendado por el Ministerio de las Culturas). Basta leer la defensa de la medida por el Centro Cultural Museo y Memoria de Neltume, reconocido por dicho ministerio: reivindicaría “justas luchas sindicales y sociales que los trabajadores de la cordillera levantaron tras décadas de explotación y sometimiento”, entre ellas la Reforma Agraria y, además, permitiría consagrar lugares donde se adiestró y practicó la vía armada (sic).

Nadie calificaría de “nacional” un propósito de esta naturaleza; con todo, el reconocimiento estatal reporta ventajas proselitistas. Sea que, con ello, se fomenta una museología y pedagogía militante con aval ministerial o, simplemente, comencemos a llenarnos de lugares de devoción facciosa donde practicar este credo partisano. El asunto no es nuevo. Las mismas dudas se han planteado respecto al Museo de la Memoria, a la propuesta de este gobierno de un Museo de la Democracia, y a esa incógnita en veremos de un curso de Educación Ciudadana que reemplazará la enseñanza de Historia en los últimos años de la secundaria.

Extraño país, Chile. La izquierda se apodera de la agenda cultural mientras que la derecha, acomplejada, infla a su político más de punta disfrazado de aimara y promotor de un penoso museo de cera. Quizá se apuesta a que, a la larga, pase lo mismo que con el primer monumento romano (la Lapis Niger) que, tras cierto tiempo, nadie supo qué celebraba.

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