La Derecha de Edipo.

Por Jaime Alonso

Siempre me pregunté la razón por la cual la izquierda gozaba en el mundo y, más particularmente, en España, de la autoridad moral de lo verdadero, de la hegemonía cultural del relato, de la modelación de las mentes siguiendo pautas del sofismo griego, y de la configuración de las conductas según criterios de conveniencia política y adoctrinamiento. Resulta sencillo el análisis. Desde la transición política hasta el pasado domingo, se debió al patológico comportamiento de la derecha española con respecto al pasado; la filosofía que la configuró; la defensa del estado de derecho que impulsó y la política que persiguió, siempre cediendo a la izquierda, a su disolvente enemigo político, el debate ideológico.

Comencemos por observar cómo la izquierda nunca renuncia de sus raíces, ni de sus personajes históricos, como si de una religión salvífica se tratara. No importa que su ideología y los personajes que la implantaron hubieran proporcionado a la humanidad, a sus respectivos países y a España, millones de muertos y la ruina más lacerante a sus pueblos: Marx, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Ho Chí Minh, Fidel Castro, Hugo Chaves, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto o Santiago Carrillo, siguen intactos su peregrinar icónico como sujetos de veneración y ejemplo.

 

Por el contrario, la derecha, desde la transición y hasta el domingo pasado, ha incurrido en la tautología de renegar hasta de su propio nombre, considerándose centro. Todos han renegado de la derecha histórica, con especial virulencia Adolfo Suarez y José María Aznar quien ha dicho que se considera creador de la derecha moderna. Con ello ha prescindido de la tradición democrática de la derecha histórica: Jovellanos, Balmes y Donoso Cortes; de los liberales doceañistas: Cánovas del Castillo y Antonio Maura; y de los temporalmente más próximos: Santiago Alba o José María Gil Robles. Casi nada en el rearme ideológico y moral imprescindible para hacer frente al nihilismo circundante.

El otro aspecto significativo y destacable de la contienda ideológica, política y social, ocurrida a la muerte de Francisco Franco, ha venido configurando el desolador panorama actual. Así, la izquierda, siempre anclada en la restauración de la II república, pretendió la ruptura democrática, frente a la reforma política formulada por los continuadores del régimen y sometida a Referéndum de la nación el 15 de Diciembre de 1976 (de la Ley a la Ley). El fracaso de la izquierda rupturista en el referéndum y el apoyo popular a la continuidad del régimen, encarnado en el Rey, como sucesor de Franco, obliga a la izquierda a ir acometiendo el proceso rupturista durante estos 42 años empleando distintas fases y las tácticas de Gramsci de ingeniería social, en su dominio de la enseñanza, la cultura y de los medios de comunicación.

 

La reacción de la derecha española, en el mismo tiempo, viene orientada en aparentar que no se entera de nada o en contribuir activamente en la ruptura. Qué sea debido a un complejo, ausencia de formación política (base ideológica) u oportunismo mercantil, resulta indiferente. Trazada por la tragedia griega, es definible como la Derecha de Edipo. El destino de Edipo fue matar a su padre. El destino de la derecha (desde Suárez a Aznar, pasando por Rajoy y Casado) es manifiestamente edípica: matar la memoria histórica del salvador y padre de la actual derecha española (de la democracia), de la Monarquía y de la Iglesia Católica.

Los principales responsables del esfuerzo final por pervertir, satanizar y aniquilar la Memoria Histórica de Franco y su época; no han sido los socialistas, comunistas y nacionalistas, sus enemigos seculares y los que obtienen el rédito; sino, aunque parezca un contrasentido brutal, los hijos legítimos de Franco y el franquismo: los lideres de la derecha española, la Monarquía y la Iglesia. Aznar, siendo presidente del Gobierno, sentó las bases de la actual memoria histórica. Al conceder la nacionalidad española a Los Brigadistas Internacionales, como defensores de la libertad y la democracia, vino a impostar la propaganda de su reclutamiento de septiembre de 1936, nada menos que en el Congreso de los Diputados de 1996. Y, el 20 de noviembre de 2002, eligiendo fecha y lugar (Congreso de los Diputados) condena expresamente “el golpe militar del 18 de Julio de 1936”; se hace un “reconocimiento moral” a quienes “padecieron la represión de la dictadura franquista” y se prometen ayudas para reabrir las fosas comunes. Era el Aznar admirador de Manuel Azaña, e inspirador, sin duda, de la derecha española. La izquierda insultante, a la que no se obligaba a retractarse del pasado, en boca de Felipe Alcaraz, IU, señaló: “hay que olvidar el rencor, pero no la historia”. Todo un demoledor diagnostico. Por ello, el Edipo originario, al lado de estos epígonos suyos, era un mero aprendiz de ruiseñor.

 

Así nos precipitamos en la mal llamada “Memoria Histórica”, donde como señalara Orwell, buen conocedor del comunismo real en la Barcelona de 1936: “el leguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento una sensación de solidez”. Porque la derecha de la cesión, el compadreo, la inhibición y falta de principios, aparenta desconocer el acertado diagnostico de Jean Francois Revel: “la mayor fuerza de las que mueven el mundo es la mentira”. Tampoco esa derecha, ahora centro, mañana lo que convenga, conoce la importancia de la historia y su relato, para configurar las mentes del futuro. Ortega definía la historia con justeza y señalaba su importancia: “La razón histórica es más racional que la física, más rigurosa y exigente que esta. El historicismo tiene un significado claro: el hombre no tiene naturaleza, no tiene esencia, tiene historia”. Así estamos dejando que se destruya, con perseverancia iconoclasta, lo mejor de nuestra historia.

 

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