Por Gonzalo Rojas

Detrás de la superficial disputa de dimes y diretes, de tiras y aflojas, en la que se ha movido nuestra política en los últimos meses, hay una trama profunda y seria que va consolidándose día a día.

Se trata de dos tendencias -liberación y dominación- que parecen antagónicas, pero que van compaginándose en armónica simbiosis. Al seguirles la pista a tantas declaraciones, a tantos proyectos de ley y a tantas acciones públicas, se aprecia que unos y otros, liberacionistas y dominadores, se necesitan y confluyen.

Esa es la historia del hoy devaluado PPD.

Ahí estuvieron presentes, durante treinta años, dos vertientes complementarias: quienes se afanaban en ampliar la autonomía de las personas -siempre más y más- junto a quienes creían que eso solo era posible mediante un Estado fuerte. Liberacionistas y dominadores, en un mismo partido: esa fue la exitosa apuesta de los girardistas.

Por cierto, ese espacio -no el de las izquierdas tradicionales- es el que ha comenzado a ocupar el Frente Amplio, ante la decadencia del PPD. Por eso, dentro de sus filas caben partidos y personas liberales de variadas coordenadas, junto a muy fervorosos movimientos e individuos estatistas. No es un engendro: es la más astuta e imprescindible convergencia entre liberacionistas y dominadores.

Desde una mirada secular, la propuesta gramsciana tantas veces referida -visión hecha carne en el PPD y columna vertebral de tantos frenteamplistas- es justamente el intento por liberarse del sentido común y de la hegemonía cristiana, para pasar a un nuevo orden de dominación, el de los intelectuales orgánicos. A su lado, una mirada aparentemente religiosa -la teología de la liberación- lleva décadas sumando esfuerzos en la misma dirección: sustituir los planes de Dios para el mundo por los designios del hombre sobre la creación. Obviamente, gramscianos y liberacionistas se reconocen con facilidad en su proyecto común, y confluyen. Así se ha intentado construir una nueva dominación a partir de una supuesta liberación.

Pero esta atracción de los opuestos no se está dando solo al interior de ciertos partidos o conglomerados. Se está produciendo también -ante el estupor de los ingenuos de siempre- entre parlamentarios de Chile Vamos (parte significativa de la bancada de RN, Evópoli en plenitud y uno que otro UDI) y congresistas comunistas o del Frente Amplio. Y obviamente nada de eso está sucediendo en materias tributarias o laborales, sino justamente en los temas morales y culturales.

Sí, allí donde unos quieren liberarlo todo, para dar más autonomía, otros se suman a esa tendencia con entusiasmo, para contar con una masa inorgánica y desecha a la que dominar con facilidad. Donde un liberal ve expansión de la felicidad, el comunista conoce perfectamente el deterioro que tantas de esas políticas traen al ser humano y, por lo tanto, se dispone a manejar los despojos mediante un Estado todopoderoso.

Esto no es teoría.

Allá en La Araucanía ya han experimentado que la liberación indígena ha devenido en el dominio que unas pocas ONG y una que otra organización terrorista ejercen sobre la región. Allá en Osorno ya saben los fieles católicos que el objetivo no es liberarse de un obispo, sino “que se vayan todos”, imponiendo así el dominio de unas determinadas comunidades de base. Aquí, en las universidades, ya hemos entendido que la ideología de género, en el nombre de la liberación, solo crea enclaves que expanden su dominación sobre alumnados, profesores, rectorías y campus.

Nada de esto parecen haber entendido aquellos senadores y diputados de Chile Vamos que se aprestan a regalarle las instituciones a una nueva y perversa dominación.